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Columna
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Navarra y la violencia

Josep Ramoneda

Si Arnaldo Otegi fuera el líder de un movimiento civil con autoridad sobre ETA, a la vista de sus declaraciones a La Vanguardia diríamos que el proceso de fin de la violencia en Euskadi puede pasar por momentos difíciles pero es irreversible -"no tiene alternativa"-, que la izquierda abertzale se va preparando para un futuro en el marco de la legalidad democrática -"de un tablero de la confrontación a un tablero de la seducción"- y que Batasuna es consciente de los límites del proceso -"el Estado no tiene que pagar ningún precio político a ETA, ni tampoco a nosotros"-. Pero demasiadas veces hemos asistido al mismo rito: Otegi propone y ETA dispone. Demasiadas veces los gestos significativos de incorporación a las reglas del juego por parte de Batasuna -"el proyecto independentista necesita la adhesión de la mayoría"- han sido inmediatamente desautorizados por la autoridad militar.

Por tanto, prudencia. Y, en este sentido, sorprende la prisa del presidente del Gobierno en salir inmediatamente a aplaudir a Otegi. El presidente no puede transmitir la sensación de que está pegado al transistor a la espera de cualquier signo de validación del proceso por parte de la izquierda abertzale. Zapatero no puede poner en evidencia su ansiedad corriendo al quite de unos gestos que son por definición equívocos.

Sin embargo, una de las virtudes del mensaje de Otegi es que deja muy claros los puntos clave del proceso: Navarra y la violencia. Dos cuestiones para que ETA pueda, de alguna manera, justificar su miserable historia. Vayamos por partes. Después de afirmar que el Estado no tiene que pagar precio político, Otegi deja claro que el punto central de todo el proceso es Navarra. O si se quiere decir al revés: "El espacio a cuatro territorios", utilizando la expresión del propio Otegi. Otegi sabe que la Comunidad Foral de Navarra puede rechazar la fusión con los tres territorios vascos y sabe perfectamente que un Parlamento a cuatro sería mucho menos soberanista que el Parlamento vasco actual. Y, a pesar de ello, la cuestión de Navarra es para él la prioridad absoluta, la clave del desenlace del proceso. ¿A qué pueden aspirar ETA y Batasuna? Simplemente, a que se ponga sobre la mesa. A lo sumo a que un día se vote en referéndum si Navarra quiere incorporarse a la comunidad vasca. Un referéndum en que todo el mundo sabe que la respuesta será "no".

¿Por qué entonces tanta insistencia en este punto? Por una cuestión simbólica: ETA necesita, para justificar su historia, demostrar que ha hecho cambiar algo. Y este algo sería poner la cuestión de Navarra sobre la mesa. Es simplemente escenificar por unos días el mapa de Euskal Herria. Después el referéndum diría: "No". Y quedaría el mapa. Una referencia simbólica. Los nacionalistas son así. Es el único filón que les queda a los etarras para disimular su fracaso. ¿Es esto un precio político? ¿Es una concesión excesiva a cambio del fin de la violencia?

La segunda cuestión es la de la violencia. Una vez más Arnaldo Otegi acude a los circunloquios para evitar la condena de la violencia: "¿Por qué no condenamos la violencia?", se autopregunta. Y no responde. Sin embargo, añade: "Hay una cosa que hay que aclarar. La ley de Partidos no exige la condena de la violencia. Es más, dice que la no condena de atentados no es suficiente para ilegalizar un partido". Otegi no condena la violencia porque la autoridad militar competente no se lo perdonaría. Por una razón muy sencilla: ETA y la violencia son la misma cosa. La fuerza de ETA es la intimidación, la capacidad de activar el operativo de la violencia.

Condenar la violencia equivale a negar a ETA. Y este es un paso que Otegi nunca podrá permitirse. Este nuevo rechazo a condenar la violencia de un modo explícito confirma que Otegi y Batasuna no tienen la menor intención de salirse de la sombra de ETA. Lo cual puede parecernos mal, pero es seguramente, al mismo tiempo, una condición necesaria para llevar a ETA hasta su propio final.

La resistencia de Otegi a condenar la violencia plantea una cuestión. ¿Es necesaria esta condena para que el proceso de fin de la violencia sea posible? Lo que es necesario es el cese de la violencia, no la condena de la violencia. Y el matiz no es menor. Condenar la violencia es negar a ETA su razón de ser, que es lo que los abertzales tienen prohibido. Es deconstruirla automáticamente, para decirlo a lo cursi. Dejar la violencia es una decisión de ETA. Es ella misma la que decide renunciar a su propia naturaleza y desaparecer, porque sin violencia ETA desaparece automáticamente. Y ésta es la decisión realmente importante.

La obsesión en conseguir la condena de la violencia -es decir, de ETA- por parte de la izquierda abertzale no debe convertirse en algo más importante que el cese de la violencia, que es el objetivo del proceso. Y hay determinados discursos, especialmente desde la derecha, que parecen más interesados en la condena de la violencia que en su final. Naturalmente, las declaraciones de Otegi no pueden leerse fuera de su contexto. Y el contexto es la inminencia de las elecciones municipales en las que Batasuna se juega parte de su futuro. La ruptura de la tregua ha dejado a Batasuna sin pista en la que aterrizar para incorporarse a la campaña electoral. Y Otegi está tratando de construirla a marchas forzadas.

Si Otegi y Batasuna no pueden condenar la violencia de ETA, porque equivale a despedirla antes de que ella haya dicho su última palabra, hay una sola manera de que la pista esté despejada y Otegi y los suyos puedan entrar en la carrera: que ETA anuncie que el atentado de la T-4 fue el último de su historia. O sea que las declaraciones de Otegi resumen la aporética situación en la que se encuentra Batasuna: si condena la violencia, ETA le desautorizará a bombazos, y si no lo hace, necesita que ETA dé por terminada la violencia, cosa que parece imposible con la premura de tiempos que marca el calendario. Y, al mismo tiempo, seguir esperando la decisión de ETA confirma la principal razón de la ilegalización de Batasuna: su vinculación con la organización terrorista.

Otegi ha roto algún tabú y ha acercado el discurso abertzale al marco institucional. Pero falta todavía algún paso más para que la izquierda abertzale se pueda incorporar a las elecciones. Y estos pasos, en parte, dependen de la voluntad de ETA de la que Otegi, al negarse a condenar la violencia, sigue siendo deudor.

Es positivo, sin embargo, que Otegi dibuje un escenario de futuro con un partido abertzale luchando por la independencia por la vía de la seducción democrática y no de la confrontación violenta, al modo, por ejemplo, de Esquerra Republicana en Cataluña. Éste es el punto de llegada del proceso en el que está de acuerdo una amplia mayoría de ciudadanos. A Otegi corresponde conseguir que ETA dé el único paso que falta para que esto sea posible. A cada cual sus responsabilidades.

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