Uno nuevo en el pueblo
Dentro de un ruidoso vagón del metro de Barcelona, mezclada entre la masa, Evelyn Celma disfrutaba con la amalgama cultural de la gente que viaja por las tripas de la ciudad. Le encantaba la diversidad de la gran urbe en la que siempre había vivido. Aun así, hace cuatro años lo dejó todo y se marchó a una masía perdida de Peñarroya de Tastavins, un tranquilo pueblo de Teruel cuyos 500 habitantes apenas llenarían un tren del suburbano. Esta mujer, de 31 años, es una nueva pobladora. Es decir, uno de los habitantes de ciudad que han tomado un billete de vuelta al pueblo para recorrer justo el camino inverso seguido de forma masiva por tantos españoles o antepasados suyos en el último medio siglo. Como ella, más de 1.600 familias han pedido ya asesoramiento sobre cómo iniciar una nueva vida en el campo a través del proyecto Abraza la Tierra, una iniciativa puesta en marcha hace dos años por una quincena de grupos de desarrollo local para tratar de reanimar un mundo rural agonizante ayudando a nuevos pobladores para emprender negocios propios.
En una mitad del territorio español vive el 96% de la población; en la otra mitad, sólo el 4%
"El campo está muy idealizado, a más de uno tenemos que abrirle los ojos", alerta un técnico de desarrollo rural
"Gran parte de los cambios en los pueblos vienen por la hibridación. Lo urbano trae nuevos valores e ideas"
Las estadísticas son crudas: en los últimos 100 años, la población española se ha multiplicado por más de dos, pero los campos del interior no han dejado de vaciarse. Como señala un reciente estudio del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas y la Fundación BBVA sobre los once censos realizados desde 1900, en una mitad del territorio se concentra hoy el 95,9% de los habitantes del país, y en la otra aguanta tan sólo el 4,1%. Los 9.267 municipios que existían a principios del siglo XX se han reducido a 8.108 a comienzos del XXI. Y, de éstos, muchos más de la mitad, unos 5.000, se han quedado con menos de mil habitantes, a menudo mayores de 65 años. Si se incluyen núcleos menores a los municipios, como parroquias, concejos, aldeas, entonces se cuentan por miles los pueblos en los que de noche ya sólo se iluminan unas pocas ventanas, o ninguna. Si se buscan los puntos de población sin ningún habitante en la base de datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), aparecen 2.648 topónimos. "Se está a punto de perder unos conocimientos de valor incalculable, pues los depositarios de la cultura rural son personas de 70 años", destaca el naturalista Jesús Garzón, que desde hace años lucha para que los rebaños de ovejas sigan marchando por las cañadas reales. "Los pueblos son verdaderos monumentos, representan una cultura a veces milenaria, pero se suele olvidar que además son esenciales para la conservación del territorio y producción de alimentos".
Evelyn ha ido a parar a la provincia del país que más población ha perdido desde 1900, cerca de la mitad. "Lo que más me gusta es coger un libro y salir a leer al sol después de comer. Ese silencio me da serenidad, me siento satisfecha".
En otro desierto parecido, en las boscosas tierras de Soria, en una comarca con cinco habitantes por kilómetro cuadrado, ha sido Kika Castro, de 37 años, la que vendió su piso de Pozuelo de Alarcón (Madrid) para abrir una farmacia en Matamala de Almazán, un pueblo de apenas 300 almas. "No nos damos cuenta del tiempo que perdemos en las grandes ciudades, se nos va la vida en los atascos. Al principio sufría por mi hijo mayor, pero aquí tiene inglés, música, biblioteca, piscina climatizada". Este pueblo se ha convertido en todo un paradigma de la llegada de nuevos pobladores en Soria, pues acoge ya a cinco familias de Madrid, Alicante, Málaga y Guadalajara.
Abraza la Tierra no ofrece dinero ni vivienda ni tierras. Pero asesora a las personas que quieran enraizarse en un pueblo y lleven en la maleta una idea de empresa. Incluso puede ayudar a financiar el negocio. Así lo aclara Jorge Delgado, técnico del colectivo para el desarrollo rural de Tierra de Campos, uno de los 15 grupos de acción local vinculados a los fondos europeos Leader o Proder que participan en esta iniciativa. "El mundo rural está muy idealizado, y a más de uno tenemos que abrirle los ojos", explica. "Esto de marcharse a un pueblo no es tan sencillo, por eso siempre les preguntamos a las personas que vienen aquí por qué han decidido dar un cambio tan radical a su vida".
La llegada de estas personas al mundo rural empieza a dar la vuelta a algunas estadísticas. Como detalla el director del Centro de Estudios sobre la Despoblación y Desarrollo de Áreas Rurales, Luis Antonio Sáez, de los 730 municipios de Aragón, cerca de 500 muestran hoy un saldo migratorio positivo. La gente sigue saliendo de los pueblos, pero ya al menos hay otra que toma el camino contrario. Sáez distingue tres grupos: "Los más visibles quizá sean los inmigrantes por el contraste, aunque yo creo que los más relevantes son otros dos: los jubilados, que regresan con nuevas ideas, y los neorrurales o emprendedores que montan un negocio, pues son los que tienen más posibilidades de echar raíces". Inés Ferreras, técnico de Abraza la Tierra en Zamora, alerta: "Algunos me piden que les busque un pueblo muy pequeño y apartado, y yo les digo que cómo van a aislar a sus hijos y lejos de un hospital. A otros les aconsejo que vuelvan en invierno".
"Gran parte de los cambios que se están dando en los pueblos vienen por la hibridación con los habitantes de las ciudades. Lo urbano trae nuevos valores e ideas", comenta José Ángel Bergua, profesor de sociología de la Universidad de Zaragoza. Para él, la vida en un pueblo no tiene tanto que ver con la agricultura o la ganadería, sino con la relación con la naturaleza, "abrir la ventana y oír, ver y oler el campo", y la relación más estrecha con la gente, ya sea para bien o para mal.
Cada nuevo poblador que llega al pueblo suma mucho más que otro nombre en el padrón. Su efecto resulta multiplicador. La súbita aparición de las risas y carreras de tres niños de una misma familia en las estrechas calles de Peñacaballera, un pueblo salmantino de menos de 200 habitantes, supuso que no cerrase la escuela. Cerca de allí, en Nava de Francia, sus 150 vecinos se llevaron una alegría hace poco al descubrir que unos recién llegados habían reabierto el bar. En otros lugares, la llegada de pobladores implica que el médico pase consulta más a menudo, que se forme un equipo deportivo, que las mujeres empiecen a quedar para pintar o, simplemente, volver a mirar sin miedo al futuro.
Más información en Abraza la Tierra: www.abrazalatierra.com
Félix Fontal: “Lo que más me gusta es vivir los ciclos naturales, los cambios de estaciones”
Madrileño, de 35 años. Se marchó de Alcobendas. Cultiva lombrices e investiga con invertebrados en Madarcos (34 habitantes), en Madrid.El biólogo Félix Fontal tiene su propio laboratorio con sólo cruzar la puerta de su casa; sus investigaciones, y toda su vida, giran en torno a los pequeños invertebrados. Antes vivía en Alcobendas (Madrid), pero en 2003 se instaló con su mujer, Concha Álvaro, de 39 años, en una casa de campo a las afueras de Madarcos. “Lo que más me gusta es vivir los ciclos naturales, los cambios de estaciones, con sus fotoperiodos, su fauna propia, su vegetación”. Este entomólogo ha empezado a criar lombriz californiana en dos enormes lechos de materia orgánica junto a su casa, pero su proyecto va mucho más lejos. Busca nuevas aplicaciones de los invertebrados, como insecticidas biológicos, fertilizantes y alimento. “El entorno rural lo llevamos en nuestros genes y por eso nos llama”.
Maribel García: “Si me apetece ir de tiendas o al cine, tardo sólo una hora a Zamora”
Tiene 44 años. Con 17 se fue de Villarino de Sanabria (40 habitantes), en Zamora, a Madrid. Ahora ha vuelto para montar una pizzería y un negocio de setas.Cuando Maribel regresó a Villarino de Sanabria, después de 14 años en Madrid, montó una pizzería con su marido iraní, Reza Iranpour. Pero no contentos con el éxito del restaurante, hace seis años empezaron también a vender setas de la zona y hoy exportan boletus a Francia, Holanda, Italia… Como explica, se volvieron porque estaban hartos de vivir sólo para pagar la hipoteca del piso de Fuenlabrada. “Esto es otra calidad de vida; además, con el colegio del niño hemos ganado, yo creo que éste es mejor. Lo que más me preocupa es la cuestión sanitaria”, detalla Maribel García, que tiene un hijo de ocho años, Alejandro, y otro de 17, Omid. “Mi infancia en el pueblo fue mucho más dura, las cosas han cambiado. Aquí no me puedo aburrir, y si me apetece ir de tiendas o al cine, tardo sólo una hora a Zamora”. Su mayor pelea ahora es poder conectarse a Internet. “Incluso he escrito cartas de queja al Ministerio de Industria”.
Evelyn Celma: “Es como si tuviera más tiempo”
Barcelonesa, de 31 años. Su proyecto: comercializar cosméticos ecológicos desde Peñarroya de Tastavins (560 habitantes), en Teruel.En Peñarroya de Tastavins no salían de su asombro cuando hace cuatro años llegó al pueblo una joven de Barcelona, licenciada en Ciencias Ambientales, empeñada en arreglar una vieja masía perdida a seis kilómetros para vivir allí sola. “Fue un poco inconsciencia”, reconoce Evelyn. Uno de sus primeros pasos fue construir un cuarto de baño, pues tampoco estaba dispuesta a pasar las penurias de antaño. Le ayudó el dueño de la masía, David Dilla, un ganadero de 32 años que prefería no perderla de vista. Y así fue como acabaron viviendo juntos. “Encontré masía y masonero”, se ríe la catalana, que tres días a la semana trabaja como guía turística en el castillo de Valderrobres. “Es como si aquí tuviera más tiempo”, asegura. Ahora quiere comercializar cremas ecológicas elaboradas con aceite de oliva y hierbas silvestres. “Eso sí, echo de menos la diversidad cultural y a veces me gusta darme un baño de gente en Barcelona”.
Óscar Sánchez y Mónica Porras: “Cuando han venido nuestros amigos, se han quedado flipados”
Él, madrileño. Ella, de Linares (Jaén). Ambos de 28 años. Tienen una tienda en San Esteban (350 habitantes), en Salamanca.Cuando sus amigos de Getafe (Madrid) se enteraron de que Óscar y Mónica pensaban marcharse a un pueblo de apenas 350 habitantes, les preguntaron insistentemente que si se lo habían pensado bien, que era una locura. “Pero cuando han venido, se han quedado flipados y han reconocido que nos envidian”, cuenta Óscar desde el mostrador de la curiosa tienda-museo en la que han transformado dos bodegas abandonadas de San Esteban. “Estamos endeudados, como otros de nuestra edad”, añade Mónica. “Pero con menos de la mitad de lo que cuesta un piso en Madrid tenemos casa, negocio y furgoneta”. Pero lo que más valoran es disfrutar de mayor calidad de vida. Aunque a veces tienen que pegarse el madrugón, en invierno abren sólo cuatro horas al día. “Y si vamos al teatro o al cine, tardamos en llegar a Salamanca lo mismo que desde Getafe al centro de Madrid”, recalca Óscar.
Kika Castro: “Se me adelantó el parto por el estrés y decidimos cambiar de vida”
De 37 años. Vivía en Madrid. Es la farmacéutica de Matamala de Almazán (300 habitantes), en Soria.Kika vivía antes en Pozuelo de Alarcón (Madrid) y ocupaba un buen puesto en una multinacional farmacéutica, pero hace poco más de un año lo dejó todo por una pequeña farmacia en Matamala de Almazán (Soria). “Se me adelantó el parto dos meses por el estrés y la niña estuvo a punto de morir; decidimos cambiar de vida”, relata junto a su pareja, Roberto Rodríguez, de 37 años; su hijo Roberto, de 10, y la pequeña Julia, ya totalmente restablecida. De origen cordobés, cuando llegaron a Matamala era pleno invierno y lo pasó muy mal por el frío, pero no tardó en aclimatarse. En Madrid salía de casa a las 7.30 de la mañana y no volvía del trabajo hasta las diez de la noche. Ahora, en cambio, abre la botica de once de la mañana a cinco de la tarde. “Claro que me compensa, tengo mi propia farmacia y además estoy criando a mis hijos. Se me han abierto los ojos”.
Mario Domínguez: “Necesito el contacto con la naturaleza, el olor a tomillo”
Tiene 41 años. Cuando era niño, su familia dejó San Pedro de Latarce (630 habitantes) para mudarse a Valladolid. Ha vuelto para ser agricultor.Era sólo un crío cuando sus padres se llevaron a Mario del pueblo para mudarse a Valladolid, pero él nunca logró quitárselo de la cabeza y en cuanto podía se escapaba para cultivar las tierras o espantar alguna liebre. Así hasta que hace diez años regresó para trabajar como agricultor y apicultor ecológico, desoyendo las advertencias de su padre, Atanasio. “Yo vivo aquí bastante mejor, necesito el contacto con la naturaleza, el olor a tomillo”, comenta Mario mientras come con su mujer, Olga, y sus dos hijos, Henar, de 7 años, y Adrián, de 12, que acaba de volver en autobús del instituto, que queda a unos 30 kilómetros, a media hora. “Yo con la gente del pueblo sé cómo hablar, con los de la ciudad me parece más difícil”, se explica Mario. “Es verdad que al final del año echo cuentas y ganaba más de peón de albañil, pero esto me compensa”.
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