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Entrevista:ALBERTO SAN JUAN | Actor

"Lo higiénico es alejarse del ruido de las voces más siniestras de nuestra sociedad"

Marcos Ordóñez

Arrasa cada noche en el María Guerrero, junto con sus compañeros de Animalario, en Marat-Sade, que pronto empieza gira por España, y tiene a punto de estreno Bajo las estrellas, el debut cinematográfico de Félix Viscarret, que le valió el premio al mejor actor en el Festival de Málaga. Dos trabajos a cual más distinto, que dan la medida de su enorme versatilidad: Sade, el revolucionario integral, lúcido, inflamado y monstruoso, y el crápula Benito Lacunza, un holgazán descomprometido en el más amplio sentido de la palabra, casi un personaje de comedia italiana de los sesenta. Fue pensar eso y reparar en la cuenta de correo del actor, que comienza con la palabra "Albertone". Le pregunto si es un homenaje al gran Sordi y así es: "Admiro a Sordi profundísimamente: sabía convertir en cercanos a los personajes más escurridizos, con los que menos podías identificarte".

"En 'Marat-Sade' sólo he visto una respuesta airada. Una señora se marchó diciendo: 'Esto no es teatro, es una agresión"
"A veces los actores tendemos a pensar en el público como un territorio hostil, cuando más bien suele tratarse de un grupo amigo"

Como Sordi en La gran guerra, Lacunza "sólo busca la comodidad y escurrir el bulto, hasta que se ve metido en una situación que le obliga a tomar conciencia y entrar en acción. Una virtud del personaje es su ausencia de moral o, al menos, de la moral oficial". También es curioso que Lacunza y Sade estén unidos por dos conceptos opuestos del dolor. "El dolor duele y no hay más misterio en eso que en una pata de pollo", dice el primero en la novela de Aramburu que inspiró la película. Sade, en cambio, dice Alberto San Juan, "clama contra el dolor producido por una cultura dominante que reprime la expresión de las emociones, la esencia de lo humano. Marat, por su parte, cree que la causa del dolor es la miseria material de un mundo dividido en clases sociales. La gran pregunta de la obra es: ¿qué revolución podría lograr el avance hacia una etapa nueva de la historia que no estuviera mayoritariamente marcada por el dolor?".

Antes de comenzar los ensayos de Marat-Sade, los cómicos de Animalario se acercaron a esas dos fuentes del dolor: "Hicimos dos talleres, uno con los internos del psiquiátrico Doctor Esquerdo y otro con las reclusas del grupo Yeses. Sin esos encuentros, el espectáculo sería probablemente menos verdadero. Las mujeres que sobreviven encerradas en Alcalá Meco son, una por una, víctimas directas de la miseria, pero la situación de algunos internos que conocimos era todavía más extremo: han perdido la capacidad de reconocerse en el otro y establecer un vínculo afectivo. Ése sí que es un verdadero corredor sin retorno".

Pregunta. ¿Cómo reacciona el público de Marat-Sade?

Respuesta. Sólo he visto una respuesta airada. Una señora se marchó diciendo: "Esto no es teatro, es una agresión". Pero, por lo general, muchos espectadores nos esperan a la salida y nos dicen que la obra les genera una excitación casi física, una necesidad de celebración colectiva: tienen ganas de desnudarse, gritar o correr por el escenario.

P. ¿El público es una bestia o un amante?

R. A veces los actores tendemos a pensar en el público como un territorio hostil que hay que conquistar por la fuerza, cuando más bien suele tratarse de un grupo amigo, dispuesto al encuentro. Es fácil que un actor proyecte sus miedos en quien le está mirando, y eso puede desembocar en serios problemas para comunicar la historia, que a fin de cuentas es de lo que se trata.

P. Comenzó como periodista de sucesos; quizás no sea raro que acabara en Animalario, un grupo orientado hacia lo que en Inglaterra llaman teatro cívico...

R. Trabajé en Diario 16 durante sus dos últimos años. Tenía veintipocos, y fue una etapa maravillosa, aunque carecía de reflejos y de olfato periodístico, dos graves problemas a la hora de hacer información diaria. Se me daban mejor las entrevistas y los reportajes. Algo de aquel poso debe haber quedado. A los 24 entré en la escuela de teatro de Cristina Rota. Allí contacté con los que luego formaríamos Animalario y empecé con ellos, contando pequeñas historias en bares. Madurábamos las ideas charlando y paseando. Ahora el trabajo se ha multiplicado y se ha hecho necesaria la organización, aunque convendría recuperar aquellos paseos de los comienzos.

P. ¿Qué hay de ese antiguo proyecto de una obra sobre el terrorismo? ¿Se trataría del terrorismo internacional o del de ETA?

R. Es un proyecto antiguo, sí, y por desgracia presentísimo. En nuestro trabajo se repite siempre un tema obsesivo: ¿Por qué un ser humano llega a ver a otro como algo extraño, ajeno, hasta el punto de considerar que puede disponer de su vida y destruirla? ¿Por qué se produce ese aislamiento donde sólo hay dolor y, por tanto, miedo y violencia? ¿Por qué esto se normaliza y acaba organizando nuestra convivencia? Sade aporta una idea fundamental: todos podemos ser víctimas y verdugos; sólo el reconocimiento de nuestra propia capacidad de hacer daño puede librarnos de ella y ayudarnos a superar la destructiva división en bandos, en amigos y enemigos. La llamada guerra contra el terrorismo sería el campo de la realidad donde nos gustaría abordar esos temas, pero en un sentido muy amplio. Por lo que respecta a ETA, único caso en nuestro país de la demencia fascista que supone matar fría y organizadamente, no logro ni siquiera imaginar cómo abordarlo desde el teatro.

P. ¿Y algún otro asunto de la España actual, ya en clave de sátira como Alejandro y Ana o de drama colectivo como Hamelin?

R. Casi cada día pienso que habría que hacer algo ya sobre la labor destructiva de los políticos y medios de comunicación de derechas en estrecha colaboración con la institución más retrógrada, que es la Iglesia, pero acabo pensando que es más higiénico o fructífero alejarse del ruido de todas esas voces siniestras. De momento, el único plan concreto de Animalario es continuar con Marat-Sade hasta diciembre. Y, en mi caso personal, participar en la próxima película de Juan Cavestany, que se rueda este verano y se titula Gente de mala calidad.

Alberto San Juan, en una imagen de archivo.
Alberto San Juan, en una imagen de archivo.MARCEL·LÍ SÀENZ

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