Marea negra en Valencia
370 columnas de humo negro se elevan por toda la ciudad. No es Bagdad, es 19 de marzo de 2007. Es Valencia la nit de la crema.
Seguramente todos los que ya tenemos unos años recordaremos esas quemas de antes, cuando los niños bajábamos a la calle y nos quedábamos en ella mucho, mucho rato al calor de las llamas, reculando cuando no podíamos aguantar más, acercándonos de nuevo para ver arder al último ninot, para ver cómo se consumía el fuego y la gran hoguera se iba transformando en brasas. Entonces sí era todo un espectáculo y llevaba su tiempo, un tiempo para prenderse (había que esperar que llegaran los bomberos, que como siempre, no daban abasto), un tiempo para quemarse, para consumirse, para apagarse. Ahora una marea negra que inunda el cielo avisa del fin de la fiesta sin poder contemplar la quema de las fallas: el humo negro lo envuelve todo y consume en tres minutos los mal llamados "monumentos".
¡Qué diferente de antaño! Sin embargo no podía ser ahora de otra manera: la ostentación y la celeridad, inequívocos signos de nuestro tiempo impregnan hasta el último intersticio de la realidad. Cuanto más las fallas, que siempre han sido un poco ostentación, efímera ostentación en la celeridad de 5 días de vértigo. Pero el espectáculo no ha ganado con esa ostentación creciente, por no hablar del ingenio. Ahora se trata tan sólo de ver cual es más grande, cual brilla más, se trata sólo de una burda competición donde sobretodo es el tamaño lo que importa. Rompamos una lanza a favor de esas pocas, poquitas fallas alternativas que pretenden con humor y arte hacer de la fiesta otra cosa, o mejor recuperar la fiesta en el mejor de los sentidos y no en el de esa avalancha de desmanes, tropelías, abusos, desorden, suciedad, ruido y nervios que quizá se den un poco en todas las fiestas populares pero que lamentablemente van empezando a parecer la esencia de éstas, sus señas de identidad.
Hace ya años que al llegar estas fechas se produce el éxodo de parte de la población residente. El que puede se va. Este año la mayoría migró antes del fin de semana, cuando era previsible la avalancha ¿humana? que acabaría transformando el centro de la ciudad en una especie de prolongado botellón, eso tras el colapso y caos circulatorio propios de la ofrenda. Naturalmente este mismo escenario se puede interpretar de otra manera, y hay quien ve o quiere ver en el exceso el glamouroso éxito turístico de nuestra comunidad y el triunfal acierto de la política local. No es de extrañar, para los políticos sin duda lo que importa es el número, la cantidad, y no es por nada que éstas han sido "las fallas más caras de la historia" como titularon repetidamente todos los medios de comunicación.
Entre los que nos quedamos muchos intentamos, a pesar de todo, disfrutar de la diversión que ofrece la fiesta, sumergirnos en ella, y con ese espíritu llegamos al acto final, a la magia del fuego, a la crema. Pero no hubo magia, y casi no se veía el fuego, un humo negro, denso e irrespirable inundaba la calle. Ya no hay espectáculo. Desde que el poliestireno sustituyó a la madera en el corazón de las fallas y éstas pasaron a consumirse en 3 minutos, ya no hay espectáculo, ya todo es humo negro venenoso y asfixiante, con grandes llamaradas que intentan escapar. Los bomberos trabajan.
De la falla no puede verse nada. Todo es humo negro, ya sólo es humo negro.
Colosal vanidad que se destruye en un momento y deja tras sí una estela dañina. Como el signo de los tiempos.
Laura Husé Valle es vecina del barrio de Russafa.
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