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Reportaje:

Andalucía se queda pequeña

La superficie tendría que triplicarse para mantener el nivel de consumo

Los países desarrollados nadan en la abundancia y, aparentemente, la mayoría de los bienes que se consumen a diario son inagotables, pero, en realidad, los recursos, materiales y energéticos, de los que se abastecen las sociedades más prósperas no son infinitos. Desarrollar herramientas capaces de medir si un determinado modelo de desarrollo es o no sostenible, es decir, si puede mantenerse en el tiempo sin riesgo de causar graves alteraciones ambientales, no es fácil. Aún más complicado resulta expresar esa medida de manera que pueda ser comprensible por cualquier ciudadano y, sin embargo, la fórmula para obtener esta información está ya disponible.

La presión que ejercemos sobre los recursos naturales para mantener nuestro nivel de vida se conoce como "huella ecológica" y se expresa calculando la superficie productiva necesaria para generar los bienes que demanda una población definida que disfruta de un determinado nivel de vida. Esa cifra, en la que también influye la necesidad de deshacerse de un cierto volumen de residuos, se compara con la superficie productiva real de que dispone esa población y la diferencia entre ambas cantidades revela, de manera muy simple, si estamos viviendo, o no, por encima de nuestras posibilidades.

El mayor crecimiento insostenible de los recursos se manifiesta en el capítulo de energía

En Andalucía se hizo un primer cálculo de la "huella ecológica" con datos referidos a 1996, trabajo que entonces acometieron, por encargo de la Consejería de Obras Públicas y Transportes, Manuel Calvo y Fernando Sancho, expertos de la Universidad de Sevilla. En una matriz matemática, y a partir de fórmulas que permiten interpretar en estos términos las estadísticas oficiales correspondientes a los diferentes sectores productivos, se representó el territorio apropiado, per cápita, para la satisfacción de las necesidades referidas a la alimentación (agricultura, ganadería y pesca), el sector forestal, los bienes de consumo, la demanda energética y el territorio usado directamente (infraestructuras o zonas urbanizadas).

A estas cifras se le restó el territorio que debía mantenerse inalterado para proteger la biodiversidad y los equilibrios naturales, y se aplicaron factores de corrección relacionados con el grado de desarrollo tecnológico de la población andaluza.

El resultado de aquella primera evaluación mostró la cara oculta de un modelo de desarrollo insostenible. Los andaluces disponíamos entonces de 1,77 hectáreas de territorio productivo utilizable por habitante y, sin embargo, nuestro nivel de vida y tasas de consumo requerían 4,1 hectáreas por habitante. Dicho de otra manera, si entonces hubiéramos tenido que ser autosuficientes habríamos necesitado más del doble de territorio real, otra Andalucía (eso sí, completamente deshabitada) lista para ser consumida.

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Medio Ambiente le pidió a Manuel Calvo que repitiera los cálculos, esta vez apoyándose en las estadísticas de 2001, de manera que pudiera evaluarse una posible corrección de esta negativa tendencia gracias a las numerosas iniciativas que se han puesto en marcha para moderar el consumo de recursos naturales. La nueva evaluación, lejos de reflejar este posible cambio de rumbo, no invita al optimismo.

El suelo productivo disponible ha descendido una décima, y ahora se sitúa en 1,76 héctareas por andaluz, mientras que el suelo productivo que estamos consumiendo equivale a 4,6 hectáreas, lo que supone un crecimiento cercano al 12%. Además, advierte Calvo, "es muy probable que estas dinámicas de crecimiento no se hayan detenido en años posteriores al 2001, sino que, muy al contrario, hayan derivado en la elevación sustancial de la huella ecológica de Andalucía, que podría estar ya cercana a las 5 hectáreas por habitante y año". Es decir, ahora, para ser autosuficientes, necesitaríamos multiplicar por tres la superficie regional, y dos de estas andalucías tendrían que estar deshabitadas porque si crece la población también lo hace el consumo.

Como explica el profesor Sancho, el sistema sigue funcionando, a pesar de todo, "porque si necesitamos mucho territorio para satisfacer nuestras necesidades y no lo tenemos en nuestra región, nos apropiamos de territorio en otras partes del mundo y, al mismo tiempo, vamos deteriorando los recursos propios y explotándolos por encima de sus posibilidades". Mantenemos nuestras tasas de consumo porque dilapidamos nuestro capital natural (talando bosques o esquilmando pesquerías, por ejemplo) y, al mismo tiempo, aprovechamos el territorio productivo de otras regiones, en muchos casos manteniendo una tendencia comercial desequilibrada.

El mayor crecimiento en el uso insostenible de los recursos se manifiesta en los capítulos de energía, que en 2001 precisaba casi un 25% más de suelo productivo que en 1996, y en el de territorio ocupado, con un incremento cercano al 24%. Ambos indicadores se corresponden con problemas particularmente graves sobre los que han empezado mostrar su inquietud los ciudadanos y las administraciones: el desmesurado consumo de combustibles fósiles y sus impactos asociados (excesiva dependencia energética y amenaza de cambio climático), y la urbanización desproporcionada.

Los cálculos son aún más preocupantes cuando se trasladan a sectores de la comunidad autónoma donde se concentra la población y la actividad económica. Por ejemplo, cuando se analizó la "huella ecológica" de Sevilla y su área metropolitana, con datos de 1996, se llegó a la conclusión de que esta pequeña parcela del territorio andaluz necesitaría multiplicar por 11 su extensión para poder satisfacer, de manera autosuficiente, las necesidades de sus habitantes. Aunque en este caso no se haya actualizado el cálculo, no es difícil imaginar que el desequilibrio ha continuado.

La escala puede seguir reduciéndose hasta alcanzar, incluso, a cada individuo. En Internet hay disponibles varias calculadoras de la huella ecológica personal (http://www.earthday.net/footprint) que trasladan estos grandes números a la más asequible parcela de lo doméstico.

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