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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Barcelona y Madrid

Josep Ramoneda

El nacionalismo económico es mucho más fácil de propagar que el ideológico.

HE ESCRITO alguna vez que la T-4 madrileña ha sido en Cataluña una fábrica de independentistas mucho más productiva que todos los discursos que puedan hacer Carod o Puigcercós. El desbarajuste de la red de cercanías de Renfe en Cataluña ha acabado de desencadenar los sentimientos de irritación y de agravio. El presidente Zapatero debería ser consciente de que tiene un problema en uno de sus dos principales caladeros electorales. Los déficit en infraestructuras que Cataluña sufre -simbolizados en este momento por cercanías y por el aeropuerto- son una maquinaria de ganar adeptos contra el poder central.

La T-4, por su carácter excesivo tanto en lo formal como en lo económico, es un símbolo que representa y hace plausibles todas las discriminaciones denunciadas reiteradamente tanto desde el nacionalismo como desde el catalanismo y desde el independentismo. En la sociedad actual, las imágenes son muy importantes: la foto de la T-4 ha servido para que cundiera la idea de que no todo es paranoia, que efectivamente hay poderes que no son neutrales y territorios desigualmente tratados. A partir de ahí, los líos de ADIF-Renfe y otros episodios habituales son catalizadores que ayudan a desplegar el discurso al que el universo catalanista es más sensible: si vivir en España no nos sale a cuenta, tendremos que replanteárnoslo.

En contra de lo que ocurre en otros lugares, en contra de lo que creen muchos españoles e incluso buena parte de los propios nacionalistas catalanes, el nacionalismo económico es mucho más eficiente y mucho más fácil de propagar que el nacionalismo ideológico. El nacionalismo ideológico es muy útil para el doble juego de la conllevancia: mucho ruido verbal, pero transacción permanente. El nacionalismo ideológico operaba como alpiste espiritual para catalanistas mientras el poder económico estaba convencido de que fuera de España no había salvación. Pero en el momento en que el malestar económico se propaga, la sensación de agravio se extiende, puede que haya menos burbuja identitaria en la escena, pero hay más desapego. Y esto es lo que Zapatero debe tener en cuenta si no quiere llevarse un disgusto en las próximas elecciones. Afortunadamente para él, delante tiene al PP, que en Cataluña nunca se comerá un rosco, pero no puede confiar eternamente su suerte a la estupidez del nacionalismo conservador español.

El problema de los trenes de Cataluña no tiene justificación: es fruto de un abandono total por parte de sus responsables desde hace muchos años, así con el PP como con el PSOE. El debate del aeropuerto requiere mucha política y mucho realismo: Barcelona necesita un aeropuerto mucho más potente, pero de nada sirven los cuentos de la lechera que después no resisten el primer envite de la ley de la oferta y la demanda. Pero todas estas cuestiones obligan a una reflexión sobre Barcelona y Madrid. No todo es culpa de Madrid, Barcelona también tiene que saber qué quiere y adónde va. Y utilizar las enormes capacidades que tiene para conseguirlo.

Hay un error de apreciación en el imaginario barcelonés que conduce inevitablemente a la comparación con Madrid. Esta comparación es desmovilizadora, porque las potencialidades y las posiciones no son equiparables. Madrid, gracias en parte a su poder financiero, se ha convertido en una capital global. Un nodo de la red mundial, que tiene mucho que ver con el área latinoamericana. Barcelona, que entre sus déficit acumula una crónica incapacidad para acumular poder financiero, tiene que buscar su vida y su futuro por otra vía: por la vía de la singularidad y del valor añadido. Barcelona no será una capital económica global, lo cual no significa que no tenga un papel en la sociedad global. Lo tiene y lo puede tener. Tiene la fuerza de ser una ciudad de proporciones humanas -no en vano es uno de los lugares preferidos de los europeos para vivir y trabajar- que es un bien escaso en el mundo que ocurre. Y tiene mucho potencial a desarrollar en valor añadido en terrenos como, por ejemplo, la investigación y desarrollo en biología y medicina, en todas sus decantaciones posibles. Medicina, turismo, cultura (en sentido sociedad de la información) es un triángulo de futuro para Barcelona y Cataluña. Hay mucho camino por recorrer, pero este camino nos lo autolimitamos los barceloneses si tomamos como referencia el modelo Madrid. No es el nuestro. El modelo Barcelona -que tiene ya algunas señas bien reconocidas- tiene que seguirse inventando. Para ello, eso sí, es legítimo exigir que el Estado no sea desleal ni discriminatorio.

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