Los afrancesados
El libro se títula Dictionaire des chanteurs francophones de 1900 à nos jours. Lo compré hace años y no puedo ofrecer otra justificación coherente que no sea la enfermedad del coleccionismo: es un tomo feo, como corresponde a tantas publicaciones oficiales. Lo editó en 1989 el Consejo Internacional de la Lengua Francesa, dependiente de la parisiense Casa de la Francofonía.
Y ni siquiera contenía una información maravillosa: las biografías son breves, sin discografía.
Sin embargo, resultó ser una mina. Por lo que revela el criterio de inclusión. Es bien conocido que los franceses nacionalizan a cualquier artista que vivió en el hexágono, aunque se llame Pablo Picasso o Samuel Beckett. El "Diccionario de los cantantes francófonos de 1900 a nuestros días" demuestra que el proceso de asimilación también se aplica a los, en frase de Leonard Cohen, "obreros de la canción".
Aparecen foráneos que residen o residieron en Francia, aunque no cantaran en francés: Atahualpa Yupanqui, Paco Ibáñez, Quilapayún, Cuarteto Cedrón, Daniel Viglietti, Angel e Isabel Parra. ¿Cuestión de simpatías políticas? No, comparten espacio con intérpretes nada "rojos", como Gloria Lasso y Luis Mariano. El argumento subyacente es que los inmigrantes enriquecen la cultura del país de acogida. Pero el autor del libro, Alain Noyer, no se conforma. También suma a cualquiera que haya actuado en los grandes teatros de París: Lluis Llach, María del Mar Bonet, Mercedes Sosa.
Desde luego, si alguna vez cantó en francés, zas, al saco: Julio Iglesias también es artista francófono. Como el argentino Jairo o los multinacionales Machucambos.
Sí, se presta a bromas. Pero también evidencia las plusvalías de esa política de puertas abiertas a los creadores. En España, ya se sabe, preferimos fichar deportistas de elite: que nadie espere encontrar papeles oficiales españoles que celebren, por ejemplo, la inyección de talento musical que supuso, a mediados de los setenta, la llegada de aquellos exiliados de las mortíferas dictaduras del Cono Sur. Todo lo más, se recuerda el triunfo de Tequila o el ejemplo de Moris, que enseñó a muchos roqueros a cantar en español y a retratar románticamente el entorno urbano; sin embargo, ellos fueron apenas la punta del iceberg de una invasión de laboriosos músicos argentinos y uruguayos que llenaron grupos, orquestas, academias.
Al menos, ellos pudieron trabajar. Otros refugiados políticos encontraron una España más antipática. Por ejemplo, los músicos cubanos que huyeron de los comisarios políticos castristas, que les imponían no solo dónde sino también qué música tocar (para los incrédulos, leer la entrevista del economista sueco Mats Lundahl a Bebo Valdés en el número 43 de la revista "Encuentro"). Bien, a principios de los sesenta, tanto Bebo como Cachao intentaron ganarse la vida en España...y fracasaron. Tardaríamos treinta y tantos años en volver a escucharlos.
Frente a esas miserias, el cosmopolitismo francés sigue siendo modelo a imitar. Y su propia música pop, asombrosamente variada y estéticamente ágil.
Lástima que, a finales de los sesenta, en España se dejara de prestarla atención. Esa es otra historia sonrojante: cuentan que fue una imposición chulesca de un mandamás de la radio, un personaje americanizado y -típico de cierto talante carpetovetónico- alérgico a lo francés. Todavía estamos pagando aquella cacicada.
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