Actitudes anglosajonas
Empecemos diciendo que un italo-americano, Robert de Niro, es el que hace con El buen pastor la mayor investigación-crítica-balance de lo que cabe llamar quintaesencia de la anglosajonidad, o lo que los anglosajones consideran que es ese precipitado químico y social de sí mismos, entendiendo aquí anglosajonidad en el sentido más amplio del término, con inclusión de irlandeses de adecuada condición, escandinavos y germánicos. Y puede que porque es italoamericano, De Niro ha sido capaz de ver a este grupo de élite como raramente lo habría podido hacer alguien que se contemplara a sí mismo.
La película es la prehistoria y algo de la primera historia de la CIA, que en la II Guerra empezó por llamarse Oficina de Servicios Estratégicos (OSS ). Pero su narrativa lo que, básicamente, encarna es la condición de un pelotón de hombres del establishment norteamericano que, como dice su director -un convincente, distante y receloso William Hurt-, se entrega "por unos centavos" al servicio de América arrostrando sinsabores, asumiendo tareas, sin esperar en el secreto de su quehacer reconocimiento alguno. Y entre ellos, en ese fundacional 1940, no puede haber "negros, ni judíos y muy pocos católicos", cabe añadir, casi todos italianos, pero únicamente como subalternos, y ni hablar de mujeres, salvo para tomar al dictado.
EL BUEN PASTOR
Dirección: Robert de Niro. Intérpretes: Matt Damon, Angelina Jolie, Alec Baldwin, Robert de Niro, William Hurt, Timothy Hutton, Tammy Blanchard, Billy Crudup, Joe Pesci. Género: thriller político. EE UU, 2007. Duración: 167 minutos.
De Niro dirige, sobre un excelente guión de Eric Roth, una película que avanza con deliberada lentitud, en ocasiones demasiada sinopsis, y siempre majestuosamente hacia un clímax en el que el personaje central -gran caracterización de Matt Damon- ha de elegir entre seguir siendo un impávido master del universo o un ser humano, esclavo como cualquiera de sus debilidades.
El actor que domina de cabo a rabo la película, aunque el reparto sea tan largo como explosivo de talento, es probablemente el protagonista de una gran película contemporánea que menos palabras pronuncia en todo su metraje. Por eso, Damon, que cuando lo envejecen tiene su verdadera edad -casi los 40- en vez de interpretar es o está. El verdadero líder de la anglosajonidad es el que habla con su sola presencia, su reputación, su inteligencia, sus conexiones del old boys' network, aquí representadas por la hermandad universitaria Skull and Bones, masonería del privilegio del nacimiento y la fortuna.
El propio De Niro, un Sullivan, luego irlandés y, por tanto, la excepción católica, es un forastero exuberante en aquel templo espartano de los elegidos. Y, demostrando que es algo más que Lara Croft, una Angelina Jolie patética, carnal, luminosa, que al final desmiente su presunto destino de matrona romana que guarda el fuerte familiar para el héroe taciturno, sepulcral y ausente.
A no ser por algunas oscuridades finales, sentiría uno la tentación de decir que El buen pastor es un peliculón, donde se distingue una mano maestra básicamente respetuosa con el espectador porque, huyendo de lo declamatorio, de la retórica que muchos llaman patriotismo, no aspira a cerrar con una respuesta indiscutible ni excluyente una historia que aspira a definir toda una forma de vida. Lejos de eslóganes, jaculatorias y letanías, De Niro y Roth no están seguros de si el anglosajón se sueña a sí mismo como fantasmagoría o edifica realidades perdurables; si mejora el mundo con su devoción por América, o si los asesinatos que en su nombre otros cometen son tan inútiles como la razia iraquí de un presidente que también fue miembro de aquella hermandad tenebrosa.
La cinta acaba en 1961, casi en las arenas de playa Girón que el gringo llamó bahía Cochinos ¡Y lo que va de ayer a hoy! Hogaño casi nadie dudaría de que el resto del mundo puede pasarse de tan caballeresco sacrificio.
Babelia
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