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LLÁMALO POP
Columna
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Llorar o reaccionar

Diego A. Manrique

La industria discográfica española vive tiempos de pesadilla. ¿Es eso una noticia? Debería serlo: las ventas han caído tanto que se puede llegar al número uno de las listas despachando cuatro o cinco mil discos. Dentro de las compañías, las cifras producen tal vergüenza que se ocultan: quien tenga la oportunidad de echarlas una ojeada, pensará que en todos los números falta un digito. Pero no.

El análisis más conciso de la situación aparece en la contraportada de un CD promocional de 2 Fer Records, sello recién llegado: "Todo está fatal. No se venden discos. Nadie se arriesga. La música es toda igual. Los discos son caros. Los conciertos son caros. Las copas son caras. Los tomates son caros. Si tienen sabor, son más caros todavía. Las hipotecas son caras. Ha subido la luz. El ADSL es el más lento y caro de Europa. Las zapatillas Adidas Collage son preciosas. Y carísimas. Nadie confía en los nuevos artistas. Se cierran salas, nadie se arriesga con inversiones. A nadie le importa la música. Las tiendas cierran. La gente se lo baja todo y todo se la pela. La culpa es suya, los muy cabrones. Esto se acaba, todo se cierra".

Lo extraordinario es que la crisis se vive silenciosamente. ¿Una cuestión de autoestima? De ocurrir algo similar en el negocio de los libros, el cine o el teatro, habríamos visto manifiestos, protestas, editoriales, declaraciones gubernamentales, interpelaciones parlamentarias. Sin embargo, la música tiene tan escaso músculo corporativo que es incapaz de hacerse oír; cuando lo intenta, lo hace con demasiada timidez o torpeza.

Además ¡resulta tan paradójica la situación! Nunca se ha consumido tanta música grabada... pero la mayoría de los consumidores ha decidido que no quiere pagar por ella. Se escuda en excusas maravillosamente imaginativas: los artistas tienen muchos millones, los CD vírgenes se usan para almacenar fotos familiares, las discográficas son una gavilla de ladrones...

Así que reivindicar el valor de la música se confunde con defender privilegios. Apostar por el concepto de obra puede llevar a ser acusado de prejuicios antitecnológicos. Y empatizar con los dilemas de las discográficas es pecado.

Pero uno no puede dejar de mostrar admiración por los que siguen bombeando música, sean creadores o disqueros. Como los responsables del texto citado, Fer Portalo y Fer Delgado. Que siguen: "Pensamos que todo eso es verdad, que todo es una mierda. Y llega un día en que oyes música con la que flipas y que nadie va a editar. Y piensas: ¿por qué no lo hago yo? Y montas un sello para que esa música no se quede encerrada, para seguir alimentando nuestra enfermedad y, sobre todo, para ver la cara de los que se quejan a diario". Y ahí está 2 Fer Records, sacando música de Delco y The Right Ons. Benditos sean.

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