Las hijas de la ira
Cultura organiza en el Teatro Principal de Santiago un homenaje a las mujeres represaliadas por el franquismo
Del medio de las mujeres, levantadas ante el prolongado y emotivo aplauso del público, salió un grito ahogado: "Viva Galicia ceibe!". Respondieron al unísono: "Viva!". Ellas, víctimas directas de la represión del régimen franquista, protagonizaron el acto Mulleres con memoria que acogió ayer el Teatro Principal de Santiago de Compostela. En palabras de la profesora de la Universidad de Santiago Aurora Marco, "se trata de un homenaje a las mujeres asesinadas, violadas, encarceladas, vejadas, paseadas, rapadas".
Entre familiares, homenajeadas, estudiosos, militantes anarquistas y periodistas, el patio de butacas, la platea y dos palcos del Principal estaban a rebosar. Como suele dictar la norma en estos casos, todo osciló entre la emoción, el guión pactado y la espontaneidad. Cuando la presentadora de Mulleres con memoria, la poeta Marga Romero, llamó al escenario a la primera de las mujeres protagonistas, Teresa Alvajar López, ésta se desató en una pieza oratoria improvisada en la que relató su paso por la cárcel de A Coruña y recordó con cariño a La Corales, una prostituta que escondió a perseguidos durante el 36. A sus 85 años, y pese a que nunca ha regresado del exilio, terminó con un encendido alegato en favor "de la libertad y de Galicia".
La Sección Femenina y la Iglesia Católica fueron centrales en la represión femenina
La profesora Aurora Marco, antes, había explicado el sentido de la reconstrucción de la memoria histórica. "Todo acto de reparación no es una cuestión de remover odios", dijo, "es sobre todo una cuestión de justicia social". Y después de citar un verso de Pilar Pallarés -"Alguén virá que salve os seus nomes?"-, realizó un repaso por las mujeres asesinadas y represaliadas durante la Guerra Civil y el franquismo. Los riesgos de la institucionalización de la memoria histórica se disuelven ante la simple enumeración de los nombres de las víctimas, la rara contundencia de decirlos.
Aurora Marco habló, también, de la necesidad de trazar la crónica de las silenciadas. "Además del retroceso de los avances feministas de la II República, hubo una represión que afectó especificamente a las mujeres", explicó, "y de la que formaron parte importante la Sección Femenina y la Iglesia Católica". Las monjas vigilaban el penal de Saturraran, en Euskadi, donde permanecieron recluidas mujeres gallegas. Para la secretaria general de Igualdade, Carme Adán, que intervino en Mulleres con memoria, "la represión tuvo una dimensión de género, las mujeres fueron ultrajadas, a veces, únicamente por ser mujeres".
Las historias que hay detrás de cada una de las 31 mujeres que reunió el homenaje organizado por la Consellería de Cultura abarcan todas las modalidades de la represión. El exilio exterior, sobre todo al México del general Lázaro Cárdenas y a la Francia del Frente Popular que estaba a punto de ser invadida por los nazis, y el interior - así tituló Miguel Salabert su libro de 1988- se encontraba bien representado. Incluso se acercó a Santiago una nieta de Santiago Casares Quiroga, el último presidente de la II República, de nombre Esther Casares.
Hijas de fusiladas y fusilados, militantes en las tres tendencias de la izquierda que dominaban en la República - anarquistas, comunistas y socialistas - enlaces de la guerrilla de los años 40, responsables de las células clandestinas de oposición, personas únicamente progresistas, éstas eran las mujeres que el régimen de Franciso Franco persiguió con saña y a las que el respetable del teatro compostelano otorgó un aplauso ininterrumpido de varios minutos de duración.
En el itinerario que la profesora Aurora Marco trazó por los mapas de la infamia se detuvo en los recuentos memorialísticos escritos por mujeres gallegas. Residencia Privilegiada, de la actriz María Casares, Cárcere de Ventas, de Mercedes Núñez, o los Diarios de Syra Alonso, registraron la experiencia de las represaliadas desde la subjetividad.
Mariví Villaverde, autora de Tres tiempos y la esperanza, publicada en Argentina por primera vez, y presente en Santiago en la mañana de ayer, sintetiza gran parte de lo expuesto en Mulleres con memoria. Hija del alcalde republicano de Vilagarcía, Elpidio Villaverde, Mariví se casó con el escritor galleguista, y luego dirigente comunista, Ramón de Valenzuela. Juntos vivieron el exilio en Argentina. "Con estas mujeres tenemos una deuda histórica", aseguró Aurora Marco, "y la desmemoria nunca fue buena compañera de viaje para nadie".
La propuesta musical de Mercedes Peón, en el filo que separa telurismo vanguardista de los colchones sonoros new age, puntuó el homenaje de la Xunta a las mujeres resistentes. Vestida rigurosamente de negro y con el craneo afeitado, la cantante y gaiteira se valió de las bases programadas, un tambor, una pandereta y su potente voz para ofrecer tres canciones y sus respetos a las 31 representantes de las víctimas femeninas del franquismo.
Los asistentes a Mulleres con memoria. Mulleres represaliadas polo franquismo que ocupaban la práctica totalidad de las butacas y sillas del Teatro Principal tendían a la mediana y avanzada edad. Oían a gente que contaba su historia -Teresa Alvajar López, Dolores Rodal Blanco- siempre como si fuese la primera vez que la relataban, y para gente que la oía también como si fuese la primera vez. Quizás se echó en falta un mayor espacio para el relato de las propias mujeres homenajeadas, eclipsado por la presencia institucional.
Precisamente una intervención de la conselleira de Cultura, Ánxela Bugallo, cerró la mañana en el Principal de Santiago. "Debemos esforzarnos por situar a estas mujeres en la memoria, pero no tanto por su sacrificio", afirmó Bugallo, "sino por su dignidad, su orgullo, su compromiso, su valor y su coraje". Los nombres de las mujeres presentes volvieron en las palabras de la conselleira, que expresó la imposibilidad de otro 36, y contradiciendo así a Dolores Rodal, hermana de paseados en Cangas do Morrazo, "porque ahora recuperamos la memoria y a las personas que quedaron en el camino".
"Aún están ahí"
Dolores Rodal Blanco, de Cangas do Morrazo, cumplía ayer 86 años. Cuando el Ejército español inició el golpe de estado el 18 de julio de 1936, contaba 15. Su madre, sindicalista en la fábrica de conservas donde trabajaba, y su padre, concejal republicano, fueron encarcelados durante más de cinco años, lejos de Galicia. A su hermano lo pasearon, junto a otros cinco hombres y con apenas 18 años en la localidad de Ponteareas, después de tenerlo cinco meses entre rejas.
Dolores relató en el homenaje del Teatro Principal su historia. "Cuando llevamos el cadáver de mi hermano al cura de Ponteareas, nos dijo que estaba harto de enterrar rojos", recuerda entre lágrimas, "y que lo enterrásemos por ahí". El cadáver de Rodal Blanco terminó bajo tierra en el atrio de la iglesia.
Dolores Rodal Blanco convirtió su intervención en un aviso a navegantes: "Y no hay que bajar la guardia". "Porque los fascistas están ahí, aún están ahí, ellos y su semilla, y lo que quieren es hacer otra vez como en 1936", clamó entre aplausos.
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