Mejor al colegio que al calabozo
25 niños rumanos de la Cañada Real escapan de mendigar por el empeño de una parroquia
Alexandru, flequillo ralo y oscuro, boca destrozada pese a sus 10 años, no existe. Tampoco sus seis hermanos. Ni su madre, Marta, de 30 años, colmillos de oro y un aborto reciente mal cicatrizado. Sin embargo, Alexandru lleva un uniforme de niño bien, con sus pantalones de franela grises y su jersey de pico rojo. Sólo tiene ese traje escolar. Por eso se lo cambia nada más pisar un pie en el terreno irregular, lleno de basura y ruedas de coche quemadas, de la Cañada Real Galiana: "Me gusta mucho mi uniforme, pero no lo puedo lavar".
Les gusta la comida, "sobre todo los helados", y el poder ir al váter y que funcione
La parroquia está en un recodo. La cruz es de ladrillo "para que no la roben"
Alexandru es uno de los cerca de 1.000 niños que viven en el último tramo de la Cañada, una interminable serpiente de chabolas que enrosca la cola entre la carretera de Valencia y la incineradora de Valdemingómez. Muchos más de la mitad no van al colegio. Alexandru, sí, por el empeño de un grupo cristiano, liderado por el sociólogo Ángel Arrabal y por Jorge Fernández, que ha rehabilitado con sus manos la ermita de Santo Domingo de la Calzada, una isla de uralita entre las chabolas. No es el único: 25 chicos, recogidos y convencidos uno a uno ante unos padres reacios a perder un "trabajador", se han matriculado este año. Cinco más se han "reintegrado" tras abandonar el pasado curso. Van al colegio. Pero lo que más recuerdan es el menú de la comida y el helado de postre. También que haya agua corriente en los lavabos. "Eso es lo de menos, si no van al colegio, delinquen. De eso no hay duda", sentencia Fernández.
A los niños de Valdemingómez no les gusta mucho el cole. Están acostumbrados a danzar a su aire. Pero les gusta la comida, "sobre todo los helados y las lentejas", y el poder ir al váter y que funcione. También aprecian las mochilas que les han comprado y "el fútbol, y el español, y la educación física", apunta Daniel, de 10 años, y algo más conforme con su nueva vida de obligaciones. Tanto, que hasta ha pedido una flauta.
David, de unos siete años, es el menos entusiasta:
-¿Qué es lo que más te gusta del cole?
-No me gusta nada -confiesa mientras se pega en la frente una pegatina redonda verde.
-¿Y a ti te gustaba cuando eras pequeño?
-Tampoco.
-¿Ves?, no soy tan malo -sonríe.
Sin embargo, David, hace otra reflexión: "Pero es mejor el cole a que te cojan los policías por la calle o ponerte a trabajar". Eso, a pesar de que confiesa que sólo tiene "un amiguito". Otro muchacho, éste de 13 años, que brujulea por la zona, no está de acuerdo: "A mí me gusta trabajar. Soy mayor y me aburre el colegio, pero no robo", dice riéndose.
La mayoría de los críos de esta zona están enrolados por sus propios padres en la mendicidad. Otra gran parte, diseminados por el centro de Madrid aguardando el despiste de algún propietario de teléfono móvil, según las explicaciones de los propios chavales.
Por las cunetas, malas hierbas y cachivaches, caminan en fila, esquivando cables de la luz y camiones, señoras con falda de volantes y un séquito de hasta ocho niños. En los últimos tres años han muerto 11 chicos por atropello. Algún señor con la barriga al aire toma el fresco en una terraza ilegal, un extraño bar con el nombre escrito en tiza. Algunos drogadictos dan tumbos. Grupillos de chicos merodean por la incineradora. Sin escolarizar quedan más de 500. Entre los que se supone que sí van al colegio "hay un nivel de absentismo enorme", según denuncian ONG como SOS Racismo. Estas organizaciones creen que desde que Rumania es parte de la Unión Europea, el 1 de enero de este año, el desembarco de niños ha sido constante.
"Es muy posible que la única comida razonable que hagan en todo el día sea en el colegio", concede Gómez, del Blas de Otero, uno de los cuatro colegios públicos de Vallecas Villa que acoge a estos niños (los otros son el Juan Gris, el Honduras y el Ciudad de Valencia). Gómez advierte de que los colegios vallecanos "no pueden admitir a más niños de la Cañada".
El grupo de Ángel Arrabal y Jorge Fernández se encarga de pagar cualquier actividad de los chicos. También son los que hablan con sus tutores y revisan sus notas. Sus padres, analfabetos e incapaces de hacerse entender en español, se limitan a consentir que asistan a la escuela.
La parroquia de Santo Domingo está en un recodo de la Cañada. La cruz es de ladrillo "para que no la roben", subraya Arrabal. Alrededor hay montones de basura, coches quemados y jeringuillas con el émbolo lleno de sangre. Ángel Arrabal, con un recogedor metálico, las rescata una a una. Los niños juegan al fútbol. Al frente hay uno de los bares chabola ilegales del camino.
El pediatra Antonio Ortuño, que todos los miércoles pasa consulta en la parroquia está muy sorprendido: "No tienen ni piojos ni lombrices, que sería lo esperable". Arrabal apunta una causa: "El humo tóxico de la incineradora mata todos los bichos. Si te fijas aquí sólo hay ratas. Pero no insectos".
14 asociaciones contra las "condiciones infrahumanas"
Un grupo de significativas asociaciones como SOS Racismo, Cáritas o el Secretariado Gitano, denunció ayer "la situación social y el abandono y discriminación" que sufre el asentamiento de la Cañada Real Galiana. Hasta 14 organizaciones señalan que las 20.000 personas que, según ellos, viven en la interminable sucesión de chabolas que concluye en el vertedero de Valdemingómez, subsisten "en condiciones infrahumanas".
Un paseo por la zona muestra una sucesión continua de infraviviendas. Sin embargo, en muchas de ellas, hay un cartel que pone "se cede". Eso ocurre, porque todas esas edificaciones, que se extienden durante 15 kilómetros, son ilegales. En realidad, si uno llamase a uno de los móviles que están pintados en la pared le pedirían dinero.
El manifiesto conjunto, recuerda "la inseguridad de la zona, donde es frecuente" el "menudeo de droga", al menos, desde hace cinco años. También el peligro que supone "el tránsito diario de 4.500 camiones" cargados de basura que van a la incineradora "sin que en todo el trayecto haya un solo paso de cebra y un solo semáforo". En los últimos meses han sido atropellados y resultando muertos tres niños. En los últimos tres años, la cifra asciende a 11. "No hay aceras, ni alcantarillado, ni servicios de limpieza urbana", concluyen su descripción de las condiciones cuartomundistas del camino.
La denuncia propone como solución que "las distintas administraciones se reúnan para elaborar un plan integral de actuación en la zona que aborde todos estos problemas". También, que "se dote a la Cañada de infraestructuras", que "no se discrimine a ningún colectivo", que "se permita el empadronamiento de las personas" y que "se regule el tráfico".
Precisamente, una de esas instituciones, el Ayuntamiento de Madrid, aprobó ayer un aumento de 2,1 millones de euros sobre el presupuesto inicial (nueve millones) de la obra aprobada para sortear la Cañada. Así, los camiones llegaran por otro lugar a la incineradora.
Nada se aclara sobre el futuro del asentamiento chabolista, aunque se habla de expropiar terrenos. Ahora, esa obra está en proceso y un camino de arena circunvala la Cañada. "Algunos camiones van por ahí y tiran la basura en las obras, así se ahorran los 80 euros que vale el vertedero y se los juegan a los chinos en un bar de la zona", comenta Ángel Arrabal.
El grupo de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada también denuncia la situación: "Es increíble que las instituciones digan que hay educadores", señala Jorge Fernández, que asegura no "haberles visto nunca". "No hacen nada por ayudar", insiste Fernández, que cuenta como ejemplo que todos los documentos que se les pide a los niños para escolarizarse los hace su grupo "con una fotocopiadora en la ermita".
Uno de los firmantes del manifiesto colectivo, la Asociación El Fanal, también ayuda a la escolarización de los niños, aunque, en su caso, generalmente marroquíes. En la Cañada Real Galiana, además de la parroquia, también hay una mezquita y una iglesia evangélica.
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