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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trenes de vértigo

La alta velocidad ferroviaria comienza a producir vértigo después de que un tren francés de la nueva línea París-Estrasburgo haya alcanzado los 574 kilómetros por hora. No se trataba de un prototipo ni de un recorrido experimental. Era un convoy como los que pronto se desplazarán, aunque con limitaciones de velocidad, por los tendidos ferroviarios capaces de soportar una velocidad que es básicamente la de un avión comercial de hélice. Y conviene recordar que en las casi tres décadas que los TGV franceses llevan funcionando, su imparable progreso se ha hecho sin cobrarse vidas humanas en accidentes.

Aunque resulta fácil caer en la tentación, no conviene dejarse emborrachar por un logro técnico que está cambiando el mapa de Europa. Las limitaciones de un tren de estas características están ahí. Son tanto técnicas como de costo, por no citar el hecho de que sus trazados no pueden ser utilizados para el transporte de mercancías. Incluso es más que probable que el futuro de los trenes velocísimos esté más en la levitación magnética, que ya explota Japón, que en los raíles convencionales. Pero, en cualquier caso, la revolución ferroviaria en marcha cambia aceleradamente los conceptos de espacio y tiempo y preludia un uso intensivo del tren en Europa para distancias de hasta algunos miles de kilómetros, con absoluta preferencia sobre un transporte aéreo cada vez más insufrible. El TGV que pone a Lyon o Estrasburgo a tiro de piedra de París está cambiando la articulación territorial francesa. Pero también su más modesta versión española, que no cesa de crecer aunque a ritmo más lento del deseado, está transformando en nuestro país la forma de viajar hasta un punto inimaginable hace pocos años.

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