Masaje
-¿Masaje, siñol?
-Venga.
Uno se harta de decir que no. Ha pasado el latero, ofreciendo bebidas. Que no. Luego el subsahariano, con una amplia oferta de gafas de sol. Ya llevo, gracias. No ha pasado todavía el de las películas, pero no tardará.
La chica oriental se ha arrodillado en la arena, despliega un paño blanco, de seda, y me invita a estirarme sobre él. El termómetro marca 20 grados en la playa de la Barceloneta, delante del Club Natació Barcelona. Textiles y nudistas conviven en este rincón de costa en perfecta armonía, constituyendo otra de estas estampas de modernidad y liberalidad de la ciudad que tanto gustan a Giovanni Veronesi (en su película Manuale d'amore 2, la ciudad aparece en dos sketches: uno sobre una pareja de homosexuales que acuden a casarse; el otro, sobre un matrimonio que se somete a fecundación asistida. Barcelona, Meca de la tolerancia). El agua todavía está fría, pocos se atreven a bañarse. Los que lo hacen son niños o personas mayores: siempre son los más intrépidos a la hora de inaugurar la temporada de baños.
-Son sinco euros espalda, dies euros todo.
-¿Todo?
-Piernas también.
Va vestida de pies a cabeza, con gorrita blanca, calcetines y zapatos. Habla un castellano muy precario, aunque suficiente para cerrar el trato. Saca del bolsito un mejunje oleoso y empieza a untar la espalda.
-¿Cómo te llamas?
-Tching-tching.
La t, la ch y la g final se las pongo yo, para darle un aire más chino. Ella ha dicho "Chin-chin", así, como un brindis, y se ha reído "ji, ji, ji" (yo pensaba que eso era un tópico del cómic; ahora veo que no). No le he preguntado si es su nombre verdadero o de arte, tampoco me habría comprendido. Es de Shanghai, hace un año que llegó a España. Creo entender que en su país ya se dedicaba a esto. Me dice que aparte de los bolos de playa también trabaja en una casa de masajes.
-¿Dónde vives?
-Fondo.
Fondo, el chinatown de Santa Coloma de Gramenet. La semana pasada se convocó en Barcelona una manifestación contra la inmigración asiática por el cierre de una charcutería local y su posible sustitución por un negocio regentado por chinos. La protesta no llegó finalmente a celebrarse por falta del permiso preceptivo, pero no dejó de ser una noticia preocupante. También oí en una entrevista por la radio al joven periodista napolitano Roberto Saviano, que viajó para presentar su libro Gomorra, decir que en Nápoles, igual que en Barcelona, no había entierros de ciudadanos chinos: las mafias se encargaban de hacer desaparecer los cadáveres. Brrrr. También se dio a conocer el vídeo del PP sobre la inmigración en Badalona: los jóvenes sospechosos que aparecen en un parque hacia el final de la grabación no son asiáticos, sino magrebíes, a juzgar por el color de la piel y la música árabe que va sonando de fondo, pero da igual, todo es alimentar la desconfianza hacia el extranjero.
Pero Tching-tching no parece pensar en nada de todo esto, se halla muy concentrada en el masaje, sus dedos corren veloces por la espalda, desde la base del cráneo hasta la rabadilla. Sus manos imprimen una presión que no se corresponde con su pequeña talla. Palmea con energía y pellizca la carne para luego soltarla produciendo un suave chasquido.
"¿Duele?", me pregunta al presionar las vertebras maltrechas. Le digo que un poco y afloja. Su castellano es, en efecto, muy rudimentario, pero observo que le basta para ejercer. Acabada la espalda, con un gracioso gesto pone mi pierna sobre sus muslos y prosigue la tarea. En ésas llega Gianluca para la foto. Yo me he esforzado para hacerle comprender que soy periodista, pero estoy seguro de que no me ha comprendido. Mi impresión se ve corroborada cuando el fotógrafo empieza a disparar y ella pregunta bajito:
-¿Policía?
-No, tranquila, es un amigo, journalist, como yo-. Con lo de "amigo", Tching-tching ha tenido suficiente, lo demás da la impresión de que no le preocupa nada.
-¿Tu amigo también masaje?-, pregunta; pero no, a Gianluca le aguardan otras fotos en otros lugares.
Cómo ha cambiado todo. Hace muchos años, por la playa de Torredembarra pasaba cada día un hombre bajito con acento andaluz y una nevera de porexpán a la espalda que vociferaba: "¡Cocos, cocos, cocos!". De vez en cuando aparecía también un vendedor de alfarería, con un burro cargado con la mercancía. Los toldos, de cañizo, se alquilaban para toda la temporada. Daban una sombra muy fresca, la brisa se colaba por las rendijas. Óscar Tusquets ha elogiado la calidad de esa sombra en uno de sus libros. Hoy, sin embargo, parece que el sol ha ganado la partida: desde el rincón de la Barceloneta en que me encuentro no diviso ni una sola sombrilla en toda la playa.
-¿Cosquillas, siñol? Ji, ji, ji.
Tching-tching se ha aplicado con fuerza sobre la planta del pie y he dado un respingo. Pero luego me acostumbro y hasta encuentro que es la parte mejor del masaje. Aunque por experiencias anteriores sé que no conviene pronunciarse sobre la eficacia del tratamiento hasta la mañana siguiente, que es cuando salen los problemas. Pero no, han pasado un par de días y me encuentro perfectamente.
-¿Tú mañana aquí, siñol?-, pregunta Tching-tching. Bueno, tampoco es cuestión de exagerar, pienso, pero le digo que tal vez.
-Tú ya sabes, yo siemple aquí, siñol, siemple aquí-, se despide.
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