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Reportaje:

La gran boda contra el racismo en Flandes

Decenas de personas de todo el mundo celebrarán un enlace colectivo en una población de Bélgica donde tres parejas se negaron a que les casase un concejal negro

Ana Carbajosa

Habrá baile y banquete, como en todas las bodas, pero en ésta, los novios se cuentan ya por decenas. Los contrayentes viajarán hasta Sint-Niklaas desde los más remotos puntos del planeta para decir "no al racismo", y han elegido esta ciudad de 70.000 habitantes del norte de Bélgica, porque es allí donde hace dos semanas trascendió una noticia impropia del siglo XXI. Tres parejas se negaron a que les casara el concejal Wouter van Bellingen por una única razón: es negro.

Además de negro, es alto y muy bien parecido, y muestra con orgullo en su despacho del Ayuntamiento las decenas de cartas de apoyo que ha recibido en las últimas semanas. Vienen en sobres sellados desde Alemania, Reino Unido, Perú o Suráfrica, y se suman a los más de dos mil correos electrónicos que han colapsado su bandeja de entrada, después de que la noticia diera la vuelta al mundo. Muchos de los que le escriben no sólo quieren mostrar su solidaridad con el concejal. También quieren que Bellingen les case precisamente por la misma razón: porque es negro.

En Sint-Niklaas, la extrema derecha flamenca cuenta con el 25% de los votantes

Pero Bellingen sólo puede oficiar bodas para aquellos que estén inscritos en su municipio y además, muchos de los que le escriben dicen estar ya casados. Por eso, en la plaza mayor de Sint-Niklaas se organizará el próximo 21 de marzo, coincidiendo con el Día Internacional contra el Racismo, la gran boda colectiva, un acto simbólico dedicado a los que quieran reeditar su matrimonio y protestar contra los brotes racistas que quedan plasmados periódicamente en la prensa belga.

Sint-Niklaas es una acomodada localidad cercana a Amberes, la capital de Flandes. Y como en muchas de las poblaciones de la zona, el Vlaams Belang (VB), el todopoderoso partido de extrema derecha independentista flamenca, con un discurso abiertamente racista, se hizo con el 25% de los votantes en las municipales del pasado octubre. Bellingen, del partido de los nacionalistas de izquierdas, Spirit, reconoce que la fuerza del Belang es un reflejo de que algo está pasando en su sociedad, pero también es de los que ha optado por ver el vaso medio lleno.

"Esas cifras indican que el 75% de la población no está de acuerdo con el VB y esas voces también se tienen que hacer oír", dice Bellingen. Además, cree que ninguna formación política se libra del estigma y espera que la triste notoriedad en la que se ha visto envuelta su ciudad sirva para concienciar a la población de la gravedad del problema. "Aquí todo el mundo sabía que hay parejas que no quieren que les case un negro, pero ha habido que esperar a que la prensa del mundo entero se hiciera eco para que la gente se dé cuenta de que esto es algo serio", dice el concejal.

Una familia ultranacionalista flamenca adoptó a Bellingen, nacido en Ruanda hace 34 años. Desde pequeño ha tenido que hacer frente a agresiones racistas en la tierra que le ha visto crecer, pero explica que ahora, a diferencia de hace unos años, la gente ya no tiene miedo a decir que es racista, "¡se refugian en la libertad de expresión!".

"Como todas las personas negras, yo he tenido muchas experiencias racistas. Es normal que te insulten por la calle". Sus vivencias le han hecho incluso dudar a la hora de tener hijos, porque no quería obligarles a vivir lo que a él le ha tocado. Al final se animó, y ahora espera que todo el revuelo que se ha montado con la historia de las bodas sirva para hacerles la vida menos difícil a sus dos hijos.

"Me he criado aquí, llevo 18 años trabajando en el Ayuntamiento, todo el mundo me conoce, y estoy perfectamente integrado. La única razón por la que me discriminan es el color de mi piel. Es la forma más extrema de racismo", explica Bellingen en la fría estancia del Consistorio, en la que han decidido apagar la calefacción para celebrar el décimo aniversario del Protocolo de Kyoto.

El propio primer ministro belga, Guy Verhofstadt, dijo sentirse horrorizado al poco de conocer la noticia. Verhofstadt dirige un país que el próximo junio acude a las urnas, y donde el VB, condenado a la oposición en virtud de un pacto entre el resto de las fuerzas políticas, tiene visos de capitalizar una vez más el descontento de los votantes. Un país donde, según el observatorio europeo contra el racismo y la xenofobia, el 56% de los belgas cree que el color de la piel es determinante a la hora de encontrar trabajo.

Pero estas cifras no amilanan a Bellingen, que ahora ya sólo piensa en la gran boda. Habrá baile, comida turca y marroquí y también concursos. El que más le ilusiona es el abrazo colectivo. "Para enseñar al mundo que ésta no es una ciudad racista".

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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