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Columna
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Mossos: crónica de un despropósito

No tengo ninguna duda. Cuando veo las imágenes de las dos mosses abofeteando a una detenida, inmovilizada con las esposas, siento una seria derrota. Esa policía que recibe una densa educación democrática en la Escuela de los Mossos, que ha nacido al albur de unos tiempos que lucharon contra la represión y superaron, para siempre, el esquema de policía igual a tortura, no puede perder las formas de esa triste manera. No sé cómo se produce una detención, y no creo que estemos ante las imágenes de una tortura -que le pregunten al director de Egunkaria qué es tortura policial-, pero ese bofetón innecesario, prepotente, a una mujer sin defensa, hiere la cara de la propia democracia, de alguna forma nos pega a todos. La policía, en democracia, es tan importante para el sistema de libertades, que necesita de un plus de credibilidad, más allá incluso de la profesionalidad que se le supone. En este aspecto, pues, el bofetón me parece deplorable, y espero que las dos policías implicadas reciban el castigo tipificado en estos casos.

Otra cosa es el famoso vídeo de Les Corts, cuyo análisis personal difiere, y mucho, de la alegría con que la mayoría de mis colegas lo han considerado un ejemplo de violencia policial. Personalmente, y mirado fotograma a fotograma, me parece una detención bastante impecable, sin atisbo de tortura, y cuya violencia es la innata a una situación como ésa, con un detenido violento, unos antecedentes de agresión a los policías, y un forcejeo que debe ser habitual. La prueba del algodón: cuando el detenido ha sido esposado y está en el suelo, nadie lo toca. Ni una patada, ni un golpe, ningún gesto que haga pensar en policías agresivos o en violencia gratuita. Creo que en este caso, la polémica ha surgido de la nada. Pero todo lo dicho es poco relevante, porque ni sé nada de comportamiento policial en detenciones, ni sé cuál es el protocolo, ni quiero convertirme en experta de seguridad de tres al cuarto. Y ahí está el quid de la cuestión, que los Mossos se han convertido en materia de asamblea general, en debate abierto, en el que cualquier ciudadano puede decidir qué, cómo y de qué manera actúa un profesional de la seguridad. Sometido al juicio del ágora, la policía catalana ha entrado en una espiral de descrédito que es letal para el cuerpo, y letal para la sociedad. Desde mi perspectiva, ése es el escándalo, éstos son los errores y ésos son los despropósitos que nos han conducido a ellos. Despropósitos que no han nacido de un bofetón en la opacidad de una comisaría, sino de la gestión errática e irresponsable de los responsables políticos del cuerpo. Los Mossos están en el punto de mira. Quienes los han colocado, habitan los despachos del Departamento de Interior.

Primer despropósito: conferencia de prensa de Rafael Olmos en la que anuncia, con lujo de micrófonos, que lucharían contra la violencia policial, y levantando la veda al mosso, como objeto de sospecha. A partir de ese momento, todos los inputs que nos llegaban del departamento, con más o menos profundidad de gargantas, tenía que ver con un halo de descrédito generalizado, fuera por la vía de que "acabarían con la violencia en las comisarías", "lucharían por la transparencia" o directamente "neutralizarían el carácter represor de la policía". Ergo, daban por hecho que la policía era violenta, opaca y represora. En estos meses de ruido sobre la policía catalana, todo lo que se ha respirado desde el departamento de Joan Saura ha sido un discurso trasnochado, con aires de progre incómodo ante el cargo, y con más voluntad de ganarse al electorado que históricamente no simpatiza con la policía, que con voluntad de reforzar la buena imagen del cuerpo. Desde el propio Saura, pasando por algunos de los líderes de Iniciativa, continuando con Joan Boada y acabando con Olmos, la carrera dialéctica hacia abajo no se paró hasta que apareció en escena Joan Delort, en la entrevista con Josep Cuní, y fue el único sensato en todo este deplorable asunto. A partir de ese primer momento, todo ha valido, debates públicos, denuncias a tropel, jueces que llegan al insulto de pedir que la Guardia Civil investigue a los mossos, y un descrédito severo que ha dejado el ánimo de los policías bajo mínimos. Hoy continúa siendo un cuerpo profesional, pero está profundamente desilusionado.

Salir ahora a escena, como ha hecho Saura, después de este carrerón hacia el abismo, y vender que la polémica es una campaña de la derecha malvada, tiene de útil lo que tiene de verdad: nada. Haría bien Joan Saura en reflexionar si el cargo le va grande, si el sobrepeso psuquero de su departamento no representa un lastre ideológico que impide una visión responsable, y sí podrá soportar el desgaste en su electorado. Es lo que tiene ser poder y dejar de ser antisistema: que los beneficios comportan costes. Uno de ellos, hacerse mayor, entender que la policía es uno de los fundamentos de la libertad, que su crédito es síntoma de salud democrático, y su descrédito es un hundimiento de la democracia. La diferencia está en la categoría o en la anécdota. Yo creo que el bofetón es una desgraciada anécdota y así pido el trato público. Pero en Interior decidieron, quizá para hacerse perdonar el cargo, elevar la anécdota a categoría. Han abierto en canal la credibilidad del Cuerpo Nacional de Policía, y ahora, cerrar la herida no será nada fácil. Que la oposición se aproveche de sus errores no es el principal problema de Joan Saura. Su problema es entender qué significa ser consejero de Interior y no morir en el intento. En realidad, puro psicoanálisis: superar lo felices que algunos eran corriendo ante los grises.

www.pilarrahola.com

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