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Columna
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Lazos y yugos

Una de las señas de identidad de las sociedades mediáticas es la existencia de poderosos instrumentos para generar y difundir imágenes e ideas capaces de alterar los estados e opinión -y sobre todo, los estados de ánimo- de gran parte de la población. Gobernantes y políticos de todos los colores se han ido aficionando a utilizar dichos instrumentos para manipular la realidad, de manera que sus tesis pudieran calar con mayor facilidad en la opinión pública. Con el tiempo, tanto sus adversarios políticos, como los sufridos contribuyentes y votantes, se han acostumbrado a ello. Los primeros, por aquello del hoy por ti, mañana por mí; y los segundos porque nos hemos ido resignando, en medio de un creciente escepticismo, a aceptar esa práctica como algo consustancial a la política de nuestros días.

Es como un juego en el que algunos protagonistas -o sus asesores de imagen- se sienten muy contentos creyendo haber engatusado al personal, y otros consienten en ser embaucados con tal de que el tinglado funcione dentro de un orden y los políticos cumplan con razonable eficacia su tarea. El problema surge cuando se traspasa eso que ahora se ha dado en llamar líneas rojas y la exageración y/o deformación de la realidad se traducen abiertamente en mentira y engaño, como hizo Aznar tras el 11 de Marzo, o como han hecho los actuales dirigentes del PP en las últimas semanas. Entonces el ambiente se crispa, la gente se cabrea, y surge la indignación.

El ambiente de enfrentamiento y de crispación que se vive en los círculos políticos, y que en lugares como Madrid parece haber trascendido a la calle, contrasta con el clima de indignación, de preocupación y tristeza, que se palpa aquí, en el País Vasco, entre gentes que han estado, durante muchos años, llevando el peso de la movilización contra la violencia. Muchos de los que participan de la aludida crispación no ocultan su satisfacción y sus risitas cuando creen haber asestado un golpe al adversario político, aunque sea a costa de debilitar la convivencia democrática y la unidad frente al terror. No hay más que recordar la amonestación que Pilar Manjón tuvo que hacer a sus señorías en la comisión de investigación parlamentaria sobre el 11-M.

Sin embargo, hay otras gentes que, sin necesidad de estar crispadas, se sienten realmente indignadas ante la inmoralidad que representa la apropiación del dolor de las víctimas, o de símbolos tan queridos y emblemáticos como el lazo azul impulsado en su día por varios colectivos pacifistas vascos y, muy especialmente, por Gesto por la Paz. Por eso, tal vez sea necesario recordar una vez más que, cuando casi nadie se atrevía a plantar cara al terrorismo, cuando las víctimas tenían que tragarse su dolor en la más absoluta soledad, cuando aún corría de boca en boca el consabido "algo habrá hecho", entonces, gentes anónimas comenzaron a dar testimonio de su disconformidad mediante la expresión de su silencio en las calles de pueblos y ciudades de Euskadi. Era un gesto a favor de la paz y de la dignidad. Gracias al liderazgo moral de aquellas personas, que no buscaron pero que de hecho ejercieron sobre el conjunto de la sociedad vasca, muchos fuimos incorporándonos a la denuncia del terrorismo y a la expresión pública de nuestra solidaridad con sus victimas. Aquellas gentes, sin buscar protagonismo alguno, sin más recurso que sus convicciones morales, fueron tejiendo un gran lazo de solidaridad, con el que muchos nos sentimos reconfortados.

Por ello, es comprensible la indignación de tantas personas al comprobar que su esfuerzo de años en favor de la unidad frente al terror está siendo utilizado para dividir, que los símbolos que nos unieron tratan de usarse como un yugo para obligarnos a compartir un proyecto político o un sentimiento identitario. Sin embargo, la dignidad de las víctimas del terrorismo no puede de ningún modo defenderse con mares de banderas, sean éstas de uno u otro color, tengan franjas, cruces o aspas, utilizadas como arma arrojadiza, o como insignia obligatoria. Las víctimas no tienen patria, y nunca un lazo de libertad podrá ser convertido en un yugo para el sometimiento.

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