La broma
La independencia es una cuestión demasiado seria como para utilizarla como estratagema táctica. Esquerra Republicana no puede comprometer su principal bandera ideológica en un ejercicio de politiquería electoral. Es una frivolidad. Celebrar un referéndum de autodeterminación el 27 de mayo -cualquiera que sea la envoltura con que se le disfrace- es imposible desde todo punto de vista. Es imposible por inconstitucional. Y es imposible porque, aun desafiando tan sustancial obstáculo, no hay fechas en el calendario para todos los pasos que habría que dar, los legales y los ilegales, los previstos y los que no constan en ninguna parte. Tiene razón por tanto Duran Lleida: es una broma. O, para decirlo a la catalana, una collonada. Y, sin embargo, se puede apostar fácilmente a que esta collonada hará gastar mucha tinta, por una razón muy simple: alimenta la melancolía de los que siguen soñando en que la política catalana regrese a la vieja oposición nacionalistas/no nacionalistas en vez de seguir instalada en el eje derecha/izquierda desde la anterior legislatura.
Desde este punto de vista sorprende que un partido de izquierdas que se autoproclama independentista pero no nacionalista sea tan sensible a la insidiosa presión de CiU. Por lo visto, la insistencia de los nacionalistas conservadores en acusar a Esquerra de traición a la patria. Por haberse ido con los socialistas y no con ellos, ha hecho mella en la dirección del partido. Y no tendría por que ser así, en un momento en que incluso el propio Lluís Llach (penúltimo mito de la izquierda nacional irredenta) indultó al Gobierno de izquierdas después de darle unos cuantos pellizcos, cuando todavía resonaban los gritos contra el presidente Montilla.
El acierto de cualquier iniciativa política está en la proporción entre la apuesta realizada y los objetivos buscados. Los objetivos que Xavier Vendrell buscaba son perfectamente descriptibles: dar alpiste ideológico a las bases de su partido ante las elecciones municipales, obligar a CiU a mojarse después de tantas insidias, lanzar una advertencia al PSC y al PSOE ante las reticencias que amenazan el desarrollo estatutario. ¿Para puntuar en estos tres frentes puede ser útil una propuesta que, en los términos en que ha sido formulada, es perfectamente absurda? Da la impresión de que no. Más bien al contrario: siembra dudas sobre la resistencia de Esquerra a los envites convergentes -dudas incomprensibles en un momento en que el tono de los discursos de CiU es la mejor expresión de que el nacionalismo conservador pasa sus horas más bajas- y reabre las dudas sobre la fiabilidad de Esquerra Republicana como partido de Gobierno. Esquerra Republicana tiene el valor de haber puesto en primer plano estratégico la independencia de Cataluña que el nacionalismo conservador siempre mantendrá escondida por exigencias de su guión y de su electorado. No tiene necesidad alguna de entrar al trapo de las provocaciones de CiU. Y para entrar en la vía de la independencia es necesario primero que en este país todos se den por enterados de que Cataluña no es o Verges o Can Zam, sino que es Verges y Can Zam y muchas otras cosas más. Y que en ella todos son iguales.
La ligereza de Vendrell es, sin embargo, un nuevo motivo para reclamar al PSC una respuesta ideológica. Entre el nacionalismo y el independentismo no es posible afirmar un espacio propio sólo con política social. Además de ésta -que es la razón de ser de un Gobierno de izquierdas- el PSC no podrá seguir eludiendo mucho más las concreciones sobre su política nacional. ¿Cuál es su idea de Cataluña? Las ambigüedades del pasado, cuando bastaba con ser el partido no nacionalista, no son suficientes en el contexto actual.
La iniciativa de Vendrell reactivará a los cruzados que luchan por la unión nacionalista entre CiU y Esquerra Republicana. Mal asunto cuando la independencia de un país ha de construirse sobre la división entre los nacionalistas -los patriotas- y los no nacionalistas -o sea los sospechosos de pertenencia a otro nacionalismo. Simplemente es un signo de que el país no está madurado para la independencia, porque ésta o se construye entre todos o no se hace. El pacto de Gobierno en el que Carod y Puigcercós se han comprometido es suficientemente sólido. Una propuesta tan inverosímil como la de Vendrell no va a fundirlo. La sola idea de retorno a la frivolidad da vértigo a unos dirigentes que han hecho de la cohesión del Gobierno un principio básico.
Pero el debate ideológico existe. Y es la raíz de la acción política. Los partidos se presentan ante sus ciudadanos y tienen que diferenciar sus ofertas entre otras cosas para cubrir sus expectativas en el mercado electoral. Entre la conllevancia convergente y el independentismo de Esquerra, el PSC debería ser capaz de diseñar un proyecto político para Cataluña, desde la razón y el cosmopolitismo, pero sin despreciar o minusvalorar los "narcisismos políticos y culturales", para decirlo en expresión de Georges Corm, propios de los distintos comunitarismos que pueblan este país. Durante muchos años han dicho que esto era el federalismo. Pero tal como ha evolucionado el Estado de las autonomías el federalismo encuentra dificultades para encajar. En estos casos, la tentación siempre está en la huida hacia Europa. Y es un buen camino. Pero insuficiente en un momento en que Europa está tratando de reencontrarse a sí misma. Si el maragallismo intentó redimir España con escaso éxito, el PSC de Montilla debe saber que el retorno a la conllevancia cada vez será más difícil. Y que hoy la apuesta de la izquierda es conseguir más opciones para más ciudadanos. De modo que la principal función del PSC es que nadie quede excluido en el camino de Cataluña hacia el futuro. Pero para eso tiene inevitablemente que explicar su idea de Cataluña.
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