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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El último patriota

Crítico de cine de juicio severo y Pulitzer bajo el brazo, Stephen Hunter creó al personaje del tirador de élite Bob Lee Swagger en la novela Point of Impact, primera de una trilogía de best sellers que descifraba la historia reciente de Estados Unidos en clave conspirativa. Swagger estaba forjado a imagen y semejanza de un personaje real, Carlos Norman Hatchcock II, veterano del Vietnam a quien se atribuye una hazaña que el cine de acción recicló en forma de cliché: esa bala mítica que logró colar a través de la mirilla de otro tirador del frente enemigo halló su eco en trabajos de cineastas tan dispares como Steven Spielberg, Jean-Jacques Annaud o Luis Llosa. Swagger es la prolongación de Hatchcock por el camino de la épica de ficción: tanto Hunter como Antoine Fuqua -que aquí adapta Point of Impact y, probablemente, abre nueva franquicia cinematográfica- ven en Swagger la puesta al día del héroe solitario e íntegro que quintaesenciara la figura de John Wayne. Swagger es un patriota en tiempos apocalípticos y conspirativos: para él, el patriotismo sigue siendo convicción y credo personal, a pesar de la corrupción visible del poder. Un patriota, en suma, para patrias en estado terminal. O un patriota que no tendrá otro remedio que asumir que cada uno es la patria de sí mismo. O que, en el fondo, la ética personal es la única forma fiable de eso que antes llamaba patriotismo.

SHOOTER. EL TIRADOR

Dirección: Antoine Fuqua. Intérpretes: Mark Wahlberg, Danny Glover, Elias Koteas, Ned Beatty. Género: acción. Estados Unidos, 2007. Duración: 127 minutos.

Shooter: el tirador no es una película de acción que invente la pólvora, pero, por lo menos, combina su carga explosiva con la misma cruda funcionalidad con que su héroe Mark Wahlberg se aplica al bricolaje de supervivencia. Fuqua, que nunca acaba de ser el excelente cineasta que su carrera en el vídeo musical parecía anunciar, pone un pie en la urgencia narrativa de una serie como 24 y otro en la mirada conspiranoica de algunos thrillers de los setenta, aderezando el conjunto con una actualización de la estética survival de las denostadas aventuras cinematográficas de John Rambo.

El cineasta logra transustanciar en espectáculo ruidoso el descreimiento colectivo de un país que quizá, en breve, vuelva a utilizar el cine de género como vehículo de cuestionamiento político, tal y como hiciera en los setenta. De momento, tampoco hay que tomarse demasiado en serio el espejismo de subversión levantado, con habilidad y nervio, por este producto de multisalas que disfraza de humor nihilista sus más refinadas cargas de profundidad.

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