El dilema de Erdogan
El primer ministro turco, el conservador islamista Erdogan, está sopesando si ser él mismo candidato a presidente de la República, cargo que elige el Parlamento, presentar a uno de los suyos en su lugar o anticipar cinco meses las elecciones generales. Los militares, por boca del jefe del Estado Mayor, se han mostrado públicamente contrarios a la candidatura de Erdogan por temor a que su victoria les prive de un bastión tradicional del laicismo kemalista. El pasado sábado, una masiva manifestación en Ankara apoyó esta opinión.
Esta crisis política se ve agravada por las sugerencias de los militares de atacar en el Kurdistán iraquí las bases del PKK, el partido de los trabajadores kurdos; y las tensiones fundamentalistas en sectores de la población, con consecuencias tan lamentables y preocupantes como el asesinato ayer de tres empleados de una imprenta que producía biblias. La democracia en Turquía no puede avanzar bajo tales amenazas, y si Erdogan no se presenta por miedo será un retroceso. La democracia ganará en Turquía si este político, que no ha perdido una sola batalla electoral en su vida -pero que fue condenado por unas palabras de contenido islamista-, llega a jefe del Estado sin someter a discusión, tal como promete ahora, la laicidad del Estado.
Aunque el cargo de presidente tiene un contenido en principio simbólico, en estos momentos tiene una fuerte carga política: es, junto al Ejército, el último reducto de los kemalistas. Tiene algunos poderes reales: nombra a los miembros del Tribunal Constitucional, a los rectores de las universidades, a los presidentes de las fundaciones importantes y, con la mayoría en el Parlamento, podría forzar un cambio de la Carta Magna. La decisión de Erdogan puede demorarse hasta el último minuto, el próximo martes, cuando termina el plazo, pero la dirección de su partido (AKP) entró ayer en la estrategia a seguir ante esta nueva oportunidad.
Los críticos de Erdogan le acusan de tener una agenda islamista oculta. Él insiste en que respetará la laicidad de Turquía, pilar de la república, junto a la democracia y el Estado de derecho. Es verdad que bajo su mandato han avanzado las escuelas islámicas y que intentó penalizar el adulterio. Pero también que, en un giro paradójico, el AKP se ha convertido en un partido más europeísta que la derecha laica. La experiencia de un islamismo democrático, como en su día la conjunción de tradiciones simbolizada en la expresión democracia cristiana en algunos países de Europa occidental, podría ser una fórmula válida no sólo para Turquía, sino tal vez para el conjunto del mundo musulmán.
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