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Columna
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¿Condensada o diluida?

Andrés Ortega

Importa más el contenido que el envase. Con Nicolas Sarkozy en el Elíseo está claro que habrá que ir a un minitratado, pues el nuevo presidente francés no está dispuesto a volver a someter la Constitución europea u otro nuevo texto a un referéndum. Quiere que quepa en 20 folios. Eso no es lo más importante, sino que la Unión Europea vaya a más o a menos. Pues hay dos maneras básicas de abordar un nuevo tratado: condensar la Constitución, como quieren los que la han ratificado, o diluirla, como pretenden los eurorreticentes.

En Madrid y otras capitales, existe el convencimiento de que Sarkozy quiere conseguir del Consejo Europeo del 21 y 22 de junio un acuerdo político sobre un nuevo tratado, sobre su forma y su contenido, y encargar a una posterior Conferencia Intergubernamental su articulación técnica. Así demostraría que Chirac dejó que se pudriera el tema durante más de un año, pero que él lo ha rescatado. Claro que Sarkozy tuvo algo que ver en la voladura de la Euroconstitución al centrar su campaña en el referéndum en su oposición a la entrada de Turquía, lo que contribuyó al triunfo del non.

La condensación de la Constitución europea en un nuevo tratado es perfectamente posible

Los 22 países que no tienen problemas con la Constitución esperan a ver qué soluciones -antes de contenido que de forma- ofrecen los cinco reticentes (Reino Unido, Holanda, Polonia, República Checa, y una Francia que no se identifica con los anteriores). La prenegociación hace tiempo que empezó. Ahora con las elecciones presidenciales francesas despejadas, llega el momento de poner las cartas sobre la mesa.

La condensación de la Constitución en un nuevo Tratado es perfectamente posible. Lo hizo hace unos meses el Centro de Política Aplicada y la Fundación Bertelsman en Alemania. Eso sí, no lleva el atractivo título de Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, sino el más aburrido de Tratado por el que se enmienda el Tratado de Niza. Pero en ese ejercicio, en menos de 20 folios (frente a los 350 del texto original) se recoge casi todo, desde el ministro europeo de Asuntos Exteriores y su Servicio Exterior, al valor jurídico a la Declaración de Derechos Fundamentales, pasando por la extensión de las áreas a decidir por mayoría cualificada, la iniciativa popular para obligar a las instituciones a ocuparse de alguna cuestión, la geometría variable ("cooperaciones reforzadas") y la posibilidad de que un Estado se salga voluntariamente de la UE.

Ahora no se piensa en esta fórmula, sino en un tratado con sólo cuatro artículos. El segundo modificaría el Tratado de la Unión Europea (a su vez modificado en Niza) y otro tercero versaría sobre las políticas comunes. Pero se preservaría lo esencial de la Constitución, aunque disimulándolo, cambiándole el nombre y llamando de otra forma al ministro de Asuntos Exteriores.

La presidencia alemana de turno está dispuesta a dar a los británicos la capacidad de salirse (opt out) de las disposiciones en materia de Justicia e Interior. Y a los polacos la ampliación de la cláusula de solidaridad, además de ante ataques terroristas o desastres naturales, al campo de la energía. O reforzar algo el papel de los Parlamentos nacionales. ¿Insistirá Sarkozy en "proteger a los europeos"? Lo que les resultará a los polacos difícil es renegociar el sistema de votación de doble mayoría (Estados y poblaciones) que ahora favorece a España, cuya demografía crece mientras se encoge la polaca. Y ahora Varsovia no quiere dar tal ventaja a Alemania.

El peligro es que algunos aprovechen para ir quitando contenido al texto original, imperfecto, pero el mejor posible. Hay que resguardarse frente a las rebajas. Es lo que trata de impedir el núcleo duro que han constituido de manera informal tres fundadores que han ratificado (Alemania, Italia y Luxemburgo) más España y Grecia, para evitar que al cambiar de envase se pierda materia. Al menos, finalmente, esto se vuelve a poner en marcha. aortega@elpais.es

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