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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Contumacia iraní

Tal y como era previsible, Irán no ha cumplido la exigencia del Consejo de Seguridad de suspender su programa de enriquecimiento de uranio. Así lo certifica, vencidos los 60 días de plazo, el Organismo Internacional para la Energía Atómica, que establece sin ambages que los ayatolás prosiguen su carrera hacia el dominio completo del ciclo nuclear, un proceso que, según los expertos, les permitirá en pocos años dotarse de la bomba atómica. La pelota vuelve a la cancha del Consejo de Seguridad, que decidirá qué hacer ahora con el díscolo régimen islamista, al que ya impusiera sanciones económicas por vez primera en diciembre pasado.

El informe del OIEA va a intensificar el debate entre los Gobiernos occidentales, pero es poco probable que los miembros permanentes del máximo órgano de la ONU lleguen a algún acuerdo que implique una seria escalada de las represalias contra Teherán. Uno de los argumentos es que las medidas de castigo contempladas en la resolución 1737 -a las que acaba de sumarse India, suspendiendo la exportación a Irán de tecnología susceptible de utilizarse en su programa nuclear y de misiles- parecen funcionar razonablemente. También son perceptibles los efectos de las renovadas presiones financieras estadounidenses para aislar a un Gobierno que comienza a tener serias dificultades para obtener crédito en los circuitos internacionales. Además, son bien acusadas las discrepancias en el Consejo de Seguridad sobre el camino a seguir para intentar disciplinar al régimen teocrático. E Irán viene explotando con astucia estas desavenencias -especialmente claras las de Rusia y China con EE UU- desde hace más de un año.

En los últimos días, Washington insiste en que ha elegido la vía diplomática para reconducir la crisis, aunque a la vez el Pentágono está adoptando medidas inquietantes que vendrían a sugerir lo contrario. La constatación de que Irán prosigue con su programa atómico -que a estas alturas no puede sorprender, dada la claridad con que sus dirigentes vienen proclamándolo- debe servir para hacer buena esa aparente decisión de los máximos responsables estadounidenses. Si hay alguna posibilidad civilizada de acercar a Irán al redil, vendrá de una mezcla inteligente de diplomacia y sanciones progresivas. Irán no es Corea del Norte. A Teherán, el aislamiento y el bloqueo de los circuitos financieros tradicionales le hace mucho más daño que a Pyongyang, a pesar del formidable atractivo que para el régimen islamista tiene dotarse de un arsenal nuclear. Las características sociales y económicas iraníes desaconsejan allí gestos melodramáticos, a la norcoreana. Occidente debe explotar estas circunstancias con firmeza y determinación.

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