El primer ministro israelí dice que no va a dimitir
Es aventurado descifrar los efectos que tendrá el informe de la Comisión Winograd sobre el desprestigiado Gobierno israelí. Entre otras razones porque es pronto para adivinar la reacción popular y la actitud de los partidos que forman la heterogénea coalición gobernante. Sólo se conoce una certeza: Olmert aseguró ayer que no piensa dimitir.
En la breve historia del Estado sionista existe un precedente de una coyuntura similar. La Comisión Agranat, que investigó la guerra de Yom Kipur, de octubre de 1973, se cebó en el estamento militar y exculpó a los dirigentes políticos: la primera ministra Golda Meir, el ministro de Defensa Moshe Dayan, el responsable de Exteriores Abba Eban y el titular de Trabajo Isaac Rabin. Pesos pesados en el campo político y militar que habían desempeñado un papel decisivo en la fundación de Israel y en las guerras de 1948, 1956 y 1967.
Dimitieron en bloque. Y eso que habían ganado las elecciones en diciembre de 1973 con excelentes resultados. Ante las masivas protestas, Meir tuvo la dignidad de poner punto final a su carrera política. Tomó el relevo Rabin. Pero también aguardaban su momento Menahem Begin e Isaac Shamir, mandamases de la derecha conservadora, gente con carisma capaces de arrastrar tras de sí al pueblo israelí.
Hoy el panorama es radicalmente distinto. Olmert promete luchar a brazo partido por conservar el puesto y ningún analista israelí vislumbra quién puede poner coto a la desazón que embarga al ciudadano medio. Porque entre quienes aspiran a tomar el relevo destacan los ex primeros ministros Benjamín Netanyahu (Likud) y el laborista Ehud Barak. Nada nuevo bajo el sol. Como en 1973, será imprescindible el empujón de la calle para desbancar a Olmert. Ayer se veía por dónde van a ir los tiros de la movilización. El símbolo, aparentemente, serán las tarjetas rojas que miles de ciudadanos mostrarán el jueves en Tel Aviv.
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