Que el hormigón no lo devore todo
Si yo fuera alcalde de un pueblo como Morata, entre el Tajuña y la plaza del Conde de Casal, pueblo del que no soy vecino, pero vivo en él, por lo tanto mi pueblo de adopción, creo que sin ninguna clase de prejuicios, le acarrearía como primer compromiso cultura y más cultura; eso sí, de la mejor y no de la de los tiempos que corren. Intentaría que mis vecinos definieran con más exactitud, para el bien de todos, aquello que a todos nos gusta recordar como lo nuestro.
Si yo fuera alcalde les empujaría amorosamente a la recuperación de la mirada estética, mirada que hemos perdido en el proceso de la contemporaneidad mal entendida.
Sí, no me cabe duda, de que si yo fuera alcalde les haría entender que en este caso cultura también sería recuperar la hermosura de su valle de antaño, su vega que aún conserva los caces. Extraordinario ingenio que los árabes legaron a esta zona como la mejor herencia, canales por donde aún discurren las aguas del Tajuña irrigando y fertilizando las tierras de este único y adormecido paisaje de la Sierra Pobre de Madrid, tal y como la quieren llamar en los circuitos de la rica y fatigosa periferia de la capital.
¡Claro!, que si yo fuera alcalde, no olvidaría contarles que cultura es saber y entender que vivimos en la primera década del siglo XXI. Y que si bien es verdad que los nuevos avances técnicos de hoy en día nos empujan de forma irremediable hacia un futuro distinto, les aconsejaría una reflexión tranquila y sosegada que nos ayudase a entender e interpretar debidamente aquello que nos ocurre, y no siempre de la mejor manera.
Este alcalde sabe y escucha que en los últimos tiempos se habla con frecuencia, y con gran complacencia, del desarrollo sostenible o sostenido, sea lo que sea, y que en muchos casos este desarrollo termina en un paisaje desolador de hormigón y ladrillo arrasando los más bellos parajes de nuestro entorno. Bien es verdad que las necesidades de hoy demandan este desarrollo, al que no me opongo, no obstante, deberíamos ser más sensibles y cuidadosos, teniendo siempre en cuenta los límites para el bienestar y la felicidad que añoramos.
"Cultura y más cultura" sería mi leit motive, pero yo no sé si me sería posible desempeñar este oficio de regidor de este pueblo. Vivir día a día la perplejidad a que me somete el rumor y el conocimiento del uso y posible abuso de este poder, necesariamente salvando tiempo y distancia me trae de nuevo a la memoria el recuerdo del mejor alcalde de nuestra literatura universal, el alcalde de Zalamea.
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