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Votos, urnas, esfuerzo

¿Han pensado ustedes que el hecho de votar el mismo día, en un mismo país ?y a una misma tendencia, claro? une más que la oración y más que Dios, quizá como sólo une el sol que nos alumbra?

Poética introducción, a fe mía, que utilizo como excusa para hablar de elecciones en general en un día como hoy, en que no puedo intentar influir en ustedes, a pesar de que estoy escribiendo dos semanas antes: y debería tratar de convencerles de que al menos vayan a votar, a ser posible contra la cerrazón, venga de donde venga. Únanse en eso como los creyentes cuyas creencias no agarrotan ni acogotan.

Votar es un acto de fe racional. O de incredulidad, igualmente racional. No es un acto de indiferencia. Y no es cosa de mi generación, de quienes supimos lo que era no poder expresar nuestra voluntad por cauces democráticos y hemos hecho del Domingo de Elecciones la fiesta más luminosa, por encima del Jueves Santo, del Corpus Christi y del Día de la Ascensión. ¿O era Asunción? Da igual.

Conozco a gente joven que vive fuera de España y se preocupa desde hace meses de preparar su voto por correo, de vigilar que llegue a tiempo. Conozco a un tipo de mi edad que le echa la culpa al sistema de envíos para justificar que recoge su papeleta meses después de la cita electoral. Conozco a quien, cuando recibe las papeletas, se da el gusto de sentarse con tijeras ante la papelera para despedazar simbólicamente al contrario de sus ideas. Conozco gente, en fin, a la que me sentiré hoy unida, estén donde estén, tanto como si estuviéramos todos reclinados en el suelo mirando hacia un lugar sagrado y rezando.

En realidad, eso es lo que hacemos, sólo que el acto de fe no rechaza a nadie que haya llegado a la edad adecuada. Eso nos diferencia también de las religiones, que la democracia permite que votemos mezclados y confundidos, alegremente confiados en el poder del Recuento (venerado y venerable). Pueden votar hasta quienes creen en Dios, cualquiera que sean sus dioses y sus Papas (no padres: de pontífices, de intermediarios, de sherpas). Podemos votar los ateos (tenemos tendencia a querer hacerlo), y pueden no votar los anarquistas, o votar en blanco los descontentos. Pero unos y otros, todos, nos unimos en esa comunión.

Lo que resulta algo molesto, reflexiono sobre la marcha, es que todas las comparaciones que se me ocurren, las metáforas ?toma ya, farde?, los símiles, los tropos y ?cielos? las parábolas, salen, mínimo, del catecismo de mi infancia. Bien, reconozcámoslo. Ellos fueron primero. Ellos son la gallina. Los inventores de dioses, de libros sacros, de solemnidades para vestir santos, de santos y hasta de vestiditos. Luego su lenguaje ha sido destilado, vertido en nosotros con el aliento; sus eufemismos navegan libremente por nuestras arterias. Sólo el cerebro elige. El resto del cuerpo, buena o malamente, le obedece, pero no rige.

De modo que con la mente les invito a la gran fiesta laica de la democracia, pero mis manos, mis dedos, sin que yo pueda hacer gran cosa para impedirlo -¿hay mejor palabra que "comulgar" para expresar que participamos de lo mismo? Quizá existe, pero yo no la encuentro-, se deslizan a toda velocidad por el teclado y este ordenador de casi último modelo -cada segundo nacen nuevos ordenadores casi a la misma velocidad que en los mataderos de Lyón sacrifican cerdos para abastecer los menús de los bouchons-, esta joya de las tecnologías punta, escribe las palabras antiguas de lo que algunos llamarían supersticiones, sin el menor empacho.

Será cuestión de contemplarlo de otra manera. Por qué no. Ustedes aceptan este artículo con naturalidad, les guste o no, lo sé. Elecciones, votos, urnas, democracia: éstas y no las otras son las palabras -iba a escribir "sagradas"- que representan aquello que no podemos permitirnos derribar. Lo otro son adornos. Bla, bla, bla. Perezas verbales. Pero hasta para la semántica barro hacia casa, pues no he escrito "iyhad" (esfuerzo, en árabe: misma raíz que guerra santa) para definir lo que haremos hoy. Y lo es. Hermoso esfuerzo.

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