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Reportaje:

El hombre que todos desean

Aunque este año dos australianos ilustres en el mundo del celuloide hollywoodiense, Mel Gibson y Russell Crowe, han dejado una estela de comportamientos de dudoso gusto, no será su compatriota Hugh Jackman el que protagonice la siguiente salida de tono, porque no es hombre de rabietas.

Su compañera de reparto en La fuente de la vida, Rachel Weisz, apoya esta afirmación. "Fue él quien convenció a Darren (Aronofsky, director de esta película y padre del hijo de la actriz) de que me contratara. También fue Hugh el que me hizo más fácil perderme en las escenas de amor y quien me apoyó cuando quise marcar unos límites en la producción. Por ejemplo, que no se quitara los pantalones para la escena más romántica, en la bañera. Hugh fue todo un caballero. Estoy segurísima de que no será él quien dé la nota", resume con risa de colegiala.

"Me entrego a mi trabajo y me encanta, pero nunca soy más feliz que cuando llego a casa y me olvido de todo"
"Para Hollywood, decir Broadway es como decir Siberia, pero son los mejores momentos para un actor"
"Me gustan las cosas sencillas. Por eso en lo personal me siento atraído por gente que vive la vida con pasión"

Weisz es sólo una más en la legión de enamorados de Jackman. John Travolta fue de los primeros, tras trabajar junto a él en Operación Swordfish, lo mismo le pasó a Ashley Judd en Siempre a tu lado. "Todo un caballero", insiste James Mangold, su director en Kate & Leopold, mientras que Meg Ryan, coprotagonista en esa cinta, directamente se llevó a la esposa de Jackman, la también actriz Deborra-Lee Furness, a cenar, para sentirse un poco más cerca de su compañero de rodaje. "Es un sueño, encantador, carismático, todo un hombre de familia al que sus hijos idolatran, y con un talento increíble. Un cielo de esos que te hacen preguntarte por qué las mujeres nos empeñamos en enamorarnos de los hombres más peligrosos", detalla Scarlett Johansson, a su lado en dos de sus estrenos más recientes, Scoop y El truco final.

Vamos, que si hay que buscar algo malo de Jackman habrá que consultar con Christian Bale, su rival en esta última cinta. "No me entienda mal", dice allanando el camino a la crítica. "Me cae muy bien. Lo que no aguanto es que sea tan bueno en tantas cosas, canta, baila, actúa y todo lo hace bien".

Las palabras del nuevo Batman tienen tanta puntería como las seguidoras del actor australiano que se dio a conocer en Hollywood gracias a la fuerza sobrehumana de Lobezno, la especie de hombre lobo del grupo de mutantes que protagoniza la saga de los X-Men. Este grupo de mujeres (y de homosexuales en alguna ocasión) demostraron su tino noche tras noche mientras le tiraban a Jackman bragas y otras prendas íntimas durante las funciones teatrales de The Boy from Oz, ya fuera en Broadway o en Australia. "Estaban limpias y fue culpa mía", dice partido de la risa. "La primera vez que me tiraron unas, jugué con ellas en el escenario y hasta me las puse, y, claro está, eso desató a los espectadores. Pero si quieres ver lo que es fama, sólo tienes que pasar un rato con John Travolta. Créeme, nunca he visto una reacción así. La gente es capaz de quedarse delante suyo con la boca abierta sin articular palabra durante cinco minutos", afirma admirado.

Las reacciones que levanta Jackman no se quedan atrás. En su país, por ejemplo, es considerado un semidiós. "Es raro", sopesa, "porque en ocasiones estoy con mi esposa y te encuentras con gente que no te conoce, pero que cree tener cierta intimidad contigo. Lo mejor es tener paciencia y esperar a que gradualmente vuelvan a la normalidad. Ya te digo que he aprendido una o dos cosas de John", agrega.

Escándalos, no, pero este hombre que levanta pasiones entre seguidores y compañeros de profesión por igual no hace más que llenar las páginas de la prensa de Hollywood. Men's Vogue le definió como "el hombre de los mil negocios" y la revista People le incluyó en la lista de los más guapos. Sólo el pasado año, Jackman estrenó seis películas en Estados Unidos. La tercera entrega de los X-Men; el último estreno de Woody Allen, Scoop; El truco final, donde interpreta a un mago, y La fuente de la vida, en la que repasa espiritualidad y sex appeal. Además su voz ha dado vida al ratón con aires de James Bond protagonista de Ratonpolis, a un pingüino con voz de barítono en Happy Feet, y estuvo de gira teatral por Australia, interpretando cada noche durante tres meses y ante audiencias de 15.000 personas el musical inspirado en la vida de Peter Allen, el pintoresco australiano, cantante, compositor y primer marido de Liza Minelli que falleció de sida en 1992.

¿Acaso este hambre artística refleja el primer fallo de un hombre perfecto? ¿Es en el fondo un actor avaricioso obsesionado con el trabajo? Su risa, de nuevo, desarma. "Claro que tengo obsesiones y defectos. Los que me recuerda mi esposa cuando no bajo la tapa del inodoro". Más risas. "Y sí, soy competitivo, pero sólo cuando juego al tenis, no en el trabajo. Me entrego a él, sí, y me encanta. A veces Deborra me dice eso de adicto al trabajo, pero sé que no es verdad. Porque, para mí, un obsesionado con el trabajo es alguien que no puede parar. Y yo, por mucha entrega que le pongo, nunca me siento más feliz que cuando llego a casa y me olvido de todo. Debo de tener plumas de pato, porque todo me resbala".

Para dar coherencia a su hemorragia laboral del último año afirma: "Estás hablando de trabajar con directores extraordinarios. Visionarios. Con El truco final y La fuente de la vida hablamos de guiones maravillosos, películas muy diferentes, pero ambas muy inteligentes". Respecto a Christopher Nolan, el director de El truco final, dice que "es un maestro de la narración"; a Aronofsky le identifica con "la frescura", y para Woody Allen deja la veteranía, que no quiere que se confunda con ancianidad. "Tiene una jovialidad inusitada, una energía que me hacía sentir el más viejo del grupo", comenta el intérprete, de 38 años, de su director, de 71. Y con una franqueza inusitada afirma que trabajar con el autor de Annie Hall fue como ser empleado de banca. "Empezábamos a las nueve de la mañana y para las 16.30 ya habíamos acabado. Llegaba a casa a la vez que Oscar, mi chaval. Fue estupendo, además de una agradabilísima experiencia personal".

Si resulta difícil encontrar el talón de Aquiles de este carismático intérprete de casi 1,90 de altura, mucho más fácil es conocer su secreto: "Conseguí mi primer trabajo cuando tenía 26 años de edad y no hice el papel de Lobezno en los X-Men hasta los 30. Para entonces uno tiene su vida mucho más clara y no le afecta tanto eso de ser el centro de atención. Ya estaba casado, con hijos y con una idea bastante honesta de quién soy", resume como el que se ha librado de la escarlatina.

Para cuando Jackman mostró sus garras en X-Men, casi por casualidad, gracias a un cambio de reparto de último minuto, él ya era un guiso a fuego lento. Un plato que estuvo a punto de no existir porque pensó estudiar periodismo hasta que descubrió en la interpretación algo que nunca antes había sentido, "algo que ocupaba mi corazón". Entonces la herencia providencial que recibió de su abuela le proporcionó justo los 3.500 dólares que necesitaba para enrolarse en la Escuela de Arte Dramático en Australia.

Allí aprendió, más en la línea de la escuela de los actores británicos, la base de la versatilidad de los intérpretes que provienen del sur, preparados para mucho más que ser una cara bonita. Con el porte caballeroso de un Gregory Peck, la energía de un Errol Flynn, los múltiples registros de un Sinatra (sin entrar en comparaciones con La Voz) y, en lo físico, un aire a lo Clint Eastwood más joven, Jackman saltó al ruedo en una serie de televisión australiana de medio pelo en la que conoció a su esposa, ocho años mayor que él y por entonces también más famosa.

Si la televisión le dio el amor, que ya le dura 11 años de matrimonio, el teatro le daría su verdadera carrera, y por grotesco que parezca, fue el papel de Gaston, el villano de la versión musical del filme de Disney La bella y la bestia, el que le dio la fama, primero en su país y luego, gracias al director teatral Trevor Nunn, en Londres, ciudad en la que le invitó a trabajar en su producción del musical Oklahoma!

Jackman, de nuevo todo un caballero, no olvida sus comienzos y siempre cita a Nunn como el que le dio su primera oportunidad, y añade: "Para mí, una de acción, un musical o una de Shakespeare son lo mismo. Lo trato de la misma forma, buscando la honestidad con el personaje que interpreto". También de Nunn, Jackman atesora el que considera el mejor consejo de su carrera. "Me dijo: 'Haz todo lo que se te ponga por delante, pero no lo hagas por dinero".

Y a juzgar por su apretada agenda, Jackman hace exactamente eso, todo lo que se le pone por delante. Pero la idea de que esté aceptando proyectos por dinero le desagrada. "He tenido suerte. Tengo más dinero del que necesito y del que pensé que tendría, porque nunca me metí en la interpretación por este motivo. Soy tan feliz como cuando ganaba 150 dólares como gasolinero o como cuando cobré mi primer sueldo como actor, a los 26 años, con Corelli, unos 500 dólares, creo recordar. Mis amigos de hecho se enfadan porque soy el tipo menos materialista que conocen. Mis gastos más extravagantes son en vinos o en comida. Pero veo el dinero como energía, algo así como contar con una buena noche de sueño para dar lo mejor de ti al día siguiente", confiesa este actor, que ya se mueve en la liga de los 20 millones de dólares por película.

Le tienes que creer porque además sus acciones hablan por él. En una decisión que pocos hubieran tomado en su posición, Jackman, que ya formaba parte de la lucrativa franquicia de los X-Men y con una carrera en Hollywood como el nuevo galán australiano, lo dejó todo durante 18 meses para ser una figura de Broadway, la meca del teatro donde las estrellas de cine son recibidas con recelo y donde la paga por subirse cada noche a los escenarios no tiene comparación con lo que uno cobra por dos minutos delante de las cámaras. "No es algo que te recomienden en los libros de texto sobre cómo labrarse una carrera, porque para Hollywood, decir Broadway es como decir Siberia", confiesa. "Pero son los mejores momentos para un actor porque existe esa inmediatez entre la historia que estás contando y la audiencia. Eso nunca lo tienes en el cine. Tal vez por eso me despego tan rápido de una película".

Para ser Siberia, su paso por Broadway resultó ser muy fructífero. Todos le vieron allí. "Chris Nolan, Darren Aronofsky, Woody Allen?, no me puedo quejar", dice refiriéndose a los directores que le ofrecieron trabajo tras verle en el escenario. "Hugh no estaba ni en mi lista", reconoce Aronofsky sobre el reparto para su complicada obra. "No quería ver The Boy from Oz, pero no quería quedar mal con Jackman, que me había invitado. Y ahí me tienes, pegado a una de las interpretaciones más eléctricas, con más pasión, de alguien que sabe cantar, bailar, actuar y que es guapísimo. Me ganó en un instante y mientras no dejaba de aplaudir pensaba que no tenía nada que ver con mi película, pero que era tan bueno que no podía dejar pasar la oportunidad de ofrecerle el papel", recuerda contento con su decisión.

La fuente de la vida encontró en Jackman algo más que un buen actor, una cara bonita y un perfecto atleta. Esta cinta con un marcado tono espiritual conectó con el actor de una forma muy personal. "Desde hace años soy miembro de un sitio en Nueva York llamado La Escuela de la Filosofía Práctica, adonde acudo una vez por semana. Sus enseñanzas te hacen ver que básicamente nada merece la pena. Estudiamos diferentes tipos de escrituras, ya sea Sócrates, Shakespeare, la Biblia, y discutimos y comentamos lo que nos inspiran. En La fuente de la vida interpreto a alguien que anhela la vida eterna, pero que descubre que la vida no le trae la felicidad. Es un gran cuento moral que nos recuerda que hasta que no aceptemos la muerte, nos será imposible vivir nuestra vida al completo por estar tan llenos de temor", se explaya.

¿Hugh Jackman, el hombre sin miedo? "Soy bastante bueno a la hora de superar mis miedos, aunque me considero alguien del montón al que le gustan las cosas sencillas. Por eso en lo personal siempre me siento atraído por gente que, como mi esposa, vive la vida con pasión".

Como subrayó Johansson y puede hacerlo cualquiera que pasa cierto tiempo con Jackman, el intérprete australiano es ante todo un hombre de familia. Es el más pequeño de un hogar que ya contaba con cuatro hermanos cuando él nació y sus primeros meses los pasó con sus padrinos por culpa de la depresión posparto que sufrió su madre. De hecho, Grace Watson abandonó finalmente a su familia cuando el futuro actor tenía sólo ocho años. "Mantengo una relación muy buena con mi madre. Ahora nos vemos a menudo y hablamos como amigos. Veo en ella alguien que quiere disfrutar de su vida plenamente", la disculpa antes de derretirse hablando de su verdadero amor, su esposa. "Es una madre estupenda, alguien de quien te enamoras nada más verla, con un gran corazón y a la que tengo como una gitana de un lado a otro con mis rodajes", se parte de risa antes de aclarar lo que piensa que puedes tomar como una imagen errónea. Porque la de su mujer es una mezcla entre Anita Ekberg, en lo físico, y el humor de Ethel Merman, como ha asegurado en más de una ocasión.

"Deb no es una mosquita muerta. Tendrías que conocerla. No es alguien que se calle. Es pura fuerza de la naturaleza", afirma aún más enamorado de las cosas sencillas y cotidianas de su vida en común, como recoger a sus hijos, Oscar Maximilian, de seis años, y Ava Eliot, de 18 meses, ambos adoptados. "Bañarlos, leerles libros o jugar al ajedrez con mi esposa equilibra mi vida después del chute de adrenalina que me produce enfrentarme a una audiencia de 15.000 espectadores", confiesa.

Jackman también es buen amigo, y entre los más cercanos están el también actor y compatriota Eric Bana y la hawaiana criada en Australia Nicole Kidman, de la que su esposa fue compañera de piso en su juventud. Con ella está rodando en la actualidad el gran épico australiano, aún sin título, que dirige Buzz Luhrmann. "Me llena de emoción porque con Nicole tengo una gran amistad, y rodar en mi país, en una producción australiana, llena de australianos, con ese visionario de Luhrmann, creo que es para no pedir más", aclara.

Y no sólo no pide más, sino que también rechaza. Por si todavía no ha quedado claro que Jackman no está en esto por el dinero, su nombre figura en esa larga lista de intérpretes que dijeron no a la posibilidad de convertirse en el nuevo James Bond. Mejor que en estas grandes franquicias, de las que no tiene queja, pero en las que ya tiene experiencia, ha preferido canalizar su energía en su propia productora, Seeds, con la que prefiere arriesgar pequeñas sumas (para los estándares que se gastan en Hollywood) y reconstruir la industria cinematográfica en Australia.

Su idea es producir películas en su país de origen por unos 10 millones de dólares bajo el auspicio de Fox, ya instalados en Sydney con uno de los mayores estudios del país que utilizan para rodar las grandes producciones de Hollywood. Un esquema similar al que los estudios Disney mantienen en Inglaterra y otros países mediante la división de Buena Vista Internacional. "El 12 de octubre (coincidiendo con la fecha de su cumpleaños) puse en marcha nuestra primera producción, titulada The tourist. Fue un gran día porque como productor, lo primero que hice fue acabar la jornada pronto para que pudiéramos ir a comer, a recoger a los niños y llegar a casa a tiempo de celebrar una fiesta. Así deberían ser todos los días".

Este fin de semana se ha estrenado en España 'La fuente de la vida', película protagonizada por Hugh Jackman.

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