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Elecciones presidenciales en Francia
Columna
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Uno de los suyos

Andrés Ortega

Un nuevo grupo está asumiendo la dirigencia colectiva de Europa y de una parte del mundo. Nicolas Sarkozy, tras su victoria, será una de sus piezas clave. Representa, con Merkel, la llegada al poder en París y Berlín de una nueva generación que no tiene vivencias directas de la II Guerra Mundial ni de los orígenes de la construcción europea. Pese a sus raíces, Sarkozy puede significar el fin del gaullismo, como manera de entender Francia y Europa, y de entenderse con EE UU. Pero, cuidado, pues aunque se ha declarado a favor de ampliar las decisiones por mayoría en la UE, desempolvó en su debate con Royal el viejo y muy gaullista Compromiso de Luxemburgo de 1966 de recurso al veto ante intereses vitales.

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La renovación de este liderazgo colectivo llegó en España con Zapatero, en Alemania con Merkel, en Austria con Gusenbauer, y próximamente lo hará en Londres con el escocés Gordon Brown, que sucederá a Blair por dos o tres años, aunque está por ver cuánto durará tras el varapalo en las elecciones en Escocia y en las municipales. Fuera, con Shinzo Abe en Japón, con el sucesor de Putin al frente de Rusia en 2008, y de Bush en enero de 2009, lo que facilitará el diálogo transatlántico con unos Estados Unidos que tienen muchas posibilidades de seguir por entonces en guerra en Irak. No cabe esperar una actitud continuista ni conservadora por parte de este grupo que, salvo Zapatero, gira en torno a los 50. Está obligado a ser rompedor, o la realidad lo romperá.

En la UE, los anteriores hicieron el grueso de la Constitución europea (Zapatero llegó prácticamente al final) y se la cargaron (no sólo Chirac, sino también Blair y otros). Lanzaron el euro real, pero de no haberlo inventado los precedentes (Mitterrand, Kohl, González y cía.), ni se lo hubieran planteado. Ahora tendrá que ser este nuevo liderazgo el que resuelva la situación creada con el pinchazo de este texto en Francia y en Holanda. En general (Zapatero puede ser una excepción), son menos europeístas en el sentido tradicional. Brown no parece haberse interesado nunca por Europa, y no es previsible que cambie excesivamente ahora que Blair ha descolgado la espada de Damocles de un referéndum en el Reino Unido.

A este grupo no le importará jibarizar la Euroconstitución y reducirla al minitratado que propone Sarkozy (idea que han hecho suya Merkel y hasta Zapatero, según afirmó el francés en el debate del pasado miércoles), y concentrarse en acciones europeas y reformas económicas concretas, aunque en materia de reformismo la canciller alemana, frenada por la coalición con los socialdemócratas, no ha sido tan atrevida como se esperaba, y está por ver qué da de sí un Sarkozy muy proteccionista. En todo caso, la triada dirigente en la UE en los próximos años va a ser la de Merkel, Sarkozy y (de momento) Brown. Sería la ocasión para Zapatero (fuera de nuestras fronteras no parecen apostar por Rajoy, aunque se pueden equivocar, claro) de meterse en este núcleo, y corregir así lo que no hizo para llenar la crisis en el liderazgo europeo tras el no de franceses y holandeses.

Sarkozy, un gran amante de España, parece sentir cierto desapego hacia la UE. En un principio se alejó de la idea de que el eje franco-alemán fuera tan esencial, aunque luego rectificó. Pero probablemente no vea en la UE más posibilidades para que Francia gane peso en el mundo. Por eso, entre otras razones, propugna una Unión Mediterránea, necesaria en sí, pero que le daría más juego a París, incluso integrando en ella a Turquía que el nuevo presidente francés no quiere ver entrar en la UE. De hecho, su victoria puede acentuar la crisis de la democracia turca.

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Con Sarkozy, Francia puede virar respecto a dos conflictos en los que España tiene tropas comprometidas. El impulso del gran despliegue en Líbano fue muy particular de Chirac, que mantiene estrechas relaciones con la familia Hariri. Y en Afganistán no parece que sea un entusiasta de seguir, aunque una vez en el Elíseo puede cambiar.

Con este equipo, entraremos en la tercera y posiblemente última década de la transición mundial que empezó en 1989. ¿Estará a la altura de lo que se demanda? aortega@elpais.es

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