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Columna
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'Barcelona felix'

Rafael Argullol

En lugar de gastar el dinero, como harán, en campañas anodinas y consignas indemostrables, los candidatos a la alcaldía de Barcelona, creo, deberían gastarlo únicamente en dos partidas: explicar cómo verdaderamente está la ciudad y explicar lo que piensan hacer verdaderamente para que no esté así.

No sé cuál es el dispendio de los partidos para estas ocasiones, pero imagino que es considerable y, además, mal empleado pues, por lo general, el ciudadano no entiende qué se oculta bajo las proclamas que las agencias de publicidad han preparado para los diversos contendientes. Al final, se tiene la impresión de que hay que elegir entre los ingeniosos hallazgos de tales agencias -supongo que, asimismo, bien remuneradas- y no entre ideologías, cada vez más vaporosas, o programas, tediosos y confusos. La consecuencia es la peligrosa tendencia a la abstención, llorada en las sucesivas convocatorias electorales aunque nunca combatida con el recurso a la modestia y a la sinceridad.

Porque modesto y sincero sería tratar de explicar a los barceloneses, de la manera más precisa posible, el estado de la ciudad. Voy a poner un ejemplo. Hace un mes, en estas mismas páginas, escribí un artículo en el que alertaba sobre la sospecha que se había cernido en todo lo referente al AVE en su paso por Barcelona. Sé que algunos políticos se han enfadado conmigo por eso. Sin embargo, yo no opinaba sobre el trazado del ya zúrrela tren -del cual siempre he sido muy partidario, para evitar el avión- ni sobre la conveniencia o no de las estaciones previstas, falto de conocimientos técnicos para hacerlo, sino sobre la ausencia de responsabilidades en los tres lustros de frustrada realización de las obras. Tenía la convicción de que, instalada la sospecha, sería muy difícil disiparla. Y no obstante, pienso que no habría sido tan complicado que los ciudadanos hubieran sido informados directamente, desde el principio, por una comisión científica independiente en lugar de haber sido desorientados, una y otra vez, por las dudas y sinuosidades de los políticos.

La bruma que rodea al AVE es representativa de la bruma que rodea a la ciudad. De la misma manera en que hemos acabado mareados por las ventajas y desventajas de los trazados y por la impunidad de los aplazamientos, no sabiendo si todo ha sido para nuestro bien o para nuestro mal, sufrimos de mareo colectivo en el momento de evaluar la condición de la ciudad.

No hay día en que los periódicos no informen sobre una nueva calamidad urbana -casi siempre en relación con Madrid- y, una página después, refuercen la autocomplacencia barcelonesa, tarea bastante fácil, asegurando nuestro liderato en la calidad europea de vida.

¿El buque navega a toda máquina?, ¿el buque se hunde?, ¿el buque, soñado como un trasatlántico, es un barquito provinciano con pasaje de segunda? Casi nadie lo aclara y los que intentan aclararlo emiten servicios tan contradictorios que es difícil saber a qué atenerse. De vez en cuando las fuerzas vivas -o que deberían estarlo- se quejan, aireando sombríos presagios: un economista ve números descendentes; un arquitecto habla de lo rancia que está la ciudad; un músico recuerda el lamentable estado de la programación musical; un psicólogo declara el ensimismamiento de la urbe; e incluso el ministro Joan Clos -que por algo no fue el alcalde tantos años ni el inspirador del universalmente aclamado Fórum de las Culturas, sino únicamente un gran inconformista- se permite advertir contra el conformista barcelonés.

El buque tiene varias vías de agua. Pero inmediatamente aparecen los síntomas saludables: nuestras pernoctaciones turísticas son ya no sé cuántos millones; nuestras cajas de ahorros han ganado algo así como el 80% más que el año anterior; nuestros comerciantes han incrementado considerablemente las ventas de productos rebajados. Es cierto que hemos fracasado estrepitosamente en nuestras aspiraciones a alguna capitalidad económica y no tendremos grandes sedes de autopistas de energía pero, como contrapartida, somos tan discretos que no hemos leído que nadie dimitiera por estos asuntos y a uno de los artífices del fiasco lo hemos hecho presidente de la Generalitat.

También es cierto que hemos renunciado a toda capitalidad científica, con récords negativos en los gastos de investigación, pero, para compensarlo, hemos juntado en un solo departamento comercio, turismo y universidades para que la desolación de éstas se pierda en la opulencia de aquéllos. No hay que ser pesimistas. Tenemos el mejor de los climas posibles y toda Europa quiere venir aquí a tomar una copa. El buque llegará a buen puerto.

En la Barcelona felix todos los diagnósticos son posibles simultáneamente. Pero si es así alguien engaña o, lo que es peor, alguien se autoengaña y, de paso, engaña a los demás. Y en este escenario es dónde los candidatos a la alcaldía de Barcelona tienen la oportunidad de hacer una campaña inusual por completo. Es sencillo: déjense de agencias de publicidad y asesoría de imagen y cuenten lo que saben al ciudadano, de modo que, hacia la mitad de la campaña, todos sepamos lo sabido por ustedes, que sin duda, dada su larga experiencia en la política, es mucho. Si llegáramos a saber lo que ustedes ya saben -la mitad sería suficiente-, los ciudadanos podríamos comprender mejor los remedios que nos vayan a ofrecer en la segunda mitad de la campaña, y elegir en consecuencia.

Ahora bien, si no queremos despertar de su sueño a la Barcelona felix lo mejor es que nosotros también sigamos durmiendo mientras ustedes hacen una de esas excitantes campañas a las que nos tienen acostumbrados.

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