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Columna
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La futura autocrítica

Todo está en los libros. En 1996 se publicó Una vía hacia la paz, en el que Juan María Ollora, miembro entonces de la dirección del PNV, ofrecía su respuesta al encargo que le había hecho su partido de buscar alguna salida al problema de la violencia. Los jefes de ETA debieron encontrar muy sugerentes algunas de las opiniones de Ollora: que la pacificación "pasa por reconocer la parte de razón que pueda tener el otro" o por "cruzar el modelo de la izquierda abertzale con el del Pacto de Ajuria Enea". El resultado fue el Pacto de Lizarra, un intento de cambiar paz por autodeterminación al precio de romper el consenso de los demócratas en torno al Estatuto de Gernika.

Aquello acabó de la forma que se sabe. En julio de 2003, en la Universidad de Barcelona, Ollora hacía balance de "los errores [del proceso de Lizarra] desde la óptica de sus propios firmantes". Un error fue no prever el rechazo que la iniciativa produciría en "los partidos de ámbito estatal". Pero el fundamental fue confundir el plano de la paz con el "estrictamente programático (avance del proceso soberanista)", prorizando este último; con el efecto de convertir el pacto en un "acuerdo para el avance del programa nacionalista de la izquierda abertzale". El ahora senador Iñaki Anasagasti reproduce lo esencial de la autocrítica de Ollora en su libro de memorias Agur, Aznar (Temas de hoy. 2004).

En mayo de 2004, Jesús Eguiguren, presidente de los socialistas vascos, dio a la imprenta La crisis vasca. Entre la ruptura y el diálogo (Editorial Cambio), en el que, resumiendo ideas ya expresadas en Los últimos españoles sin patria (2003), planteaba las bases de un posible "arreglo" provisional y pragmático del problema de convivencia en Euskadi. Sugería que el PNV pasase a considerar el plan Ibarretxe como una propuesta de partido a confrontar con otras en busca de un punto intermedio entre el Estatuto de Gernika y la iniciativa soberanista del lehendakari. Y señalaba como posible terreno de encuentro una reforma del Estatuto siguiendo los trámites legales pero con el compromiso de que lo que llegase consensuado del Parlamento vasco sería ratificado en el Congreso.

Seguramente no fue esa fórmula concreta, sino las referencias a una posible consulta "que pueda afectar al propio vínculo con el Estado" lo que llamó la atención de Otegi. En Mañana Euskal Herria (Editorial Gara. 2005), dice que el punto de partida para su propuesta de Anoeta fue haber comprobado que "ya casi todo el mundo habla de respetar la palabra del pueblo", eufemismo de autodeterminación. También tuvo que sonarle bien la referencia de Eguiguren a dos negociaciones "en paralelo": la de paz por presos, entre ETA y el Gobierno, y la de contenidos políticos, entre los partidos.

Tal vez (pero no es seguro) la pretensión de Batasuna de invertir el orden previsto en la declaración del Congreso (primero la paz, luego la política) derive de haber tomado por posición del Gobierno esos tanteos puestos por escrito por Eguiguren, y de los que seguramente se habló en los encuentros con Otegi en el caserío de Elgoibar. Aceptar ese cambio de orden fue el segundo mayor error de los socialistas en el proceso abierto con el alto el fuego (el mayor: la falta de reacción al robo de pistolas, en vísperas de la votación de Estrasburgo). Pero es posible que tras esos errores existiera uno más de fondo: la hipótesis guipuzcoana (de inspiración catalana) de que había una fórmula para, a la vez, acabar con el terrorismo y con la hegemonía del PNV. La idea era que, una vez retirada ETA, y con su brazo político legalizado, sería posible una alianza de izquierda entre Batasuna y los socialistas para desplazar al nacionalismo conservador. ¿No había sido posible en Cataluña con Esquerra?

La hipótesis no se ha verificado. Zapatero se vio obligado, en defensa propia -a la vista de las encuestas-, a pactar el nuevo Estatut con Artur Mas, a costa de ERC, con el resultado de un respaldo por debajo del 50%. Y en Euskadi, ni ETA aceptó retirarse sin cobrar un precio imposible, ni Batasuna acatar la ley para volver a las instituciones. Mientras que Imaz emprendió el camino del regreso a la tradición centrista y autonomista del PNV, lo que le convirtió en un aliado más seguro que el pájaro volando de la izquierda abertzale. Quizás no esté lejos el día en que Eguiguren, preferentemente en Barcelona, reconozca que haber considerado irreversible la deriva soberanista del PNV fue un error del que derivaron otros que hicieron fallar su plan.

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