Homenaje a las pizzas finas

Es sorprendente que un portugués, Antonio Oliveira, regente una pizzería en Madrid donde se elaboran unas piezas tan finas. Pizzas más delgadas de lo habitual, casi crujientes como el barquillo, muy en el estilo de la isla de Cerdeña. Se amasan a la vista y se moldean en el aire, como es preceptivo. Al cocer en horno de leña, el aroma de los troncos de encina perfuma su masa e incluso las estancias de este desenfadado local. Entre sus especialidades, algunas destacables: siciliana (tomate, aceitunas, atún y orégano); al pesto (albahaca, piñones y queso parmesano); al tartufo (queso mozzarella con trufas negras); appassita (mozzarella ahumada); con sfilacci (queso mozzarella con hilos de carne seca) o Vesubio (mozzarella, brécol y salchichas napolitanas). Así hasta un total de 30 variantes, por lo general bastante conseguidas.

Aparte están los platos de pasta ascciuta, que no tienen la relevancia de las pizzas, pero no desmerecen. Entre ellos, unos penne a la carbonara con beicon y huevo; los fetuccini con ajo, tomate y albahaca, y los espaguetis con aceite y guindilla. Decepcionan las bruschetas y los crostones (rebanadas de pan tostado con cosas encima), que se sirven pasadas de ajo o demasiado secas. Desilusión de la que ni siquiera se salva el crostone del famoso lardo di Colonnata (tostada con tocino toscano madurado en sal). Para empezar, la casa sugiere algunos antipasti (entrantes) interesantes, incluidos el jamón San Daniele, la bresaola o queso scamorza al horno. Y diferentes ensaladas. De postre, helados, una panna cotta (nata cocida) excelente (lástima la mermelada que la estropea), y un tiramisú con más bizcocho de la cuenta que no figura entre lo mejor de la casa.