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Reportaje:TEATRO

Bernarda, ese hombre

Javier Vallejo

Cuánto hay de cierto en La casa de Bernarda Alba? Leyéndola a sus amigos, Lorca les dijo: "Mirad, mirad, ni una gota de poesía. Es la pura realidad". Ni tragedia ni drama: un documental, añadió más tarde. Su protagonista está inspirada en Frasquita Alba, vecina de Asquerosa, pueblo granadino que tras la Guerra Civil fue rebautizado como Valderrubio para evitar a sus naturales el gentilicio que les había caído en suerte. La casa de Frasquita y de sus hijas, fruto una de ellas de su primer matrimonio, daba patio con patio con la del tío de Lorca y compartía con ella un pozo seco en cuyo brocal el poeta se agazapó a menudo para escuchar las disputas de las chicas. Cuenta Marcelle Auclair en Enfance et mort de García Lorca que un tal Pepe de la Romilla pretendía a la mayor, rica heredera, mientras amaba a la pequeña en secreto. Como el modelo de los personajes de La casa de Bernarda Alba era tan evidente, la familia del poeta intentó convencerle de que les cambiara el apellido. Los García y los Alba, terratenientes, fueron rivales y tuvieron no pocas disputas. No estaba el horno para bollos. Entre las causas que precipitaron el asesinato de Lorca, se añade la vendetta por haber escrito esta obra.

La casa de Bernarda Alba tiene una dimensión realista y otra simbólica: está más cerca de Casa de muñecas que de La malquerida. La pugna entre su protagonista y Adela, la benjamina, es la de Eros y Tanatos: el deseo frente al qué dirán. En España se ha montado de maneras opuestas. Juan Antonio Bardem presentó una Bernarda fría, astuta y refinada. Ángel Facio le dio el papel protagonista a un actor para subrayar la distancia entre víctimas y verdugo. Tanto en su montaje portugués, estrenado al poco de morir Oliveira Salazar, como en el español (con Ismael Merlo), recién enterrado Franco, se podía entender que el destino del país y el de aquella casa corrían parejos. Ya en los ochenta, en la puesta en escena de José Carlos Plaza, tan luminosa, las hijas son víctimas unas de otras y Bernarda, una excusa para que nada cambie. Calixto Bieito colocó en su montaje una trapecista desnuda, símbolo del deseo reprimido. El montaje de Amelia Ochandiano, que ha llenado el Centro Cultural de la Villa de Madrid durante un mes, está marcado por el físico desbordante y el vozarrón opaco de Margarita Lozano. Su Bernarda no necesita mostrar que es más fuerte que sus hijas. Salta a la vista. Sin dejar de ser mujer, tiene el poderío de un hombre. No hay quien le tosa. María Galiana interpreta a Poncia con naturalidad adjetivada por gestos amplios. Es un pívot repartiendo juego sin parar. A la tercera escena tiene al público en el bolsillo. Aurora Sánchez, sorpresa de la noche, encarna a una primogénita de voz irritante y andares cómicos, ganso en un corral de gallinas. La falda de Doña Urraca que le ha calzado María Luisa Engel le viene al pelo. Nuria Gallardo (Martirio) está para recortarla: emotiva en los momentos álgidos, excedida en las transiciones. Hay algo que aleja a Candela Fernández de Adela: la entonación, la manera de pronunciar las eses. Peros aparte, esta función pasa batería de largo y tiene momentos de brillo. Su directora no se complica: va a contar lo que hay de un modo sencillo y claro.

La casa de Bernarda Alba. Las Palmas. Teatro Cuyás. Del 13 al 15 de abril. A partir del 7 de mayo, en el Teatro Alcázar, de Madrid.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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