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Reportaje:

Rusia-UE, cumbre de artificieros

Las exportaciones de carne polaca y la energía han convertido las relaciones entre Moscú y Bruselas en un camino minado

Pilar Bonet

"Estamos rodeados de minas y debemos impedir que estallen". La frase no es de un artificiero en el campo de batalla, sino del jefe de la delegación de la Comisión Europea en Moscú, Marc Franco, y se refiere a la cumbre que la UE y Rusia celebrarán hoy y mañana en Samara, una ciudad junto al Volga. "La tarea de la cumbre es desactivar las minas para seguir caminando. Debemos abordar todos los problemas: la carne, el mandato para negociar un tratado de asociación y cooperación, la Organización Mundial de Comercio (OMC), la energía y otros temas que pueden transformarse en problemas políticos o dañar las relaciones", señala el funcionario.

Franco quiere ser optimista. Eso implica reconocer que algunos de los problemas existentes entre Rusia y la UE se han hecho más correosos. En Samara, a diferencia de otras cumbres, no habrá un logro concreto, perceptible como un paso adelante. Los interlocutores "no entienden siquiera lo que el uno quiere del otro", según Fedor Lukiánov, director de la revista Rusia en la Política Global. No se trata de una incomprensión entre extraños, sino entre vecinos unidos por una densa trama de vinculaciones políticas, económicas y culturales. Sobre los detalles técnicos fitosanitarios del problema de la carne se proyecta un trasfondo psicológico y emocional difícil de manejar.

En su relación con Rusia, algunos de los nuevos miembros de la UE tienen una experiencia más dramática que los países de la vieja Europa. Lejos de haberse tranquilizado sobre su seguridad, algunos nuevos desean ajustar cuentas con Moscú, y, sintiéndose protegidos, se aventuran peligrosamente a tocar la II Guerra Mundial, añade Lukiánov. Rusia, a su vez, se aferra al recuerdo mítico de aquella contienda, por ser este "el único acontecimiento del siglo XX" que el Kremlin ve como una experiencia positiva y capaz de aglutinar a toda la sociedad, señala el analista.

La exaltación de la lucha contra los nazis no impide a los dirigentes rusos tratar con desidia en su país tanto los restos de las víctimas de la guerra como a sus supervivientes. Ahora bien, a los responsables rusos les irrita sobremanera que los europeos pongan en duda los símbolos de esa guerra y entran en el juego de la provocación, como demostró su complacencia ante el asedio a la Embajada de Estonia en Moscú tras el traslado del monumento al soldado soviético en Tallin.

El enfrentamiento de diferentes memorias históricas se transforma en intransigencia en asuntos prácticos. Fuentes comunitarias señalan que durante tres semanas en abril existió la posibilidad de solventar el conflicto entre Polonia y Rusia y dar luz verde a la negociación del Tratado de Asociación y Cooperación entre Rusia y la UE. No obstante, ni polacos ni rusos quisieron que les vieran como los primeros en dar el brazo a torcer. El resultado fue que el problema de la carne sigue sobre la mesa y podría complicarse. Medios occidentales opinan que el Ministerio de Agricultura ruso lo utiliza para forzar una revisión de los términos del ingreso de Rusia en la OMC. Al iniciar su gestión en 2000, Putin se presentó como un europeo convencido. Hoy, parece decepcionado y seguramente no podrá dejar firmado el tratado con la UE, que habría sido una buena culminación de su mandato.

Los problemas se han acumulado. "Los rusos emplean el arma energética y los europeos, el arma moral. Los rusos están hartos de que los europeos les den sermones sobre los derechos humanos y la democracia y los europeos están hartos del nihilismo jurídico de los rusos", dice Lukiánov. Una parte de la irritación expresada por Moscú puede ser retórica preelectoral, pero el sucesor de Putin puede ser más cerrado y más nacionalista que el actual presidente. De ahí que Lukiánov considere acertado que Letonia haya renunciado a añadir un prólogo al tratado fronterizo con Rusia y se apresure a ratificarlo.

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Parte de la incomprensión se debe a la tendencia de los veteranos de los servicios de inteligencia "a ver el mundo en blanco y negro", como el mismo Putin, opina el analista. Los espías "no deberían ocupar puestos de máxima responsabilidad política, porque tienen una visión simplificada del mundo", señala.

Las posiciones monolíticas en público tienen fisuras internas. En privado, los viejos socios europeos acusan a los nuevos de ser el caballo de Troya de EE UU en temas como la defensa antimisiles. Además, opinan que la UE ha sido demasiado tolerante con Estonia y Letonia, por ejemplo, en la "mezquina política" de estos países con sus minorías rusas. A su vez, los políticos rusos discrepan de la retórica agresiva de sus dirigentes y ven con lucidez la terrible historia de su país. Más inquietante que este desdoblamiento de unos y otros es que rusos que fueron hasta ahora europeístas convencidos tienen un conflicto de lealtades impensable hace unos meses.

En tanto se despejan las incógnitas y se desactivan las minas, Rusia y la UE deben buscar una tarea común para evitar que el vacío se llene de elementos negativos. "Hay que buscar una misión que cumplir, un horizonte compartido, mientras se va sedimentando la historia y crecen nuevas generaciones", señala un diplomático comunitario. Según Lukiánov, el desafío que se plantea hoy es comparable al que afrontaron los padres de la Europa comunitaria en la posguerra.

El presidente ruso, Vladímir Putin, ayer en una residencia oficial de las afueras de Moscú.
El presidente ruso, Vladímir Putin, ayer en una residencia oficial de las afueras de Moscú.REUTERS

Hacia un nuevo acuerdo

El Acuerdo de Asociación y Cooperación (AAC) entre la Unión Europea y Rusia, que expira a fines de noviembre, entró en vigor en diciembre de 1997.

Bruselas y Moscú se habían propuesto comenzar a negociar un nuevo AAC en 2006 para sustituir al vigente cuando éste expire. Sin embargo, Polonia bloqueó el proceso al vetar el mandato de las negociaciones, lo que supone que las partes no pueden formalizar las ideas que constituirán la nueva base de la relación. Uno de los puntos clave del nuevo AAC, desde el punto de vista europeo, debería ser un capítulo energético que recogiera las ideas básicas del Tratado de la Carta energética, documento de los noventa que Moscú considera ya enterrado.

Hasta que se firme un nuevo AAC, el actual se irá renovando anualmente. El vacío legal no se prevé, dada la existencia de una densa trama de relaciones institucionales y de otros acuerdos. El AAC recoge un amplio temario, desde las relaciones económicas y comerciales a las políticas, y la colaboración en el campo de derechos humanos y establece también la celebración de dos cumbres anuales de jefes de Estado o Gobierno, una de las cuales es la de Samara.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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