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Columna
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Menos vascos, los mismos

Menos es más. Sucede en ciertos casos. A veces lo que se calla tiene más peso y significación que lo que se declara. Los silencios dicen más que los gritos. Los lugares vacíos a menudo son más elocuentes que los espacios llenos (el horror al vacío es la constatación de nuestra propia, radical oquedad). La escasez está plena de significado. Es cierto. Pero no divagamos sobre la poesía del silencio, el arte o la decoración minimalista (tan de moda en los últimos años). Hablamos de carnés de identidad y tarjetas censales. Hablamos de personas y de votos. De nacimientos y de defunciones. De los que llegan y de los que se van. Y cuando hablamos de demografía, menos no es nunca más. Menos es menos. Es nada más que menos. Y en Euskadi -nos lo dicen las cifras- cada vez somos menos, es decir, en el País vasco existimos y estamos, figuramos y somos cada vez menos vascos con derecho a sufragio.

Avanza la primavera electoral y es llegado el momento de pasar lista para ver cuántos somos. Se trata de descifrar el número de habitantes de Euskadi que están en condiciones de ejercer su derecho democrático al voto. Y cada vez son menos. Cada año, unos con otros (incluidos los vascos que residen fuera de su país), sumamos menos, aproximadamente ocho mil electores menos. Sólo en Vizcaya, en los últimos tres años hemos perdido casi 18.000 votantes. Habría que matizar y sopesar los datos, por supuesto. La democracia, decía el sabio y cínico Jorge Luis Borges, no es más que un abuso de la estadística. No creo que sea cierto. La democracia es más. La estadística tiende ella sola, sin embargo, al abuso. Abuso de confianza y abuso de la fe ciega en los números que nos instilan desde que nacemos. Números cantan, dicen.

¿Qué nos cuentan las cifras del censo electoral vasco? Nos hablan, está claro, de lo que no hemos hecho desde hace muchos años, es decir, crecer y multiplicarnos. Son como las estrellas cuyo brillo observamos mucho tiempo después de que hayan muerto, cuando hace años y años, siglos y siglos que dejaron de ocupar su espacio en el espacio. Las cifras nos indican ese hueco en el espacio (en el censo, en este caso) vasco. Los escultores vascos, es casual o no tanto, han indagado en las concavidades y vacíos de la materia inerte. El vacío, quizás, como materia prima o primera materia del país de la piedra y el hierro. El universo electoral vasco se comprime (esperemos que eso no signifique un futuro estallido) y por ello tal vez los patriotas de Otegi sueñan con la expansión territorial. La expansión demográfica, en cambio, corresponde a Valencia o Madrid, que crecen de manera incesante en población y número de electores. Nos alarmamos por el encogimiento electoral, pero también el crecimiento puede ser alarmante. Las estadísticas, igual que los cuchillos de los carniceros, tienen filo por ambos lados, no conviene olvidarlo.

Los silencios nos hablan, en efecto, igual que los vacíos. Muchos de esos electores ausentes o electores que han dejado de serlo o que votan a sus representantes en otras latitudes se tuvieron que marchar del país de los vascos, de su propio país, por razones de fuerza mayor. Algunos, llanamente, por la fuerza, a empujones. Salieron para no entrar en la peor estadística de todas: la de los que no son. Otros muchos tuvieron que abandonar su tierra para encontrar empleo, porque aquí no lo había o porque su perfil no resultaba idóneo para encontrar un puesto de trabajo que en otras geografías más clementes pudieron encontrar. Los dichosos perfiles políticos, ideológicos, lingüísticos (con sus discursos siempre de doble filo, como las estadísticas y los cuchillos de los carniceros) tienen también su responsabilidad en la ausencia de no pocos vascos. Otros, sencillamente, se han marchado de casa por aburrimiento. Levantarse cada día pensando en el problema vasco, en el ser y la nada de los vascos y en nuestra vasquidad amenazada puede ser una carga insoportable para muchos cerebros.

No me alarma, con todo, la menguante estadística electoral del país. Dentro de algunos años todos esos chiquillos color greda, amarillos o negros que ahora se lanzan por los toboganes, pedalean y saltan, se columpian y juegan en los parques de Euskadi llegarán a las urnas con una papeleta en una mano y un carné en la otra. No hay nada que temer: los troqueles ya están preparados. Votarán de perfil.

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