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Reportaje:

México gasta el último cartucho

Las primeras bajas del Ejército en el combate al narcotráfico hacen temer un fracaso que dejaría al país a merced del crimen organizado

María Rosa Flores y los 10 integrantes de su familia pasaron más de una hora tumbados en el suelo o debajo de las camas durante el tremendo tiroteo entre soldados y narcotraficantes. "Presentía que un día ocurriría algo así", reconoce doña Berta, otra vecina del barrio, que habla de inseguridad y miedo, porque "cada día hay balaceras". Las huellas de la batalla están presentes en varias casas. La vivienda que ocupaban los delincuentes quedó calcinada por las granadas de fragmentación y un bazucazo, antes del asalto final de los soldados, que encontraron cuatro cadáveres.

Los recientes sucesos del 7 de mayo en la ciudad de Apatzingán, en el Estado mexicano de Michoacán, muestran el tenor de la guerra declarada por el Gobierno de Felipe Calderón al crimen organizado. Seis días antes, cinco militares, incluido un coronel, murieron acribillados en un ataque de un numeroso grupo de sicarios a una unidad del 12 Batallón de Infantería, en la localidad de Carácuaro, en territorio michoacano.

En el pasado, los únicos grupos que se atrevieron a enfrentarse directamente al Ejército mexicano fueron las organizaciones guerrilleras. Hoy son los carteles de narcotraficantes quienes disponen de recursos y capacidad operativa para poner en jaque al Estado. La movilización de los soldados en la guerra contra el narcotráfico empezó el pasado 11 de diciembre con la Operación Conjunta Michoacán, a los pocos días de la investidura de Felipe Calderón. El nuevo presidente mexicano acudió a su Estado natal, y en el cuartel de Apatzingán dio su apoyo a la tropa vestido con gorra y casaca militares.

Las imágenes de los últimos enfrentamientos que difunde la televisión parecen de un país en guerra abierta; una revista titula en portada Narco, el Irak de Calderón; los caricaturistas dibujan en los periódicos un México deslizándose hacia naciones como Afganistán. Más allá de las exageraciones, habituales en situaciones de crisis, la directa implicación de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico ha abierto un debate encendido en México.

En la calle, entre los analistas y en las filas de las fuerzas políticas hay opiniones divididas. "Quiero que los soldados se queden mucho tiempo. Me siento más segura", confía doña Berta frente a su casa de la colonia Miguel Hidalgo, en Apatzingán. "Pero que no nos roben", interviene su hija, que explica que el día del enfrentamiento los soldados registraron su casa y se llevaron 400 pesos (unos 40 dólares) ocultos debajo de un colchón. La actuación de la soldadesca los últimos días ha suscitado denuncias de malos tratos y violaciones de derechos humanos por parte de algunos vecinos. María Rosa Flores no ve con buenos ojos la llegada de más tropas, ni los registros. Asegura que la vida en el barrio era tranquila y que en la casa de enfrente, en la que recibieron a balazos la llegada del Ejército, vivía una mujer joven, de buen ver, que a veces llegaba con dos niños y que no se metía con nadie. Su cadáver yacía entre hierros calcinados cuando terminó la refriega.

Berta y María Rosa, dos vecinas, dos versiones distintas de lo que ocurre en Apatzingán, ciudad disputada por los narcotraficantes desde hace años y epicentro de ajustes de cuentas entre bandas rivales. "Hoy la guerra entre los carteles de la droga es por el control de territorios para actividades ilícitas", explica Gabriel Mendoza, antiguo secretario (ministro) de Seguridad Pública del Gobierno de Michoacán. "Apatzingán es un punto estratégico", precisa, "que está a una hora y media del puerto de Lázaro Cárdenas, a 30 kilómetros de la autopista Morelia-Guanajuato, y a 16 horas de Tejas". Lázaro Cárdenas es el puerto del Pacífico mexicano más próximo de Estados Unidos por carretera.

No es fácil obtener declaraciones de los habitantes de Apatzingán, de Aguililla, Tepaltepec, Parácuaro, La Huacana, Coalcomán y el resto de la veintena de municipios del valle de Tierra Caliente, donde se han producido casi un tercio de los asesinatos vinculados con el narcotráfico en el Estado de Michoacán. Son muchos años de convivir con el crimen organizado, sinónimo de violencia, pero también de "fuente de trabajo" para muchos. "Aquí la regla de oro es ver, oír y callar", dice el secretario de Comunicación del Ayuntamiento de Apatzingán. Esta regla, ¿vale también para las autoridades? "Le hablo como ciudadano y no como autoridad", precisa.

En Morelia, capital del Estado, se habla con más soltura. Jorge Hidalgo, un periodista que ha trabajado en diversas redacciones, comenta que en los pueblos todo el mundo sabe a qué se dedica el vecino. "Nadie denuncia nada porque no hay confianza en la autoridad". Hidalgo asegura que el crimen organizado ha conseguido permear e influir en todos los estamentos de la sociedad. Por ejemplo, en los medios de comunicación, a base de sobornos. "Luego viene la amenaza". El periodista sostiene que "no hay héroes en esta guerra" y que "los medios de comunicación no la van a ganar". Por consiguiente, la pauta de comportamiento de los informadores es la autocensura y la renuncia a investigar toda noticia que tenga que ver con el narcotráfico.

Jorge Hidalgo reconoce que el Ejército mexicano no está adiestrado para la guerra y que lleva décadas sin combatir. Pero es la última esperanza. "No quiero que el Ejército fracase, por el bien de mi país. Si pierde, perdemos todos", sentencia. En opinión de Javier Ibarrola, especialista en Fuerzas Armadas, los militares son la única fuerza capaz de hacer frente a una delincuencia envalentonada como nunca. México, añade, "no cuenta con una policía capaz, honesta, comprometida, adiestrada, bien pagada, bien armada y bien equipada".

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