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Columna
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Mayo en Malasaña

Nunca se vieron muchas maravillas por aquí, pero siempre corrió la mala saña, los malos vientos que soplaron estos días atrás sobre la plaza del Dos de Mayo y sus aledaños vienen de lejos, soplaban ya por estos andurriales antes de los heroicos, gloriosos y luctuosos sucesos que acaecieron en 1808, cuando los vecinos de este barrio insumiso y emblemático tomaron las armas del cuartel de artillería de Monteleón para enfrentarse a cuchilladas al mejor ejército del mundo, a los invictos granaderos de Napoleón; a cuchilladas porque -cuenta Pedro de Répide- los vecinos escogieron preferentemente armas blancas, que sabían, y solían, utilizar más y mejor que las de fuego, incluso llegaron a desmontar las bayonetas de los fusiles para usarlas como cuchillos.

La política, la mala política, seguiría dejando secuelas en el histórico y patriótico solar

La mala saña del barrio había brotado en aquellos andurriales siglos antes, cuando el tercero de los Felipes hizo erigir en una plazuela cercana una cruz de piedra para dar gracias a los cielos por haber fulminado con un rayo divino un refugio de moriscos que por allí acampaban.

Unos años después y no muy lejos de la cruz infame, su hijo Felipe IV mandaría clavar y exhibir sobre unas picas las manos cortadas de unos vecinos de la zona, presuntos coautores o cómplices en un atentado que, como toda la corte sabía, el rey el primero, había sido cosa de nobles desafectos e insumisos.

El rey pasmado, beato, mujeriego, y acosador de novicias, acostumbraba a zascandilear con nocturnidad y de incógnito por estas calles trufadas de conventos, garitos y lupanares, acompañado siempre por los mejores espadachines de la corte, como don Luis de Haro, primer espada del reino.

La nota de palacio en la que se adjudicaba la autoría de la emboscada a los matones del barrio sirvió como cortina de humo para ocultar las conjuras políticas de los cortesanos descontentos.

La política, la mala política, seguiría dejando secuelas en el histórico y patriótico solar del Dos de Mayo, su cercanía con la Universidad Complutense, instalada desde comienzos del siglo XIX en la calle de San Bernardo, prolongaría algaradas y enfrentamientos entre estudiantes y guardias, sucesos que, como verán, han llegado hasta nuestros días.

Maravillas cambió su nombre por el de Malasaña de mala gana y de resultas de un plan urbanicida pergeñado por el último Ayuntamiento franquista, la frontera de la demolición prevista se situaba, con alevosía, en la calle de Manuela Malasaña, junto a la glorieta de Bilbao. Demolido el viejo mercado del barrio y trasladada la universidad a las proximidades de la Moncloa, Maravillas-Malasaña, con una población envejecida y empobrecida, parecía presa fácil para los especuladores y sus cómplices, pero la baratura de los alquileres de las viejas corralas abandonadas por los estudiantes había creado en el barrio una renovada población joven y rebelde; jipis, progres, pasotas, ésos eran los calificativos más usados en los medios para clasificar a la variopinta fauna recién llegada. En las fiestas de 1976, viejos y nuevos vecinos se unieron para reivindicar su antiguo barrio, galdosiano y ramoniano (de Gómez de la Serna), sobre el que se querían edificar modernos centros comerciales y bloques de pisos de lujo.

Pero la movida de las movidas de la premovida tuvo lugar el 2 de mayo de 1977 cuando una espontánea legión juvenil tomó la plaza y se les subió a las barbas a Daoíz y Velarde, que montaban guardia bajo el arco nada triunfal de Monteleón.

Esta vez las reivindicaciones eran puramente lúdicas, sexo, droga, alcohol y rock and roll para todos. Aquello fue una especie de prebotellón, sin botellas, porque en todas las esquinas vendedores clandestinos despachaban absenta pura y dura y en las tabernas las cañas estaban tiradas.

Prohibidas por cuarto año consecutivo, las fiestas del barrio degeneraron en batalla campal, aunque esta vez los enemigos no eran los franceses sino los guardias de la porra, algo afrancesados eso sí, dignos émulos de sus colegas parisinos, expertísimos en dar caña a jóvenes, inmigrantes, estudiantes o desempleados con la bendición de Sarkozy, el gran enterrador de Mayo del 68, un político muy admirado por sus colegas de la derecha española, todo un ejemplo a seguir para Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón. ¡Vive la France!

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