_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Valencia, antifascista

Hace ahora setenta años, en el verano de 1937, mientras la guerra desangraba España y amenazaba ya desde Berlín a toda Europa, el segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas iniciaba aquí su andadura. Y lo cierto es que nunca como entonces esta ciudad llegó a verse reflejada en el espejo de la mejor literatura mundial: Ernest Hemingway, John dos Passos, W.H. Auden, Alejo Carpentier, Max Aub, León Felipe, Alberti, Machado... A muchos de ellos se les podía ver paseando por los jardines de Viveros, o entrando en un teatro de la calle Trinquete de Caballeros y abarrotando los cafés. Algunos estaban de paso, sólo para obtener un permiso o trabajar como corresponsales en distintos medios; otros se quedaron más tiempo. La ciudad era un hervidero que reventaba por todas sus costuras sobre todo cuando se produjo el traslado del Gobierno y empezaron a llegar miles de refugiados.

En el hotel Palace de la calle de la Paz, y en el Metropol y en el Londres, decenas de periodistas de medio mundo escribían a máquina compulsivamente mientras apuraban sus cigarrillos americanos y reclamaban en idiomas extranjeros conferencias que siempre se cortaban. En la esquina de la calle de la Paz con la calle Comedias se hallaba el Café Ideal Room con veladores de mármol y baldosines blancos y negros, donde tenían lugar las tertulias más vivas. Bajo sus ventiladores de aspa, que hoy sirven de adorno a una elegante tienda de lencería fina, se forjaron esperanzas y amistades para toda la vida, pero también desengaños encarnizados como en cualquier lugar donde la pasión enseña sus tripas.

Contaba Haro Tecglen en sus memorias, que muchos de los madrileños evacuados en los camiones del Quinto Regimiento, al principio no supieron entender Valencia y cuando aprendieron a quererla, era ya demasiado tarde. Bromeaban sobre el idioma y con el hambre a la espalda se permitían hacer ascos a los pollos abiertos en canal y a los caracoles y a las anguilas vivas del mercado Central, desdeñando con arrogancia capitalina a una ciudad que les ofrecía todo cuanto tenía.

Valencia era cortés, aromática y generosa. Tenía esa calidad de refugio de ciertas ciudades que en un momento dado se ven colocadas en el punto de mira del mundo y saben estar a la altura de lo que se espera de ellas. Diplomáticos, corresponsales, espías, escritores que se reunían por la noche en el bar Wodka y brigadistas de todos los puntos cardinales, hacían de ella un cosmos fascinante.

Cuesta mucho reconocer aquella gran urbe del mundo en esta Valencia de hoy tantas veces ensimismada en la contemplación de su propio ombligo. No sé en que mal momento aquella ciudad republicana y soñadora empezó a enclaustrarse en un caparazón de crustáceo que redujo su horizonte a un puñado de lugares comunes de la derecha más rancia. Pero todavía existen algunos momentos en los que a la salida de un mitin electoral donde palpita la esperanza o al doblar la esquina de una calle cualquiera, de pronto, como si una ráfaga de viento luminoso levantara la punta de un velo, aparece debajo, brillante y nítida, la estela de aquella ciudad abierta que fue el último territorio libre, cuando Madrid era sólo Madrid y Valencia era la capital de la República.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_