Conciertos de plata y oro
La fórmula del Festival de Pascua de Salzburgo funciona. A los espectadores se les ofrece un abono que contiene una ópera y tres conciertos sinfónicos, uno de ellos coral. Cuatro días de "alta cultura", con la Filarmónica de Berlín de guía, es un privilegio que deja satisfecho al más exigente. ¿Para qué más? La excelencia hay que dosificarla, no vaya a ser que produzca un empacho.
El Festival de Pascua carece de subvenciones públicas. Las privadas aligeran el coste de las localidades, que aun así es muy elevado (hasta 490 euros la ópera, hasta 220 euros los conciertos). Todo se llena. Existe también un ciclo paralelo de música de cámara con la denominación Contrapunto, pero no despierta el mismo fervor.
Como en la primera edición de su mando en plaza en Salzburgo, Simon Rattle ha invitado a Haitink a dirigir uno de los conciertos, en concreto, el coral, con la Misa solemne, de Beethoven. A la Filarmónica se ha añadido el Coro de la Radio de Berlín y un plantel de solistas formado por Orgonasova, Gubanova, Muzek y Youn. La versión fue correcta, sólida y hasta homogénea, pero careció de chispa. No es que una misa deba tenerla, pero sí una miajita más de emoción, de estremecimiento. Y es que en Salzburgo, a pesar de las apariencias, no es oro todo lo que reluce. Rattle, por ejemplo, pasó de lo sublime a lo banal, desde un Janácek insuperable hasta un Brahms con poco fuste.
Los pianistas fueron de lujo. Yefim Bronfman (anoten el nombre) hizo un Tercero, de Rachmaninov, que puso al público en pie, con un acompañamiento orquestal de ensueño. Nunca Rachmaninov me ha parecido tan grande. El virtuosismo de Lang Lang brilló con luz propia en el Tercero, de Prokofiev, y allí estaba en las primeras filas hasta la viuda de Karajan para corroborar su admiración hacia el pianista chino.
Babelia
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