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Columna
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Albricias económicas

Los datos económicos de Galicia en el último ejercicio no pueden ser más brillantes. La estimación de la tasa de crecimiento económico se cifró en el 4,1%, por encima de la media española (3,9%), y formamos parte del grupo de comunidades autónomas que más crecieron en este último bienio. Es decir, no solamente hemos crecido más que el promedio nacional sino que hemos recortado el diferencial con otras autonomías que habían experimentado fuertes crecimientos en los últimos años. Se pone de manifiesto, por lo tanto, que hemos roto aquel mítico círculo vicioso por el que apenas crecíamos cuando la economía española entraba en proceso de expansión.

Analizando los datos hemos comprobado, de igual forma, que el comportamiento de la economía gallega se articula en una senda procíclica con respecto a la economía española, esto es, de estrecho acompañamiento con sus ciclos económicos. Esta nueva dinámica es muy favorecedora para sostener en el futuro unos ritmos elevados de crecimiento. Se puede afirmar, incluso, que tales índices de crecimiento nos permiten converger más rápidamente con Europa, cuestión nada baladí a la hora de posicionarse de mejor forma en un mundo global, más competitivo y lleno de rivalidades sectoriales y territoriales.

Dicho crecimiento por encima de la media española nos recuerda las otras ocasiones en que tuvo lugar una situación parecida. La primera fue en 1989, en la época del Gobierno tripartito; y en dos ocasiones en el largo periodo 1990-2005, durante el Gobierno monocolor de derechas. Relevante resulta el hecho que en el segundo año del Gobierno bipartito ya se empiece a lograr recortar las diferencias y atenuar las desigualdades con otras autonomías.

Desde una estricta perspectiva económica dos cuestiones merecen ser resaltadas. Las actividades que más contribuyeron a crecer fueron las ramas industriales y las correspondientes a la energía. En lo que respecta a las primeras destacamos la fabricación de material de transporte, la industria textil y la confección; y en las segundas, las aportaciones de la industria eólica. Además son muy notables las tasas de crecimiento de la formación bruta de capital; es decir, de las inversiones en dotaciones, equipamientos y actividades económicas.

Asimismo, es de destacar que las muy importantes tasas de variación de la producción gallega van parejas a las tasas de creación de empleo, que han mostrado un comportamiento positivo, reduciendo, por lo tanto, la población parada. Vale la pena subrayar que todavía se cumple la ley de Okun para la economía gallega, por la que es preciso crecer a tasas anuales del 4% para ver aumentar el empleo.

Los datos ponen de manifiesto otras notas de interés. La primera es que el crecimiento económico gallego es consecuencia de una mejora de los ratios en lo que concierne a la productividad (2,5% en Galicia por 2,08% en España) junto a un descenso continuado del paro. Y la segunda, que el PIB per cápita corrige las diferencias existentes con otras comunidades, por ejemplo con las autonomías ricas. Así el diferencial del PIB per cápita de Galicia con respecto a Cataluña y a Madrid se ha recortado. En 2000, los índices sobre la media española (que situamos en 100), eran de 122,6% para Cataluña y 136,83% para Madrid por 79,17% para Galicia; y, ahora, en 2006, se aprecia que Cataluña desciende hasta el 118,34% y Madrid asciende al 133,60% por un 84,01% que representa Galicia. Es decir, de poseer un diferencial de cerca de 43 puntos básicos con Cataluña pasamos a 34 puntos básicos, y de mantener con Madrid un diferencial de 57 puntos se recorta a 33 puntos.

En consecuencia, Galicia forma parte de aquel grupo de autonomías que partiendo de una situación de inferioridad en lo que concierne a productividad, dotaciones de capital y cualificación del capital humano, o sea de claro atraso económico, reflejado con un PIB per cápita inferior a la media nacional, va corrigiendo de manera progresiva sus diferenciales en todas las magnitudes. El reto actual se centra en encarar las acciones económicas impulsando la competitividad exterior que, sin duda alguna, generará efectos de arrastre positivos sobre las tasas de ocupación y un mejor posicionamiento de nuestra economía en los nuevos mercados.

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