Una inyección de culpa
Si Robert J. Flaherty hubiese contado con los medios que la revolución digital pone hoy en manos del documentalista, quizá la historia del cine se hubiese regido primordialmente por el signo de la no ficción. El presente boom del documental tiene que bregar con el peso de una tradición dominada por todo lo contrario, lo que explica la perplejidad de un género que no siempre sabe afirmar su identidad lejos de la ficción, pero también de lo que no es sino mero reportaje. El documental es, en definitiva, ese género tan difícil y resbaladizo en el que la decisión de incluir o no, pongamos por caso, el plano de una deslumbrante puesta de sol en el montaje final no es tanto una decisión estética como moral.
INVISIBLES
Dirección: Isabel Coixet, Wim Wenders, Fernando León de Aranoa, Mariano Barroso, Javier Corcuera. España, 2007. Género: documental. Duración: 105 minutos.
Invisibles, proyecto levantado e impulsado por Javier Bardem como corolario de su compromiso con Médicos Sin Fronteras, concluye con lo que, sin pompa ni circunstancia (como exige el género, ni más ni menos), podría considerarse toda una lección magistral sobre el ejercicio de la mirada documental: La voz de las piedras, de Javier Corcuera, se acerca a la provisionalidad, vitaminada de utopía, de una comunidad de campesinos colombianos desplazados de su entorno legítimo por una guerra que, probablemente, ni siquiera considera su coyuntura un daño colateral.
Corcuera hace lo que exige la herencia de Flaherty: dejar que pase la vida ante la cámara, que la realidad se imponga y que la emoción, si los vientos son propicios, suceda, emerja como un géiser accidental. Como algo que no está en el guión. El cine (es decir, lo que jamás podremos traducir a otro lenguaje) siempre es lo que no está en el guión y esta afirmación es más irrebatible que nunca cuando hablamos de documentales.
Dimensión ética
Desde su mismo título, Invisibles hace bandera de lo que es no sólo una de las funciones del género, sino la esencia del medio (cinematográfico): hacer visible lo invisible, aunque tenga la forma de una incómoda inyección de culpa sobre los ocupantes de la platea.
La dimensión ética de la propuesta y la eficacia de un planteamiento didáctico que nos familiariza con conceptos como los night commuters o la enfermedad de Chagas parecen conspirar para desarticular el ejercicio de toda crítica. Conviene, pues, aparcar la automática adhesión a las intenciones del proyecto para hablar de las debilidades de un conjunto que no logra esquivar en todo momento los peligros de una fotogenia del desamparo -es el caso de León de Aranoa y Wenders (que, no obstante, aprovecha la invisibilidad como elocuente recurso formal)- y la disonancia de sus interferencias de ficción -el melodrama readymade de Coixet y el maniqueísmo serie B de Barroso-.
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