Bombas sobre Gernika
"Se fue deliberadamente a destruir Guernica", aseguró Indalecio Prieto, y a la luz de lo que sucedió no parece que pueden albergarse dudas de que ese fue el propósito del bombardeo del 26 de abril de 1937. ¿Un objetivo militar, pese a su relativa lejanía del frente y su desplazamiento respecto a la dirección de la ofensiva que llevaban a cabo los sublevados? Difícilmente puede explicarse en esos términos una acción destructora de tal envergadura. Se afirmó que los aviones de la Legión Cóndor pretendían destruir el puente de Rentería. Dejando a un lado el hecho de que éste quedó intacto, tal objetivo limitado nunca hubiera justificado las sucesivas oleadas de aviones que arrasaron la villa foral "desde las 16.50 hasta las 19.45 -en el preciso relato de Alberto de Onaindía, testigo del suceso-. Durante todo ese tiempo no pasaban cinco minutos sin que aparecieran en el cielo nuevos aviones criminales". Bombas rompedoras, bombas incendiarias, metralla,... la furia de las fuerzas aéreas que formaban parte del bando franquista se desplegó con toda su intensidad. "Salir del refugio y ver aquello fue horrible. Todo el ferial ardiendo, todo era incendio. Todos temblando. ¡Cómo nos íbamos a imaginar que iba a suceder esto! ¡Todo un pueblo quemándose! ¡Ni hablábamos del susto que teníamos", relata uno de los testimonios recogidos por María Jesús Cava en su imprescindible Memoria colectiva del bombardeo.
Hubo un plan destructor preciso, que buscó la masacre, la destrucción y el terror
El bombardeo haría que el símbolo local se convirtiese en representación universal del horror bélico
Gernika quedó devastada en el que fue el primer ensayo de destrucción sistemática de una ciudad, el pavoroso avance de la guerra total que castiga directa y plenamente a la población civil. Los aviones, bombarderos y cazas, despegaban del aeródromo de Vitoria, sobrepasaban la línea costera y desde el mar, en dirección norte-sur, se abatían sobre la localidad. Probablemente, cada oleada la formaban unos 15 o 20 aviones, quizás en dos masas que se turnaban. Formaba la fuerza aérea la Legión Cóndor -cuatro modelos distintos, Heinkel-11, Dornier-17, Junkers-52 de bombardeo y Heinkel-51 de caza y ametrallamiento-, y además de estos aviones alemanes participaron algunos italianos. A las bombas que destruyeron e incendiaron la villa siguieron los ametrallamientos de la gente que estaba al descubierto, en la ciudad o huyendo de ella. Hubo, pues, un plan destructor preciso, que buscó la masacre, la destrucción y el terror. Cuando terminó el ataque, una densa nube de polvo cubría la ciudad y el incendio no pudo extinguirse hasta el día siguiente. Unos 250 muertos y centenares de heridos fueron el trágico saldo de la catástrofe, unas cifras altísimas, para una población de 5.000 habitantes. Tres días después la villa foral fue ocupada por el ejército franquista.
Es posible que Richtofen, que al parecer fue quien ordenó el bombardeo, ignorase la carga histórica que tenía Gernika, sede de las Juntas Generales de Vizcaya desde la Edad Media hasta el siglo XIX -unos meses antes allí había jurado su cargo José Antonio Aguirre como lehendakari-, pero el ataque devastador lo era contra la ciudad que encarnaba la tradición foral y el autogobierno vasco. El bombardeo de abril de 1937 haría que el símbolo político local se convirtiese, con un sentido diferente, pero complementario, en representación universal del horror bélico.
"Aguirre miente. Nosotros hemos respetado Guernica, como respetamos todo lo español", fue el asombrosa declaración del general Franco, después de que el presidente del Gobierno vasco denunciase la masacre: "Ante Dios y ante la Historia que a todos nos ha de juzgar, afirmo que durante tres horas y media los aviones alemanes bombardearon con saña desconocida la población civil indefensa de la histórica villa de Gernika". Y se mantuvo durante décadas el intento franquista de ocultar su responsabilidad -plena en términos políticos y militares, al margen del grado de su participación en la decisión concreta de bombardear la villa el 26 de abril- y la actuación criminal de la aviación alemana e italiana, mediante el procedimiento cínico de culpabilizar de la destrucción a sus víctimas, a los "rojo-separatistas".
Esta burda mentira de guerra no tuvo éxito y después de todo -contribuyó a ello el cuadro de Picasso- Gernika se convirtió en un símbolo universal de la brutalidad de la guerra. Conviene detenerse un momento en la ficción que intentó crear el franquismo, que en sí misma resulta una iniciativa sorprendente, por inusual. La lógica militarista llevaría a suponer que el ejército que realiza una demostración de fuerza para amedrentar al enemigo se apresurase a propagar la "eficacia" de su acción. Esta demostraría su capacidad destructora, un conocimiento que, como es sabido, suele tener su importancia en los desarrollos bélicos, por los efectos de desmoralización que produce. El bando franquista practicó lo contrario: el ocultamiento, el intento de culpar al enemigo, el despliegue de una campaña de desinformación que buscaba esconder lo que, cabría pensar, en términos militares convenía que se divulgase, para aterrorizar al antagonista.
¿Una improbable vergüenza sobrevenida ante la atrocidad cometida?, ¿los posibles recelos de quienes habían apoyado la rebelión militar para defender la tradición foral?, ¿consideraciones políticas de orden internacional, pues la agresión brutal podía resultar gravosa para un bando que buscaba el reconocimiento? Estas son las interpretaciones más seguras, pero ni los resquemores carlistas ni el panorama internacional habían llevado a evitar el bombardeo, que destruyó una ciudad con un papel militar secundario. Pudo el deseo de ensayar las capacidades destructoras de la aviación en el bombardeo metódico de una ciudad y de comprobar los efectos desmoralizadores del terror, pese a los costos en vidas, pese a la evidencia de que se atacaba a la población civil, pese a los riesgos internacionales que conllevaba, pese a la necesidad de fabricar una mentira difícil de sostener...
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