Antoñete
El maestro Antoñete había cruzado España de este a oeste. De Hellín a Badajoz. Atrás quedó el glorioso torero de 1985 y su emotiva -segunda- retirada en Las Ventas. Corría marzo de 1987 cuando volvió a los ruedos para atravesar la piel de toro. "Me encuentro bien, he descansado dos años; pienso que no debí retirarme en mi mejor momento, por eso vuelvo". Antonio toreó en 1987 unas cuantas corridas. Hizo una campaña corta, gris, opaca. Volvió, descansado, el torero de los años negros, al que seguía un puñado pequeñito de incondicionales. A los dioses del toreo no les sienta bien el descanso. Por lo que en 1988 decidió seguir. En Madrid, en su plaza de Las Ventas, junto a Curro Romero y Manili.
De nuevo la verónica, honda, rotunda, clásica. La media tan suya; verónica sobria y recargada a la vez. Y con la muleta, la distancia -el cite de lejos-. El terreno, eso de torear entre las rayas de picar, y el temple. Despacio, la mano baja, el redondo fluido. El natural largo, tan largo, que cuando remataba nadie se acordaba del comienzo. Y el de pecho obligado, sin ratimagos, de pitón a rabo.
La tauromaquia de Antoñete: la trinchera, el trincherazo, el ayudado por bajo, rodilla flexionada. Aquella rodilla que Joaquín Vidal proclamó monumento nacional. El molinete, los cambios de mano, el pase del libro... La maravilla del toreo accesorio que en Chenel se convierte en fundamental. La fusión del clasicismo castellano y rondeño con el barroco de Triana. Cayetano, Pedro Romero y Belmonte. Grandeza de un creador. Volvió Antoñete, tras cruzar España, cansado como un dios del toreo, para dictar su penúltima lección magistral. Cosas de torero.
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