Escala 1:32
Escribe Rossana Rossanda en sus memorias (La ragazza del secolo scorso, Einaudi) que de cierta casa de Pola, la ciudad hoy croata en la que la escritora nació en 1924, guarda apenas recuerdo de imágenes inconexas, a pesar de haber permanecido allí hasta los siete años. La memoria es un gran naufragio sobre el que flotan recuerdos dispersos. De esa edad a mí me ha quedado uno especialmente nítido: el encuentro con la escala 1:32. Por supuesto, entonces no tenía ni la menor idea de qué expresaba esa medida. Como tampoco sabía nada de la relación por la vía del absurdo que mantenía con el juego de moda de la década de 1960, el scalextric, un nombre que sólo con pronunciarlo me producía un escalofrío de velocidad en la punta de la lengua. Los trenes Märklin de mi hermano rondaban por casa sin demasiada fortuna. Costaba montar las vías y una vez realizado el esfuerzo no podías más que mover el convoy adelante y atrás, a mayor o menor velocidad, cosa que al cabo de 10 minutos resultaba aburridísima. La novedad que aportaba el scalextric era lo nunca visto antes en materia de modelismo motorizado: competición.
El nombre genérico del juego es 'slot'. El 'scalextric' es el nombre de una marca cuyo nombre definía modelos de coches a escala x
De aquel otoño de 1964 recuerdo muy bien la llegada del regalo. El transformador de latón verde, al que había que conectar los mandos de aceleración en dos clavijas que a menudo te soltaban un tremendo calambrazo (en la era preplaystation, la infancia se enrampaba con frecuencia); los dos portentosos Lotus 21, el amarillo con piloto de casco rojo, el verde con piloto de casco blanco; y sobre todo, las vías negras con los dos relucientes carriles por los que discurrirían las hazañas de nuestros ases del volante. Con el tiempo y unas cuantas vacaciones de invierno en Andorra, mi parque automovilístico se amplió con un poderoso Jaguar E de color rojo, un Triumph (diría) descapotable biplaza, de color verde, un compacto Seat TC 600, también rojo, y, mi preferido, un nervioso Renault Alpine A-110, de color azul celeste, que se agarraba a la perfección de morro y culeaba de atrás, lo cual me había proporcionado en más de una ocasión la inigualada, oscura satisfacción de sacar al rival de la pista.
No había vuelto yo al mundo del slot -que es el nombre génerico del juego, pues Scalextric es una marca, de tanta fortuna en España que, como el tebeo, pasó a denominar la modalidad- hasta las pasadas navidades, cuando a cierto socio mío le llegó el turno de tener su primer scalextric. Las vías convencionales no han evolucionado, las lengüetas de enganche son las mismas, de hecho siempre funcionaron bien. Todo lo demás ha evolucionado mucho. Los mandos son de pistola, el acelerador se acciona con el índice, y no con el pulgar, mucho más torpe. Las conexiones son simples y seguras. El cuentavueltas es electrónico y permite accionar varias modalidades, una de ellas la del hijo único, en la que éste corre contra la máquina, que gobierna uno de los bólidos. El kit de serie se completa con dos relucientes Ferrari F1 de 2004 y el McLaren Mercedes de Kimi Raikkonen, auténtica bala negra y plateada de extraordinario comportamiento: las ruedas delanteras dirigibles han supuesto una revolución en la conducción 1:32.
A partir de ahí, diversas visitas a la Casa Palau de la Ronda de Sant Antoni, 61, auténtica catedral del slot donde hay permanentemente instalada una pista de competición a disposición de los aficionados -siempre que sean mayores de 10 años; a partir de las siete de la tarde practican los expertos, neófitos abstenerse- me llevan a concluir que el scalextric goza de muy buena salud, con una amplia oferta de productos y convocatorias de carreras en muchos puntos del planeta. Precisamente, el viernes y el sábado pasado se celebró en un local de la calle de la Legalitat de Gràcia la Race Tuned, una de la siete pruebas más importantes de la temporada, organizada por el club Resisbarna (www.resisbarna.com). El semisótano está bien iluminado y cuenta con dos pistas, una de pruebas y otra para la competición, de ocho carriles. Por las paredes, avisos del siguiente tenor: "Prohibido utilizar magnéticos" y "Prohibido utilizar contrapesos metálicos en los coches". En la zona de boxes, los aficionados abrían sus maletas y procedían con precisión de relojeros al cambio de cubiertas de los bólidos o al ajuste de piñones y coronas. Durante la carrera (mangas de 12 minutos, unas 57 vueltas) los conductores, de edades desde los 18 años hasta pasada largamente la cuarentena, se hallaban muy concentrados sobre una tarima, con el mando pegado al cuerpo. Distribuidas estratégicamente por el circuito, las asistencias recogían con prontitud los vehículos salidos de pista y los volvían a poner en carrera. Todo muy serio. La seriedad de los niños.
La historia del scalextric arranca en 1952, en Inglaterra, en el taller de Fred Francis, propietario de la firma de jueguetes Minimodels. Este señor se puso un buen día a comercializar diferentes modelos de coches a escalas variadas, por lo que los denominó scalex, esto es "escala X" o "escala desconocida". Más tarde motorizó los bólidos con electricidad, por lo que pasó a llamarlos scalextric. Con el tiempo, sin embargo, la X de la ecuación se despejó en la relación 1:32, la escala que finalmente se impuso entre la mayoría de fabricantes y que para mí fija como ninguna otra la proporción entre la infancia y la edad adulta.
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