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Crónica:DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Tengan cuidado ahí fuera

Ya están aquí

Alguna comisión de sabios debería determinar si las Fallas deben seguir como hasta ahora o si se impone una reorientación espacial del tipo de el que quiera acudir al recinto que lo haga

Debido a una oferta infantil que no pude rechazar acudí a la Crida, ese acto de efecto llamada donde la alcaldesa, la fallera mayor y otras autoridades no menos pandémicas invitan a la gente a la fiesta, y en el que se echó a faltar a Zaplana y Acebes con la todavía alcaldesa en sus roncos gritos a favor de la pólvora. La cosa era de tal calibre que en lugar de invitar a la gente a la fiesta parecía una incitación a echar mano de cuanta pólvora fuera necesaria para conservar nuestras señas de identidad, un material explosivo que en opinión de Rita incluso los niños tienen derecho a manejar. De vuelta, entre la turbamulta de estandartes que semejaban una manifestación de las que nos asolan, una chica preguntó a sus amigos qué significaba eso de fallera mayor. Ninguno de sus acompañantes, locales, se lo supo explicar. Cuando Zaplana, vivero de altos cargos.

Martin Scorsese

El Oscar se premia a sí mismo al ser recibido por Martin Scorsese después de tantos años, un tipo que ya avisó de cómo iba a gastárselas cuando en el arranque de su primeriza Malas calles ofrecía un majestuoso corte en movimiento digno del mejor cine. A los grandes cineastas de la Cartelera Turia nunca les gustó Taxi Driver, hoy un clásico incontestable, porque preferían las argucias de cosas como Mamá cumple cien años, pero Scorsese no se dejó intimidar y siguió rodando enormes películas repletas de talento, desde Toro salvaje, la más brutal crónica jamás filmada sobre la autodestrucción en público hasta Infiltrados, pasando por ese ejercicio de estilo a lo Henry James que fue La edad de la inocencia y sus vertiginosas panorámicas. En realidad, basta con escuchar la banda sonora de Casino para persuadirse de que estamos ante uno de los nuestros, y no como Woody Allen pasando por culto con sus relamidos cuartetos de Mozart como gominola de fondo.

El terrorismo anunciado

Suponer que el terrorismo es el anuncio de algo es ignorar que su eficacia consiste muy a menudo en la crónica de muertes nunca anunciadas. Pensadores de la publicidad a lo Braudillard o Ferlosio se equivocan en un punto fuerte: de nada le sirve al terrorismo anunciar la muerte si no recurre a ella como recordatorio. Nadie anunció el 11-S neoyorkino, como tampoco nadie se tomó la molestia de anunciar el 11-M madrileño. Al terrorismo no le basta con anunciar su propósito de matar para aproximarse a sus objetivos estratégicos: debe asesinar, al menos de vez en cuando, pues de lo contrario nadie lo tomaría en serio. Las víctimas no son efectos colaterales, sino el nutriente básico que asegura la permanencia del terror, porque ningún terrorismo puede siquiera sobrevivir si entre sus premisas no figura la de utilizar la muerte como argumento político-religioso. Y porque el que anuncia que está dispuesto a matar, acaba matando.

Una campaña

No es ya el error de los carteles, donde Joan Ignasi Pla aparece como un enterrador ni serio ni risueño y Carmen Alborch como la dama. Un cartel que transpira indeterminación según la estética de la revista Hola, y que anuncia lo que se da por cumplido. Es posible que la visita al Mercado Central sea obligada en campaña, pero nada autoriza a suponer que se ganan votos con esas visitas, y menos aún si se finge comprar alguna cosa, ya que hasta el más lerdo de los votantes sabe que los candidatos tienen cosas más importantes que hacer que encargarse de la cesta de la compra. Esa terrible falta de imaginación choca con la determinación de Rita Barberá, acostumbrada a recurrir a toda clase de argucias para salirse con la suya. ¿Se quiere repetir esa impresión? ¿Competir en valencianía de calle? Ahí tienen los socialistas todas las de perder, porque a una persona cultivada se le nota más cuándo está haciendo paripé electorero. Carmen es bastante más que una persona encantadora.

Y otra

Todo eso es poca cosa al lado de lo que está pasando en el mundo. Si el siglo XX fue el horror en primera persona, lo que va del XXI es el terror globalizado, como si el mundo hubiera sido presa de una terrible crueldad donde las ideas propias de la Ilustración ceden el paso a un sálvese quien pueda en el que se salvan más o menos los de siempre. Prácticamente no hay región del escenario extra occidental sin sangrientos conflictos donde la hambruna es el pan de cada día, y hasta el mismo Marx se habría quedado de piedra de haber adivinado que la explotación de la pobreza llegaría hasta el comercio internacional de órganos humanos. Y ni siquiera cabe ya acogerse a la banalidad del mal, porque los rufianes de ahora mismo son cualquier cosa excepto apacibles padres de familia. Es el siglo de la ferocidad.

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