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Reportaje:

Caminando por la carretera de Babel

Los accesos a las zonas freseras de Huelva registran mareas de inmigrantes que circulan durante horas a pie

Circular por las carreteras de Huelva, en especial por las que transitan entre los municipios de Almonte, Moguer, Palos de la Frontera y el enclave de Mazagón significa adentrarse en un mundo multirracial, multicultural y multinacional. Si se hace antes de las tres de la tarde, se contempla el duro trabajo de las cuadrillas de miles de jornaleros que fuerzan sus lumbares, día tras día, en la recogida de la fresa, bajo los invernaderos. Por la tarde, la imagen es diferente. Los mismos temporeros, casi en fila india, patean las carreteras con rumbo a los núcleos urbanos o gasolineras próximas para comprar comida en supermercados, utilizar los locutorios o visitar algún mercadillo.

Rumanos, polacos, marroquíes y subsaharianos, en su mayoría mujeres, visitan cada año la provincia de Huelva, contratados en sus propios países de origen, para trabajar en la recogida de la fresa. Este año se espera la llegada de unos 30.000. Dedican al tajo seis horas y media al día y cobran un jornal de 33,60 euros por día trabajado. Residen en viviendas facilitadas por los propios empresarios -éstos corren con los gastos de alojamiento, luz, gas y agua- en el interior de las fincas, alejadas varios kilómetros de los pueblos.

No es fácil pasar las horas libres en semejante entorno, ni para disfrutar del ocio, ni para comprar los víveres, que sí van a cuenta de los trabajadores. Por eso, al comenzar la tarde, las carreteras se ven salpicadas de un transitar eterno de jornaleros que caminan, sin demasiado cuidado, por ambos márgenes, y casi todos sin vestir los preceptivos chalecos o brazaletes reflectantes. Es normal verles andar, cargados con bolsas de supermercado, o parados con uno de sus pulgares levantados, a la espera de que alguien les recoja.

Uno de los principales problemas es que no todas las vías cuentan con arcenes adecuados para caminar por ellos, agravando la inseguridad de los viandantes. El año pasado, en este entorno, dos trabajadoras polacas murieron atropelladas y una tercera sufrió graves heridas, en un mismo accidente. Este año, la terrible cuenta se estrenó el jueves pasado, con la muerte de una temporera rumana, atropellada en El Rocío.

"Es un problema grave, que no tiene fácil solución", destaca Manuel Verdier, gerente de Freshuelva, la principal patronal del sector fresero en la provincia. Verdier recuerda que los empresarios se han comprometido a llevar una vez por semana a sus trabajadores a los pueblos, para que puedan comprar o realizar sus actividades, "pero no se les puede pedir que realicen esta labor todos los días".

De la misma opinión es Eduardo Domínguez, responsable de inmigración de la organización agraria COAG, quien además recuerda que se han repartido chalecos y brazaletes reflectantes para circular por las carreteras, "pero son muy pocos los que se lo ponen".

Mientras la falta de soluciones continúa, un mundo subterráneo se ha ido abriendo paso: el de los taxis ilegales. Muchos inmigrantes reconocen que rara vez cubren las dos horas que como media tardan en ir y volver a pie para realizar sus compras, ya que es posible montarse en una de las furgonetas que, en número indeterminado, circulan por la carretera llevando y trayendo gente de los pueblos, a las cercanías de las explotaciones. Negocio que, en su mayoría, está controlado por marroquíes. El alcalde de Palos de la Frontera, Carmelo Romero, del PP, ha pedido una segunda línea de autobús especial, pero afirma que la Junta de Andalucía la rechaza.

Elfehendi Fatija.
Elfehendi Fatija.

Ismail Kamra / Senegalés, 22 años: "Si tuviese chaleco reflectante, no me lo pondría"

El senegalés Ismail Kamra arrastra un carrito de la compra vacío de color vede bajo la lluvia. Va a Palos de la Frontera para hacer la compra semanal. Se protege con un amplio paraguas que le hace muy visible. Una suerte, porque ninguno de los escasos peatones que salpican la carretera viste prendas reflectantes.

Ismail lleva dos años y cuatro meses en España, viajando entre Cataluña y Andalucía al son de las temporadas agrícolas. En Huelva, lleva dos meses y medio trabajando en la fresa. Le toca hacer la compra de toda la semana para él y sus compañeros cada 15 días. "Compramos arroz, zanahorias, tomates, aceite... todo lo que necesitemos para la semana. Y cocinamos nosotros".

En el caso de Ismail, ésa es la única vez que sale de la explotación agrícola donde trabaja, situada a una hora y media andando de Palos. El resto de sus horas libres prefiere pasarlas en la misma finca, "viendo la tele, escuchando música o hablando". Como otros trabajadores, no le preocupa el caminar por la carretera, ni los riesgos que entraña. "No tengo ningún chaleco. Pero si lo tuviese, tampoco me lo pondría", asegura.

Ismail confía en los transportes públicos ilegales. "Les pagas dos euros y te llevan. Pero si no tienen suficiente gente, no hace el viaje y tienes que ir andando. Alguna vez he tenido que hacer las tres horas de ida y vuelta andando y cargado de comida".

Maria Tudorescu / Rumana, 56 años: "No tengo las piernas como para caminar tanto"

Cae la tarde y Maria Tudorescu camina, en compañía de otras dos amigas jornaleras, por las inmediaciones de Mazagón (Huelva). Va cargada con unos seis kilos de comida, repartidos en dos bolsas de plástico. El cielo amenaza lluvia y el camino que le separa de la finca fresera donde trabaja es de ocho kilómetros. Tiene 56 años y seis hijos de entre 24 y 36, que le han hecho siete veces abuela. "No tengo las piernas como para caminar tanto. No. Ya soy mayor", dice.

María es toda una veterana. Ésta es su cuarta campaña en Huelva y eso se nota en el castellano básico pero claro que habla. En Rumania trabajaba en una fábrica de tejidos, pero la pérdida de empleo...

"Voy al pueblo cada tres o cuatro días. Compramos comida o charlamos o vamos al locutorio para llamar a la familia". De sus bolsas asoman botellas de aceite de girasol, latas de comida y envases de plástico que contienen carne de cerdo y de pollo. A la pregunta de si su patrón se preocupa por llevarlas al pueblo para comprar, sonríe y responde que "a veces", sin dar más detalles.

Elfehendi Fatija / Marroquí, 39 años: "No me da miedo andar por la carretera"

Elfehendi Fatija representa a las cerca de 5.000 trabajadoras marroquíes que han paliado la falta de mano de obra rumana. Es la primera vez que viaja a España. Llegó hace 18 días y, como el resto de sus compañeras, viste ropas propias de su país, que le cubren todo el cuerpo de pies a cabeza y con ellas también trabaja bajo los invernaderos. Su cabeza lo cubre un largo pañuelo con el que al principio se tapa la cara, aunque al comenzar a hablar, lo deja caer, mostrando una amplia sonrisa.

"En Marruecos vivo en el sur y allí trabajo también en la agricultura. Tengo un hijo de cinco años y ahora está con sus abuelos, porque soy viuda". Vuelve ahora de llamar por teléfono a su familia. Una llamada que, de media le cuesta unos cinco o seis euros por algo menos de 10 minutos. Ha hecho parte del trayecto a pie, aunque ha encontrado un vehículo que la va a llevar de vuelta. "No me da miedo andar por la carretera", afirma. Elfehendi no sabe hasta entonces que han ocurrido accidentes anteriormente por atropello en carreteras como la que transita.

Marzena Kowalska /Polaca, 36 años: "Antes, los agricultores nos llevaban más a los pueblos"

Para Marzena Kowalska es su cuarta temporada como jornalera en Huelva. Trabajadoras polacas como Marzena fueron las

primeras en llegar a Huelva cuando se hizo necesario organizar partidas de extranjeros para salvar las campañas freseras.

La finca en la que trabaja está a 10 kilómetros, pero Marzena confiesa que nunca ha hecho el trayecto andando. "Desplazarse no es problema. Puedes hacer autostop o pagar uno o dos euros para que te lleven". ¿Y no les lleva el agricultor una vez a la semana para comprar o llamar por teléfono? "Eso funcionaba mejor otros años. En éste, no muy bien, la verdad".

En Polonia, Marzena es enfermera. "Pero los 300 euros al mes que ganaba allí no eran suficientes para vivir. Aquí puedo ganar más de 1.000 en el mismo tiempo".

En la finca donde vive residen, además de polacas, trabajadoras de Marruecos y de países del África subsahariana. "No hay ningún problema. Vivimos bien. Somos todos buena gente", afirma justo antes de montarse en un vehículo que acaba de parar.

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