Pasiones desatadas
El "síndrome Manrico" pesaba en el ambiente del Real, después de la accidentada actuación de José Cura en 2000 y la espantada —o ausencia, si prefieren— de Roberto Alagna ahora, en una ópera, casi me atrevería a decir, pensada para él. Manrico es, claro, el tenor de Il trovatore, para el que Verdi escribió una partitura erizada de riesgos. Es un síndrome que, en cualquier caso, no se limita al coliseo de la plaza de Oriente, pues hasta en el teatro alla Scala de Milán, en la apertura de temporada 2000-01, hubo sus más y sus menos entre los loggionisti y Ricardo Muti, por cuestiones de un agudo más, un agudo menos, cuando el director decidió respetar la partitura y no permitió al tenor Salvatore Licitra la exhibición esperada con notas no escritas.
Il trovatore
De Giuseppe Verdi. Con Francisco Casanova, Fiorenza Cedolins, Dolora Zajick y Anthony Michaels-Moore, entre otros. Director musical: Nicola Luisotti. Director de escena: Elijah Moshinsky, Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real, 7 de junio.
El tenor dominicano Francisco Casanova hizo lo que pudo ayer y, aunque ese momento sagrado del aria de la pira pasó sin pena ni gloria, siendo recibido de forma tibia por el público, el conjunto de su actuación fue meritorio y hasta notable, con momentos elegantes de fraseo y una disposición siempre encomiable. Voluntariosa —más aún: generosa— se mostró en toda la noche esa mujer de carácter que es Dolora Zajick, y espléndida estuvo Fiorenza Cedolins, aunque su Verdi no alcance, por ahora, el grado de magisterio y encanto de su Puccini, lo cual no impide admirar su Leonora como la perla vocal de la noche.
El gran protagonista de la representación fue, no obstante, el director de orquesta Nicola Luisotti, que planteó un Verdi lleno de furia, arrebatado, pasional, afortunadamente excesivo, y todo ello no le impidió la adaptación a los tempos de los cantantes ni la creación de atmósferas sutiles. Fue la de Luisotti una lectura excepcional, que supo mantener de principio a fin la tensión dramática y que sacó petróleo de la Sinfónica de Madrid, por mucho que en ocasiones se rozase la tosquedad en el sonido. Cuestiones menores.
Lo que se vivía musicalmente era una versión de fuego que hacía justicia a la dureza del tema y a la fuerza de la música que lo mantiene. Cumplió el coro, con más energía que matización, y fue correcta, con cierta distancia, la puesta en escena de Elijah Moshinsky, ya vista en 2000. Tratándose de una ópera que es un miura, la representación tuvo interés más que sobrado. Hubo momentos de gran brillantez y pasajes atractivos. Los cantantes echaron el resto, con mayor o menor fortuna, y el director musical sentó cátedra. Con todo ello las pasiones desatadas de la ópera salieron a flote. ¡Qué grande es Verdi!
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.