Óscar Tusquets y el bus de los arquitectos
Óscar Tusquets pasó ayer por Valencia invitado por el Colegio de Decoradores, que celebra sus 30 años, y pronunció una conferencia en el Muvim. Tusquets forma parte de una generación, a su vez, educada por otra generación de arquitectos, los Correa y Coderch, que todavía creían que lo fundamental de la arquitectura eran las vísceras más que la piel. Una moral arquitectónica que se encuentra patas arriba desde que el cometa Guggenheim cruzó por los cielos y a su paso todas las ciudades elegidas para la gloria se transformaron en parques temáticos, mientras los arquitectos estrella iniciaban una carrera sin ticket de retorno tras la última novedad y el golpe mediático.
Óscar Tusquets llega con su carné de manipulador de experiencias diversas: de la arquitectura al diseño, de la pintura a la escritura, su última pasión hasta ahora publicada. Y se confiesa, a su edad, incapaz de especializarse. "Todo me gusta, todo me divierte", repite satisfecho. Igual esta mirada poliédrica le viene de sus años de aquella Barcelona de la Gauche divine, en que escritores, fotógrafos, editores, modelos, directores de cine, arquitectos y cantantes de autor intercambiaban experiencias de la modernidad en el up y el down de Bocaccio. "A Barcelona ya le gustaría volver a repetir un momento como aquel". Tusquets, que ha escrito sobre aquellos años y sobre la amistad que le unió a Salvador Dalí, ha puesto a su conferencia el título de El tamaño sí que importa, que de entrada parece sacado de la sección XXX del videoclub de la esquina. "Siempre decimos que hacer una cucharita y una ciudad es lo mismo, pero no es igual y a partir de ahí podíamos empezar a hablar de diferentes cosas, que es lo que me gusta". El título le viene como anillo al dedo, ahora que está ultimando su nuevo libro Contra la desnudez, esta vez vestido por el sexo más que por las volutas y los ordenes arquitectónicos.
Este arquitecto que ha salido airoso de su cheek to cheek con todo un Palau de la Música Catalana de Doménech i Montaner, afirma no conocer a fondo la problemática del Cabanyal, aunque declara que "tan peligrosa puede ser la actitud rupturista, vanguardista, como la conservacionista al cien por cien". Remata, con los años que le quedan por detrás: "Si una ciudad se conserva al cien por cien, muere". Y hasta reconoce no tener asiento en el bus de los arquitectos estrellas. "Sólo hay sitio para doce, y si sube uno, otro tiene que bajar".
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