Antídoto contra la crispación
El pasado miércoles, en la tertulia de "políticos" que tiene lugar en La ventana escuché el intercambio de opiniones entre Ignasi Guardans y Rosa Aguilar acerca de la incidencia que la estructura política descentralizada del Estado español podía tener como antídoto frente al clima de crispación que desde hace bastantes meses está dominando la vida política del país. Había acuerdo entre ambos en que, en todo caso, la estructura descentralizada del Estado no favorecía el clima de crispación, pero ya no lo había tanto sobre si realmente dicha estructura podía operar como una suerte de cortafuegos, que impidiera que el incendio se extendiera del centro al resto de España. Mientras el político catalán entendía que, de hecho, estaba operando ya de esa manera y que no era comparable lo que se vivía en Madrid con lo que se vivía en el resto de España, en donde podía haber hartazgo y asqueo de la política, pero que no se llegaba al borde del enfrentamiento cívico que se produce en la capital, la alcaldesa de Córdoba no estaba tan segura y pensaba que las señales de alerta llevaban demasiado tiempo encendidas y que no se podía descartar que fuera de Madrid la temperatura llegara a elevarse tanto como en la capital de España.
Me encuentro más próximo de Ignasi Guardans que de Rosa Aguilar, aunque admito que la intuición de la alcaldesa pueda ser más ajustada a lo que ocurre en la realidad que la que tenemos Ignasi y yo. Pero no lo creo. Es verdad que hay dos elementos que contribuyen a que el clima de crispación pueda extenderse por todo el país. El primero es, sin duda, que el grado de centralización en el proceso de formación de la opinión pública es superior al que existe en la estructura estatal. Y el segundo, que uno de los dos partidos de gobierno de España, el PP, tiene una estructura interna muy poco adaptada todavía a la estructura del Estado. Es obvio que ambos combinados operan en la dirección de extender el clima de crispación por toda España.
Pero, a pesar de ello, creo que son más poderosas las tendencias en la otra dirección que se han ido imponiendo desde que, con la entrada en vigor de la Constitución, se inició la construcción del Estado autonómico. La confusión entre política estatal y política autonómica y municipal que se produce en Madrid no se produce, ni de lejos, en las demás comunidades autónomas, en las que, además, empiezan a existir medios de comunicación, que, aunque tienen relativamente poco peso en la formación de la opinión pública fuera de su ámbito territorial, sí lo tienen, y mucho y de manera progresivamente mayor, en dicho ámbito. De Juana Chaos ha estado presente en el debate político y ciudadano andaluz, pero también lo ha estado Inmaculada Echevarría y, desde luego, ha habido diferencias entre las concentraciones del viernes en nuestras capitales y la manifestación del sábado.
En la España que hemos construido políticamente con base en la Constitución de 1978 es muy difícil que el proceso de formación de la opinión pública gire sobre un solo tema que haga desaparecer todos los demás y sobre el que los ciudadanos puedan dividirse prácticamente por mitad. Eso es lo que pretende la estrategia política del PP.
Es una estrategia que va contracorriente. En un Estado "compuesto", por utilizar la expresión del Tribunal Constitucional para referirse al Estado autonómico, las mayorías que tienen que constituirse para dirigir políticamente al país tienen que ser también mayorías "compuestas", que son refractarias por la propia naturaleza de las cosas a configurarse en torno a un solo asunto, que, como el terrorismo, además, cada vez tiene menos presencia real en la convivencia ciudadana.
El PP se está equivocando de Estado. No ha comprendido todavía qué es lo que la generalización del ejercicio del derecho a la autonomía ha supuesto para España y para la forma en que hay que hacer política en ella. Tras las reformas de los estatutos de autonomía todavía va a ser más así. La dirección del PP debería tomar buena nota.
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