Derecho a la rebeldía
Corren vientos favorables para la rebeldía. Ninguna dominación que quiera ser estable se sustenta sólo en motivos materiales o afectivos, sino, como expresó M. Weber, todas procuran fomentar la creencia en su legitimidad. Para los dirigentes del PP, tal legitimidad está en entredicho desde el 14 de marzo hasta el día en que se atenuó la prisión de De Juana Chaos y llaman por tanto a la insumisión.
Hace poco más de 70 años, cuando la República iniciaba su proyecto modernizador, en el que figuraba el laicismo que a duras penas todavía trata de imponerse, las fuerzas conservadoras se sintieron agredidas y llamaron también a la movilización: firmas, concentraciones en plazas de toros, marchas y libros. El más famoso El derecho a la rebeldía (1934), del canónigo salmantino Castro Albarrán, a la sazón rector de Comillas.
El auditorio proclive a aquel mensaje es hoy más denso que hace unos años, pues sintoniza con la idea de democracia a la carta que tenía el magistral de Salamanca: las urnas eran buenas si se ganaba (1933) y malas si se perdía (1931, 1936). Dados los compañeros de viaje que se suman a las movilizaciones del PP convendría recordar que El derecho a la rebeldía se publicó remozado en 1940 como Derecho al alzamiento.
No quiero resucitar fantasmas guerracivilistas, pues afortunadamente han variado las circunstancias nacionales e internacionales, pero sí llamar la atención sobre las consecuencias -seguramente no dramáticas pero no inocuas- de protestas que esconden la aversión a los procedimientos democráticos y que se sazonan sistemáticamente con insultos al presidente del Gobierno y a diversas instituciones.
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