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Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Pasiones virtuales

También aquí, entre Buenos Aires y Montevideo, se celebra la Semana Santa, la semana Pasión o la Pascua, cada uno la llama de una manera. Cuando digo celebrar me estoy refiriendo a una celebración de baja intensidad. Es decir, sin ruido real, sin tambores de Calanda, sin cofrades, sin procesiones, sin dinero, sin saetas y sin ganas. Una semana que, traducido al argentino de ahora, se reduce a dos o tres días de abril y que a casi nadie le parece santa. Estamos de rebajas, se compran las camisas a plazos, aunque los restaurantes siguen estando llenos, como los teatros, y desde aquí, abril no parece el mes más cruel, aunque tiene todas las papeletas para salir elegido.

El mes en que Maradona está luchando -poco- contra sus adicciones, en que el ídolo demuestra que se puede seguir cayendo. Se improvisan templos, se ponen mensajes, se hacen peregrinaciones hasta el hospital en que el dios del fútbol tiene que pelear contra sus depresiones.

Y abril es el mes de la derrota. Del recuerdo de los que murieron en una guerra inútil, en la última guerra que se inventó una dictadura para despistar sus carencias y volver a llamar a la patria, esa fe ciega a la que apelan de vez en cuando, en nombre del pueblo, con muertos del pueblo y en beneficio propio. Hace veinticinco años, unos centenares de argentinos murieron en las Malvinas. En el acto oficial de recuerdo a los muertos, el presidente Kirchner no estaba. No es la primera vez que el presidente está en otra parte. Como la inmensa mayoría de los porteños, que tampoco estaban en ese día de recuerdo a los caídos de las Malvinas. No estaban en Buenos Aires, no estaban en Ushuaia. Los argentinos, que no quieren olvidar, están en otras guerras. En las que cotidianamente pelean contra la carestía de la vida, contra los bajos salarios y contra la misma inflación de todas las temporadas

También la fe, la religión y sus rituales están de rebajas. Están como para ofrecerse a cómodos plazos y sin recargo. Uno de los lugares más insólitos que hemos visitado hace tiempo está al lado de la ciudad, en la hermosa Costanera, donde se ven los hermosos atardeceres. Allí está ese parque temático de Tierra Santa, ese lugar donde el Calvario, las cruces de la pasión de Cristo, el Muro de las Lamentaciones, la Última Cena o el pesebre son de cartón piedra. Una especie de disneylandia de rebajas dedicada a los momentos estelares del viejo y antiguo Testamento. Un disparate kitsch, una atracción de feria con personas reales y con muñecos de cartón, con animales de verdad o de cartón piedra, con sonidos de película de bajo presupuesto, con judíos reproducidos, con cristos animados, con rayos láser de película de serie B y con efectos especiales que no se le hubieran ocurrido ni al mismísimo Jesús Franco, antes Jess Frank. Un negocio para explotar la buena fe de algunos creyentes que parece pensado por paganos burladores de toda fe. Un disparate esperpéntico del que disfrutarían Buñuel, Berlanga o Almodóvar. Un mundo de aquellas películas de Cifesa, pero en los momentos de la caída de su pequeño imperio de cine de exaltación patriótica. Si el futuro de la fe, de los ritos y sus mitos viene por la estética -y seguramente la ética- de los propietarios de estos parques temáticos, yo tampoco quiero ir a ese cielo.

Vuelvo a leer de aquello que contaba uno de los hombres, de los escritores, más elegantes y descreídos de Buenos Aires, el gran seductor, gran autor y gran vividor que fue Adolfo Bioy Casares -ese que para muchos sigue creciendo después de muerto y que cada vez ocupa un lugar más destacado a la derecha del padre, Borges-. Contaba Bioy que a un indio americano, condenado a muerte por los españoles, un fraile le preguntó si no quería aceptar la verdadera religión e ir al cielo. El indio preguntó: "¿Los cristianos van al cielo?". Cuando el fraile le contestó afirmativamente, el indio dijo: "Entonces no quiero ir". Y eso sin haber visto el parque temático de Tierra Santa en Buenos Aires. Ciertamente, así el cielo, o lo que sea que nos prometen los que han construido esos lugares de sacar dinero para embaucar por los caminos de la fe, no nos interesa. Volvía a contar Bioy una de esas historias en que el hombre, por más sometido que esté, sabe afirmar su independencia, su libertad, su "preferiría no hacerlo". A un jinete mogol le preguntó un misionero si no quería ir al cielo. Él preguntó si podía llevar su caballo. El misionero le dijo que no había caballos en el cielo. "Entonces el cielo no me interesa", dijo el independiente mogol.

Hace tiempo visité Tierra Santa, me pareció que corría el peligro de convertirse en un parque temático. Me sorprendió, por ejemplo, la venta de "sardinas santas en aceite de oliva" en el lago Tiberíades. Ahora, los parques temáticos a algunos les parecen lugares santos.

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