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Reportaje:

Capital europea del caos botánico

Valencia celebra un congreso de arboricultura entre las críticas por la falta de un diseño de su arbolado

Hubo un tiempo en que los jardineros valencianos eran reclamados por el mundo por su exquisito gusto por el paisaje. Algunos textos árabes definen a la ciudad como "un jardín de flores". Poco queda de ese esplendor. Sólo algunas reminiscencias lingüísticas advierten de que Valencia tuvo árboles y jardines donde los años han puesto edificios y calles sin descanso. Russafa, el popular barrio al sur del centro, evoca un jardín en árabe. Hoy alberga a 25.000 vecinos sin ningún rastro de olor a flores, más allá de las que ponen sus multiculturales vecinos en las ventanas.

Los responsables municipales del arbolado de Lille, Beirut, Turín o Madrid han pasado tres días en Valencia para aportar su experiencia al XI Congreso de la Asociación Española de Arboricultura. Federico Sepúlveda, responsable de parques y jardines de Madrid, señaló, para admiración de los técnicos valencianos, que su equipo cuenta con cerca de 200 personas para el cuidado de sus 300.000 ejemplares. Miles de árboles que hasta 2001 no fueron recogidos en un inventario. Sepúlveda sacó pecho de su amplia plantilla mientras 250 árboles caían en la capital a causa del viento y El Retiro era cerrado por seguridad. Primera clausura del mítico parque en sus 400 años de historia. Algo falló en el plan de Sepúlveda.

Los 330 árboles monumentales son supervivientes del 'tsunami' urbanístico
"El jardinero valenciano no es paisajista, es un agricultor", dice Ballester Olmos
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En Valencia es impensable un fallo en el plan. Básicamente no hay plan. Los servicios técnicos del Ayuntamiento cuentan con uno de los mayores presupuestos de las ciudades españolas -21,5 millones de euros anuales- y una tecnología muy avanzada. Pero el diseño paisajístico es silvestre. José Francisco Ballester Olmos, profesor de la Universidad Politécnica de Valencia, cree que la falta de una idea global reduce la vida de los árboles. Algunos chopos que deberían cumplir un siglo mueren a los 30 años. La media de edad de los ejemplares en Valencia ronda los 40 años, según Jacobo Llorens, presidente de la asociación organizadora del congreso.

José Plumed, especialista en poda del Jardín Botánico, cree que existe un problema en el diseño de las especies plantadas. El Ayuntamiento ha optado, los últimos años, por árboles de copas enormes -llegando a los 500 metros cuadrados de superficie- en alcorques minúsculos. "Al final están obligados a podarlos mal para que no se peguen a las fachadas", explica. Llorens, responsable también de la poda municipal, no está de acuerdo. A su favor expone un sistema de escáner que analiza la salud de los árboles. Aún así, reconoce que los ejemplares no están siempre fuera de peligro. "Actualmente, los que rigen el diseño verde de la ciudad son los coches", lamenta.

Las buenas ideas llegan con cuentagotas. Con la inauguración de L'Oceanográfic, el gobierno municipal repobló de moreras la avenida que bordea el acuario, el Camino de las Moreras. La desaparición de estos ejemplares, antes abundantes, tiene una explicación cultural que parte del carácter valenciano, según teoriza el director de la revista Mètode, Martí Domínguez: "Se debe a la mentalidad pragmática de esta tierra de agricultores. Los árboles están para hacer sillas, no para observarlos". Ballester tecnifica la teoría: "El jardinero valenciano no es un paisajista, es un agricultor. Poda igual un naranjo que un plátano, pensando en la productividad".

La morera es un árbol emblemático para Valencia. Sus hojas sirven para la cría del gusano de seda, tan preciado para los velluters (tapiceros), que dieron su nombre al barrio del centro histórico donde hoy los árboles llaman la atención del paseante por su excepcionalidad. Esa parte del centro histórico destaca por la frecuente apariencia de solares, que el Ayuntamiento no aprovecha para crear zonas de desahogo, como demandan sus habitantes. Los valencianos amantes de los árboles sueñan con la creación de un pulmón semejante al de Central Park en Nueva York sobre la estación del AVE. Aparte del nombre: Parque Central, los rascacielos serán la única similitud con el pulmón de La gran manzana.

Valencia tiene la mitad de jardines que la media europea. Sus calles alternan grandes avenidas con bulevares plagados de palmeras como la de Antic Regne, con barrios enteros sin apenas un tramo de césped. Los 330 árboles monumentales están esparcidos por la ciudad como auténticos supervivientes del tsunami urbanístico.

Una carrasca solitaria en la avenida de Aragón expresa la soledad de los grandes ejemplares. Las obras de los alrededores de Mestalla para el mundial de 1982, dejaron milagrosamente este centenario ejemplar sobre la acera. Hoy da sombra sin que nadie repare en qué tipo de árbol es o su edad. Incluso llega a decorarse con luces en Navidad, para desesperación de Domínguez, que apuesta por colocar algún cartel que explique su especie. El objetivo es cambiar la mentalidad agrícola del valenciano por la del paseante orgulloso.

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