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Tribuna
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Incontrolados

En un chiste con dibujo y texto de Pere Calders, que firmaba "Kalders", en la revista satírica L'Esquella de la Torratxa, en 1937, se podía ver a una pareja en la cama, con la ropa cuidadosamente doblada sobre una silla. Entra un señor (el marido, se supone) y la mujer, desde la cama, le dice muy tranquila: "No pienses mal. Este joven es un incontrolado". Otro tema recurrente del humor revolucionario eran los milicianos que controlaban las entradas y salidas de las poblaciones y exigían la hoja de ruta para el transporte de mercancías. En otro chiste de la misma revista un miliciano para un camión y grita: El full de ruta! El camionero responde, airado: El fill de p... sereu vós! El diario vespertino El Noticiero Universal, atento observador de la realidad cotidiana, llegó a crear, en sus páginas de sucesos, una sección, titulada Lo de siempre, en la que daba cuenta de dos tipos de accidentes que diariamente se repetían: muertos o heridos por armas de fuego que en manos inexpertas se habían disparado y coches requisados y chocados por alegres aprendices de conductores. El descontrol era, pues, general, y no hace falta suponer un plan organizado para explicar los asesinatos e incendios de los primeros meses de la Guerra Civil. El anticlericalismo latente desde el siglo XIX, azuzado durante la República por cierta prensa extremista, no necesitaba más que la chispa de un rumor calumnioso o cualquier suceso trivial para traducirse en estallido general. La quema de conventos de 1835 partió del público descontento de una corrida. Un famoso romance lo inmortalizó así: Van sortir sis toros / varen ser dolents / de quines resultes /van cremar els convents. Los incendiarios del verano de 1936 no tenían necesidad de que alguien les facilitara la lista de las iglesias. En otro chiste de L'Esquella de la Torratxa se dicen dos hombres ante el templo de la Sagrada Familia: "Y esta iglesia, ¿por qué no la han quemado?". "Oh, es que no estaba acabada". El mismísimo Ricardo de la Cierva reconoció, en aquellos años en que colaboró en la farsa pseudoaperturista del ministro de Información y Turismo Fraga, que eran falsos los tan cacareados documentos del complot comunista, con sus listas de personas que serían asesinadas. Los habían inventado para intentar justificar a posteriori el alzamiento militar, que no habrían tenido más remedio que acometer para anticiparse a la revolución contraria con la propia.

Se usó 'incontrolados' de forma consciente por el daño al prestigio de la causa republicana

En la zona rebelde sí que el exterminio de izquierdistas fue programado y perfectamente controlado. La Base 5ª de la Instrucción reservada nº 1 del general Mola (abril de 1936) disponía: "En el primer momento y antes de que empiecen a hacerse efectivas las sanciones a que dé lugar el bando del Estado de Guerra, deben consentirse ciertos tumultos a cargo de civiles armados para que se eliminen determinadas personalidades, se destruyan centros y organismos revolucionarios. Y la Junta conspiradora de Barcelona había programado: "La acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los Partidos Políticos, Sociedades o Sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándose castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas". El ejército de África, en su galopada hasta las puertas de Madrid, ejecutó con terrible eficacia estas instrucciones a su paso por Andalucía y Extremadura, como ha relatado Francisco Espinosa en su modélico estudio La columna de la muerte: el avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz (Crítica, Barcelona 2003, con un prólogo de Josep Fontana que certifica la seriedad del trabajo). El cardenal Gomá, en su Carta abierta a Aguirre, que le había acusado de pasividad ante el fusilamiento de sacerdotes vascos, aseguraba que podía precisar el día y la hora en que cesaron totalmente (por su gestión ante el Caudillo).

El manuscrito de un dirigente anarquista, que recientemente Miquel Mir ha dado a conocer, revela un organigrama preciso del funcionamiento de las patrullas de control, pero es evidente que a menudo los extremistas se salían de madre y mataban motu proprio (por ejemplo, por venganzas privadas) o, al revés, liberaban a alguien que podía pagar un rescate (como fue seguramente el caso del obispo Irurita, con indignación de los milicianos que no se habían beneficiado de la operación).

Sería interesante una investigación rigurosa de la aparición y uso de la palabra incontrolados, que los chistes y sucesos aquí referidos revelan que estaba en boca de todos. Mi hipótesis es que se originó en las condenas públicas de las mismas autoridades, conscientes del daño que aquellos crímenes acarreaban al prestigio de la causa republicana y a la postre al curso de la guerra. Una y otra vez decían que faltaban fusiles en el frente y sobraban en la retaguardia.

Hilari Raguer es historiador y monje de Montserrat.

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